Era viernes por la noche, estaba en el bar del gimnasio con Derek y Jay. La primer semana en la universidad no fue tan estresante como esperaba, aunque sí era un gran fastidio tener que toparme con Josh por los pasillos. Muchas de las veces estuve a punto de golpear su estúpida cara. Me irritaba tener que respirar el mismo aire en alguna de las clases, pero logré controlarme. Lo menos que necesitaba era meterme en problemas a los pocos días de haber ingresado, estaba siendo considerado al respecto.
En esa semana, me reunía con Megan en la cafetería. Era un alivio cuando sonaba la hora del almuerzo, lo único que quería era verla. No sabía por qué, pero me dejé llevar por los instintos de estar junto a ella en la mesa. Jay, por otro lado, no le afectaba en absoluto estar acompañado de sus amigas, quienes por cierto, estaban satisfechas en escuchar sus ocurrencias.
Se me había hecho un hábito estar esperando a Megan al final de las clases para luego ir por su hermano al instituto. Se volvió una rutina agradable durante estos días y aunque no lo admitiera, me gustaba conversar con ella en el auto.
Derek seguía diciéndome que era un cobarde, ya que podía tomar la oportunidad de invitarla a lo que sería una "cita". La realidad era que no sabía exactamente cómo llevar a cabo una situación así. Era demasiado idiota para ese tipo de cosas y temía estropear la amistad que iba surgiendo entre nosotros.
Me sorprendía de mí mismo por no hacer lo que cualquier hombre haría, que era conseguir un rato de placer y diversión. Pero pensar de esa manera con Megan, como si fuera un juguete, era repugnante. Había algo más en ella que solo satisfacción.
―Y dejaré de fumar... ―escuché que dijo Derek de repente.
Parpadeé, volviendo a la realidad y lo miré, procesando el significado de sus palabras.
―¿Qué? ―fruncí el ceño, asombrado.
Jay, quien estaba a mi lado rió, y le lancé una mirada asesina.
―Estás perdido, Dominic —comentó, apoyando los brazos en la barra—. ¿En qué piensas?
―O más bien, ¿En quién piensas? ―aclaró Derek con una sonrisa mientras tomaba un trago de vodka.
Puse los ojos en blanco mientras sacudía la cabeza. Pude sentir como el rostro y las orejas se me ponían calientes. Diablos. Era una reacción que me costaba evitar.
―¿De qué estaban hablando? ―cambié el tema rápidamente.
Derek suspiró, derrotado y se sirvió otro trago.
―De las apuestas, están jodidas está noche.
Era cierto. El dinero recaudado, según Ernest, era una miseria. Era por eso que él se ausentaba con frecuencia estos días a excepción de los fines de semana, que era cuando el gimnasio se llenaba al máximo.
―¿Pelearás? ―pregunté con interés ya que yo no lo haría. Tenía pensado guardar las energías para mañana.
Negó con la cabeza.
―Sería una pérdida de tiempo ―estiró las piernas y sacó la cajetilla de los bolsillos para luego encender un cigarrillo―. Entonces, ¿tienen planes para ésta noche?
―No creo, estoy muy agotado —se apresuró a decir Jay, sin mirarnos. Estaba concentrando en su teléfono—. Lo único que quiero es descansar, pasé toda la tarde en el negocio.
Derek asintió y se volvió hacia a mí.
―¿Qué hay de ti, Dom? —preguntó con diversión—. ¿Verás a Megan?
Di un encogimiento de hombros, queriendo ganar un poco de tiempo para responder. Después de haber llevado a Megan a su departamento, me comentó que tal vez vendría con una de sus amigas. No confirmó nada, pero aún así, aquí estaba con la esperanza de encontrarla.
ESTÁS LEYENDO
Heridas Ocultas ✅ | editando |
Novela JuvenilLa vida de Dominic Armstrong siempre había sido un tormento. Durante su infancia y adolescencia tuvo muy mala relación con su padre, presenciaba la violencia con frecuencia a causa de su alcoholismo. Regresaba a casa ebrio y lleno de ira, comenzaba...