• Presentimiento •

1.8K 144 8
                                    


✤ Cecil

Cecil se despertó muy temprano esa mañana con un ligero presentimiento en su pecho, algo la estaba mortificando desde hace un par de días y no sabía por qué, pensó que tal vez se debía al estrés de la semana en su trabajo o a las preocupaciones que le causaban los clientes en la oficina, pero luego lo descartó. Llevaba ya un año así en su trabajo que era difícil decir que no se había acostumbrado. Se tocó el rostro y talló la punta de su nariz, luego bajó a la cocina por un poco de café en lo que el reloj marcaba las diez, había quedado de verse con Lara un poco más tarde en su lugar favorito.

Tomó su teléfono y reviso sus redes sociales durante más de hora y media para tratar de olvidar lo que tenía en su cabeza.

Para cuando el reloj marcó la hora se apresuró, tomó su bolso y salió de su departamento. Lara ya la estaba esperando sentada en una mesa, con un libro de poesías entre sus manos. Se saludaron y abrazaron como las mejores amigas que eran, charlaron y se rieron un par de minutos hasta que Edward llegó, por unos momentos Cecil miró en el rostro de Lara una especie de confusión y alegría, pero le no dijo nada más que no le hubiese dicho ya con anterioridad.

Lara estaba confundida y Cecil podía entenderla.

Tener a dos hombres apuestos "peleando por su amor" casi parecía una novela, sin embargo y pese a las eventualidades, para la rubia era fácil tomar una decisión. Si en sus manos estuviera la opción de escoger, ella optaría por Leonard, éste, era mucho mejor partido, incluso era mejor persona que Edward pese al mal carácter que ese hombre se cargaba.

Aunque al principio, Cecil no tenía una buena impresión sobre Leonard, era hosco, irritable, grosero, demasiado arrogante y egocéntrico para ser alguien de un status muy alto. Lo maldijo entre dientes. Recordar el día en que lo conoció tampoco le agradaba, ese día había llegado a visitar a Lara a su oficina y Leonard estaba ahí con ella, observándola con aquellos ojos "enamorados". Inmediatamente la rubia se acercó a saludarlos, Lara respondió con una sonrisa y un abrazo mientras que Leonard, solo desvió la vista con petulancia, luego pasó por su lado, ignorando su mano que se había quedado estirada en el aire.

Suspiro.

Al menos Cecil podía estar segura de que un hombre como Leonard jamás le sería infiel a Lara, él solo tenía ojos para una mujer, no como Edward, que en cualquier oportunidad que tenía se enredaba con cualquiera. La mujer lo conocía muy bien, Edward era una persona con una mente demasiado inestable, no era alguien centrado y era muy complicado. Cecil aún no podía confiar en él y no creía verdaderamente en su cambio, mucho menos lo hizo cuando en una ocasión mientras visitaba a Amelia, se lo encontró. Él no la miró. Estaba parado con las manos dentro de sus bolsillos frente a aquella pequeña y plateada urna, en silencio, observando las flores que seguramente ya había cambiado.

Muchas de las veces Cecil se preguntó el por qué siempre tenían que ser gladiolas blancas, pensó que tal vez serían alguna clase de hábito, sin embargo, no se atrevió a decir nada.

Tan solo esperaba ahí, por un largo rato, escondida detrás de una columna hasta que por fin Edward se marchaba, así era su rutina, aunque hoy, eso había cambiado. Amelia estaba sola. La chica se acercó y se quedó con ella hasta que, casi al atardecer, tuvo que retirarse. El presentimiento de algo aflorando con una intensidad sobrehumana en su pecho se había hecho más grande. Cecil estaba más que preocupada y más lo hizo cuando de pronto, al salir del columnario se encontró con unos ojos café ceniza.

Frunció su ceño y se preguntó en dónde lo había visto.

Tenía la sensación de conocerlo, pero nada llegó a su cabeza, quizá más tarde lo recordaría, siguió su camino y al estar fuera volvió a tener la misma sensación, aunque esta vez fue más intensa cuando vio a aquel otro hombre.

Cecil lo miró por sobre su hombro y a los pocos segundos lo perdió de vista por el extenso pasillo. El hombre ni siquiera se dignó a mirarla, aunque el rastro del perfume que había dejado en su camino a causa de las blancas gladiolas que llevaba, había sido más que suficiente para hacerle pensar en él por el resto de la tarde.

Al llegar de nuevo a su departamento encendió las luces y se tiró en el sofá de la sala, sacó su teléfono y se dispuso a revisar una vez más sus redes sociales. En alguna parte de su mente creía recordar haber visto esos rostros, deslizó su dedo y como si su inconsciente la guiará llegó hasta los amigos en común que tenía con Lara.

Una foto de perfil, en sus publicaciones, llamó su atención.

Era la imagen de uno de ellos. Era algo vieja, pero no de una forma antigua como las fotografías de antes que eran en blanco y negro o que tenían un toque de sepia, más bien, eran de ese tipo de fotografías que se habían publicado uno o dos años atrás y que de nuevo habían sido posteadas.

En ella un hombre de clase media resaltaba junto a una mujer de las mismas características, que estaba escondida detrás de la cabeza de aquella persona, dejándose apreciar solo una parte de sus facciones derechas.

La rubia junto un poco sus cejas, sin tomarle demasiada importancia y siguió revisando hasta que de pronto el nombre de Amelia cruzó por su cabeza. Regreso a las fotos de perfil y se concentró, Amelia no podía distinguirse muy bien, pero Cecil estaba segura de que era ella.

Ninguna otra mujer que la rubia conociera tenía las mismas características.

La chica bajó la cabeza y pensó, una y otra vez... Tratando de unir las piezas de un rompecabezas que no podía armar por sí misma, hasta que, en algún momento de la noche se quedó profundamente dormida, sin embargo, a mitad de ella su sueño fue violentamente interrumpido por una voz.

«Cecil...»

El grito que soltó fue más que suficiente para hacer que algunos de los vecinos enciendieran sus luces y los perros de la cuadra comenzaran a ladrar.

Se levantó a prisa, su respiración apenas era estable; volteo a mirar el reloj y se dio cuenta de que eran más de las doce.

Poco después, se refregó el rostro con ambas manos y entonces, sintió que algo no estaba bien. No solo su rostro estaba húmedo a causa de su angustia, sus lágrimas también habían sido las culpables.

Sacudió su cabeza y corrió directamente hacia el baño, necesitaba mojarse la cara.

Una vez ahí, se miró en el espejo, sus ojos estaban enrojecidos y su cabello estaba empapado en sudor. Se recargo en el lavabo. No podía contener los temblores que empezaban a causarle cierta clase de estragos.

Tenía miedo, mucho miedo.

¿Que era lo que le estaba pasando? ¿Que era esa fría sensación? ¿Por qué presentía que Lara estaba en peligro? ¿Y por qué no dejaba de ver en sus ojos la imagen de aquel hombre que había visto en el columbario y que más tarde había encontrado en aquella fotografía?

Se asustó un poco más.

Y entonces, como si un rayo de luz la iluminara, todo comenzó encajar perfectamente... Amelia, Edward y aquellos dos hombres del columnario... Su pasado, su relación, lo raro de sueño. Cecil no conocía exactamente los hechos, pero... de alguna forma u otra lo descubrió.

Rápidamente salió del baño, tenía que advertirle a Lara lo más pronto que le fuera posible, pero cuando llegó a la siguiente habitación, un hombre alto y delgado con un traje oscuro, en medio de todo, le sonrió.

—Tú...  

—Hola...

Su corazón se estremeció. 

Cruzando barrerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora