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Amelia volvió a la mesa con sus padres sintiendo el corazón vacío, vacío, vacío.

Acababa de arrancarse del alma algo muy grande, algo que se había pegado a ella como un cáncer, y había sido tan pesado de llevar...

Y al fin se lo había quitado del alma, del corazón, de sus hombros.

Ahora sí, se dijo, que venga el futuro, que venga el mañana.

El tiempo no espera a nadie, oyó decir, y Amelia levantó la mirada.

En los altavoces del restaurante estaba sonando una canción. Un clásico de Freddie Mercury. El tiempo no espera a nadie, decía, y los vellos de su cuerpo se erizaron.

Tenemos que planificar nuestras esperanzas juntos
O ya no tendremos un mañana.
Porque el tiempo... Éste no espera a nadie...

Se pasó la mano por los brazos, frotándoselos. Era verdad. El tiempo no daba espera. Siempre había considerado que éste era el más inexorable de todos los castigos del ser humano. Pasaba sin piedad, sin tregua. Y sin embargo, ella estaba aquí, de vuelta a sus dieciséis, reparando un error que casi le había costado la vida.

Vio a su padre pagar la cuenta, y todos se pusieron en pie y salieron del restaurante, pero ella seguía con la mente elevada.

Sólo era una canción, se dijo. No tenía nada que ver con ella.

Sin embargo, seguía en su mente.

Subieron al viejo auto de Elvis, un Renault Clio que todavía brillaba bajo el sol. Este auto él aún lo atesoraba, recordó con una sonrisa. Lo tenía en un viejo taller mecánico con la esperanza de encontrar un repuesto, porque el viejo cachivache era más parte de la familia que sus mismas hijas.

¿"Aún lo conservaba"? se preguntó. ¿Era adecuado hablar en presente del futuro?

Al llegar a casa, revisó todos sus libros, sus deberes de la escuela y comprobó que todo estaba en orden. Claro, ella siempre había sido muy estricta en ese sentido, siempre había obtenido muy buenas calificaciones.

Si seguía así, si no se volvía a desviar, todo sería brillante para ella. Aunque mañana despertara sin recordar lo que había hecho hoy, Damien jamás se volvería a acercar, lo había humillado demasiado para eso, y lo conocía muy bien. Él no se rebajaba, menos si era por una niña a la que apenas había besado un par de veces.

Ahora sólo le quedaba volver a despertar en el dos mil dieciséis y ver en qué había cambiado su vida, ver cómo sería ahora que había sacado a Damien de su existencia.

Esa noche lo pasaron en casa, cenaron, charlaron, y vieron algún programa de televisión.

No había internet en esta casa, ni un computador, pero tampoco existían las redes sociales, así que no es que hiciera mucha falta. Ya Penny había vuelto a San Francisco para empezar la nueva semana de clases, así que sólo estaban las tres, su padre le había prometido que llevaría a Mary al doctor, y ella respiró tranquila.

Abrazó de nuevo a su madre, de nuevo le dijo lo mucho que la amaba, y se fue a su cama a ponerse una de sus pijamas rosa y se acostó en su vieja cama a dormir.

Ven a mí, futuro, pidió con ansias. Estoy lista para ti.

Despertó, pero no quiso abrir los ojos. ¿Qué estaría pasando afuera? No lo sabía. ¿Había cambiado su vida?

Anhelo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora