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Las semanas de aquel verano se pasaron demasiado rápido. Amelia nunca se enteró de la pelea entre el par de hermanos, así que no hubo preguntas incómodas, y dado que ambos tenían un empleo de medio tiempo, sólo se podían ver por las noches, y entonces Elvis puso la absurda regla que decía que a las nueve tenía que estar de nuevo en casa.

Zack era un poco ñoño, así que las veces que salían, volvía con ella antes de las nueve, pero entonces ella lo convencía de quedarse otro rato viendo la tele, jugando algún juego de mesa, y así se fue integrando a la familia. Elvis le hacía preguntas acerca de lo que le esperaba en Inglaterra, y Zack le contestaba al principio con un poco de timidez, pero luego con más confianza.

Verlo partir fue muy duro para ella. No lo acompañó al aeropuerto porque ya iban justos en el auto con todo el equipaje de él, pero él sí que vino a su casa a verla por última vez antes de partir. Ella le dio un muy fuerte abrazo, muy sentido, pues lo iba a dejar de ver por muchos años.

—Y recuerda, eres brillante —le dijo ella mirándolo fijamente a los ojos como si así la información fuera a entrar mejor en su mente—, tu cerebro es oro puro. Puedes conquistar el mundo si te lo propones.

—Vale, vale —sonreía él.

—La tecnología es el futuro del mundo, no te desvíes. Eres un ganador, y contigo se juntarán los ganadores—. Él volvió a reír, y ella lo volvió a abrazar—. Y no te enamores de... de nadie. Las inglesas son feas todas.

—Pobres inglesas.

—Ni las niñas ricas. No te enamores de ninguna.

—Lo intentaré. Mi corazón es joven, después de todo—. Ella lo miró fijamente a los ojos. Lo que quería, en verdad, era meterse en su maleta e irse con él.

—Te voy a extrañar muchísimo —dijo, tratando de contener sus emociones, pero le era difícil, y los ojos se le humedecieron. Se había propuesto no llorar, pero estaba fallando.

—Yo... intentaré pensar en ti —siguió él con el mismo tono bromista—, pero no te garantizo nada —ella le dio un suave manotazo en el hombro, pero él sólo se echó a reír y la abrazó por última vez.

—Estaremos bien —susurró él sin soltarla—. Estaremos en contacto.

—Abre una cuenta de correo electrónico en cuanto puedas.

—Ya te dije que lo haré.

—Por favor, no te pierdas. Prométeme que...

—Amelia, voy a estar bien. Y tú... Espero que no necesites otra vez que te rescaten de Damien.

—Oh, no te preocupes. Yo solita lo mandaré a la mierda si se pone pesado de nuevo —él la miró extraño, como si sus palabras le sonaran de algo.

Un dèja vú.

Ella se echó de nuevo a sus brazos, y él incluso la alzó un poco en una larga, larga despedida. Le dio un beso en la frente y al fin dio la media vuelta para subirse al auto donde lo esperaba toda la familia. Amelia se despidió agitando su mano largo rato hasta que los perdió de vista, pero el nudo en la garganta no se deshizo aun después de eso.

Es para bien, es para bien, se repitió Amelia una y otra vez. Esto le hará bien. No sé por qué esto cambió, pero debo creer que es para bien...

Anhelo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora