• Colapso •

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Edward

Al instante en que Ayrton perdió el conocimiento y la maquinaría a su lado comenzó a zumbar con un penetrante sonido continuó, varios médicos y enfermeras entraron, agrupandose alrededor de la camilla mientras trataban, inútilmente, de revivir al hombre que se sacudía de una forma violenta cuando las paletas cargadas a 200 hacían contacto con su pecho.

Para Edward, esa era una escena espeluznante. Ver a su padre ahí, tendido, frente a sus ojos luchando por una vida que ya no poseía le recordó el día en que asesinó a su madre. No había sido su intención frenar estrepitosamente esa noche, pero el alcohol en su sistema y la rabia que sentía en esos instantes fueron suficientes para pensar en que Leonard era quien lo seguía.

Desde ese momento, Edward siempre detesto a su hermano, sin embargo, las últimas palabras de su madre porque fuera un buen hijo e hiciera lo correcto le hicieron recapacitar.

Respiró profundo, luego, miró a Leonard y finalmente, mientras lo veía escuchó a la lo lejos la voz cansada de un médico.

Ayrton Palmer fue declarado a las doce con veintiocho minutos de la tarde, en un día ventoso de verano.

Edward no dijo nada, tan solo se quedó ahí, parado bajo el marco de la puerta, en silencio, observando el resto de los preparativos, las enfermeras apagaron las máquinas y lo desconectaron, entre tanto el médico a cargo se acercó a Leonard, hablo con él y dando su más sentido pésame dejó de tocar su hombro. Un par de palabras también fueron dirigidas a Edward.

El silencio fue lo último que los envolvió a todos después de que el resto del personal y junto a un hombre de cabellera rojiza, salieran de la habitación.

—Edward... —murmuró Leonard al cabo de unos minutos.

Por primera vez, su voz sonó afligida.

Quería decirle que todo había terminado, que podía regresar a casa y tomar el lugar que le correspondía. Quería decirle muchas cosas, en especial lo último que le había dicho su padre. Sin embargo, un pequeño dolor en lo profundo de su corazón lo atravesó. Para Leonard, ser el primogénito de Ayrton siempre había sido su orgullo, no obstante, ahora ese sentimiento se había desmoronado. Aquel orgullo no era ni había sido nada de lo que Leonard imaginaba, todo había sido una completa mentira, él nunca había sido el preferido de su padre pese a que los hechos demostraban lo contrario.

Respiro profundo y sostuvo el aire por más de dos minutos.

Era una situación incómoda que requería de mucho valor y respeto frente a unos hombres que ahora se veían derrotados. Las ojeras en los ojos rojos de Leonard y el cansancio en sus hombros no eran las clásicas características de un hombre impetuoso, Leonard ya no parecía ser ese fuerte roble al que nadie podía derrumbar, más bien ahora parecía un pequeño y débil sauce llorón. Por un momento, Edward se alegró, pero tampoco era como si pudiera hacerlo del todo, él también estaba en las mismas o en peores condiciones que Leonard.

En menos de una semana Edward había pasado de ser un hombre impecable a casi ser un vagabundo, su apariencia se había vuelto tan parecida a la de Matthew cuando lo vio aquella noche fría en su departamento, Edward había perdido bastante peso y su pálido rostro, que estaba demacrado, no expresaba ninguna clase de emoción, sus ojos estaban vacíos.

Se notaba igual de cansado que todos, incluso hasta el mismo Frank lo estaba. Aquel hombre detrás del cristal no podía dar crédito a lo ocurrido, estaba serio, estoico, observando a su jefe cubierto con una manta. El hombre había pasado casi la mitad de su vida junto a Ayrton, protegiéndolo, siendo su mano derecha, su sombra y ahora se había quedado sin dueño, igual que un perro, abandonado.

Cruzando barrerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora