• Traslado •

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✤ Persecutor

No hay mejor satisfacción en el mundo, que sentir el placer de haber hecho las cosas por uno mismo. Así era como se sentía, feliz, como si estuviera en la cima del mundo. No podía compararlo con nada y no había mejor sensación que esa, excepto por el vacío de no saber qué hacer con ella. La inseguridad que por unos momentos invadió su delgado y alto cuerpo le trajo a la realidad. Ni siquiera lo había pensado bien, por instinto, solo lo había hecho y ya, y para cuando se dio cuenta ya había jalado el gatillo en más de una ocasión de un arma semiautomática que había sacado del pantalón de uno de los hombres a los que había contratado.

Era más fácil no dejar cabos sueltos.

Por un largo rato se los quedó mirando, sintiendo en su pecho como una enorme sensación parecida a la felicidad comenzaba a subir por su pecho hasta llegar a sus labios y transformarse en una deliberada y sutil sonrisa llena de gozo. Tiró el arma al suelo y caminó a paso tranquilo hacia la parte trasera de la camioneta.

Sin remordimientos, abrió las puertas y se encontró con una mujer que apenas y respiraba. Volvió a sonreír, aunque está vez lo hizo de una forma distinta. Al fin la tenía en sus manos y al fin le haría pagar por todo el dolor y el daño que le había causado a él y a Amelia en el pasado. Lara era una maldita y bien se lo merecía, merecía sufrir y ser castigada. Muchas veces pensó en provocarle el peor de los daños, torturarla, mutilarla, hacer que la violaran. Quería destrozarla, hacerla pedazos. Deseaba corromper su cuerpo, su alma y su mente.

Ansiaba aniquilarla.

Con una expresión tranquila en su rostro la cambió a la parte trasera de su auto. No le costó ningún trabajo moverla, el peso de Lara era un poco liviano, con su estatura de uno cincuenta y tantos estaba casi en su peso exacto. La miró unos momentos más, y eso fue todo. Al cerrar la puerta trasera se dirigió a los otros dos hombres que yacían esparcidos en el suelo, a ellos sí que iba a tener que arrastrarlos, eran robustos y con el cuerpo frío ya deberían estar algo pesados.

Inclinó un poco su cabeza hacia el lado derecho y en silencio se dispuso a hacer su tarea.

Luego de que colocará a los hombres en el interior de la Minivan y se deshiciera de toda la evidencia, incluyendo a la camioneta, se sacudió las manos. Fue hacia su auto y sin revisar a Lara echó a andar.

Durante casi unos cinco kilómetros más manejo sin descanso y en recto. El camino cementado comenzaba a alejarse de la orilla del mar, hasta llegar a una intersección, en donde se dividía el camino para ir hacia el mar y la zona residencial de la ciudad.

El cambio de un vehículo a otro lo había hecho debajo de un viejo puente de piedra.

Desde un inicio lo había planeado, ya había decidido no dejar cabos sueltos ni dejar huellas que pudieran llevar hacia ella, fue por ello que trato de hacer que las cosas parecieran que giraban en círculos. Encendió la radio y con la primera estación que se escuchó comenzó a golpear, felizmente, la punta de sus dedos al ritmo de la música.

Sus gustos en ello no eran particularmente exclusivos o estandarizados, podía oír desde la versión más recóndita o reciente de cualquier género hasta la más sutil y profunda sinfonía clásica de una orquesta, aunque lo único que no soportaba en la vida, era el silencio.

De ese tipo de silencios en los que puedes escuchar hasta el más mínimo susurro.

Con el ritmo en su interior manejo un poco más hasta llegar al lugar que ya había preparado. Una enorme y gastada estación de gasolina junto a un depósito abandonado fue uno de los mejores lugares por los que pudo haber optado; estaba cerca de su casa y alejado de todo, entre medio del mar y la ciudad. Nadie sospecharía y tampoco era como si mucha gente pasará por esos sitios.

A pesar de que estaba a orilla de carretera y de que era un espacio abierto, el lugar era demasiado tranquilo. Lo único que podía escucharse eran algunos cuantos ruidos de animales y en ocasiones, los motores de un par de motos y autos, sobre todo del suyo, ya que ese camino era el que siempre utilizaba para trasladarse de su casa al trabajo y de vuelta ella, por lo que no le preocupaba dejar a Lara en ese lugar, nadie iría a buscarla y tampoco era como si alguien pudiera escucharla.

Además, ya casi había eliminado toda clase de rastros que lo implicaban y, aunque alguien encontrara algo por mera casualidad, podría negarlo.

«Cero rastros» pensó cuando se detuvo frente al depósito, ahí, la dejaría.

Bajó del auto y con Lara entre sus manos se introdujo en una oscura y enorme bodega, llena de tambos oxidados. La dejó caer en el suelo sin cuidado, el ruido que su cuerpo hizo al caer se escuchó hueco, aunque las paredes del almacén absorbieron el sonido.

Paso un pie por encima de ella y la brinco para ir hacia el interruptor; estando ahí encendió las luces y luego la ató a una delgada columna de madera, algo añosa y carcomida casi por las polillas pero que aún tenía la ventaja de parecer resistente.

Se puso de cuclillas y la miró, una y otra vez mientras ladeaba su cabeza de una manera que parecía casi armoniosa. Quiso sonreír para sus adentros, pero le fue imposible, por alguna razón no se sentía con los mismos ánimos que al principio.

Enarcó una de sus cejas y chasqueo los dientes.

Levantó un poco la mirada y bufo al techo. Lara tenía un rostro apacible pese a que estaba cubierto de sangre, sus largas pestañas y sus delgados labios solo la hacían parecer más hermosa, mientras su cabeza colgaba hacia abajo y al frente.

—¡Estúpida! —La insultó cuando paso su mano por detrás de su nuca y tomó con gran fuerza una parte de sus cabellos para levantar su cabeza.

Su mente estaba hecha un desastre.

No había sido fácil tenerla, había tenido que esperar casi dos años para llegar a este momento, momento que siempre había ideado pero que ahora le parecía demasiado extraño. Muchas veces trato de contenerse en hacerle daño, en auto convencerse de que lo que le había pasado a Amelia solo había sido un accidente, sin embargo, en alguna parte de su interior quería hacerlo, y ahora que la tenía a su frente, todos sus planes se habían venido abajo.

Ya no sabía qué más hacer. Era como si su mente, al verla, se hubiera bloqueado.

El tiempo literalmente se había detenido en sus manos y lo que pasará con ella de ahora en adelante dependía únicamente de las decisiones que se tomaran.

Durante un periodo de diez minutos no hubo más que un extenso silencio.

Lara estaba ahí, delante suyo, con el cabello esparcido hacia adelante, respirando con dificultad y sangrando levemente de la cabeza, ensuciando su ropa; la blusa elegante color blanca y sin mangas, tenía manchas de un líquido rojizo seco y las rasgaduras que tenía por todo su atuendo al haberse resistido a dos hombres, le dio un aspecto deplorable.

Al verla en ese estado, un sentimiento de incomodidad le asaltó el corazón, aunque no era momento para sentirse de esa manera. Apretó sus puños con todas sus fuerzas hasta que las puntas de sus dedos se pusieron blancos, y se alejó.

Tal vez si se iba y la dejaba ahí hasta que su cabeza se enfriará, las cosas le resultarían mucho mejor.  

Cruzando barrerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora