Estaba sentado en la barra libre. Era un poco raro, casi parecía desentonar con su atuendo, también bastante sencillo: solo una camisa de vestir, pantalones de mezclilla, y creo que pude ver que usaba zapatos casuales; tenía el cabello ligeramente largo, peinado hacia atrás. Me dio curiosidad al principio, pero luego empecé a sentirme sonrojada porque no nos quitaba los ojos de encima.
En realidad, no dejaba de mirarme a mí.
Muchos de los hombres ahí se nos quedaban viendo. Fue otro de esos típicos momentos cuando un grupo de chicas llegan a un antro: los hombres, siempre atentos, saben que es un buen momento para empezar a invitar bebidas y, si tienen suerte y hacen los movimientos adecuados, conseguir algunos besos o hasta un encuentro de sexo casual después de bailar durante toda la noche; si no son tan afortunados, o aún carecen de experiencia, solo consiguen unos tragos, risas y quizá un número de teléfono para intentarlo después; otros, reciben un número falso para que dejen de molestar, o un rechazo directo. Todo depende.
Teníamos las miradas encima y algunos sujetos empezaron a acercarse poco después. Unos eran jóvenes y atractivos, otros ni lo uno ni lo otro. A los primeros les era fácil acceder a los círculos de mujeres; aproximarse a ellas no representaba mayor desafío, ¿quién se opondría a una bebida gratis de un chico guapo y carismático? A los otros, en cambio, no les iba tan bien... y solían regresar a la barra, decepcionados, a la espera de alguien menos exigente.
Pero quien llamó mi atención no entraba en ninguna de estas categorías. Él no hizo ningún movimiento, ninguna estrategia típica. Solo se quedó en su lugar. Siguió ahí, sin pararse a bailar, recargado con un brazo sobre la superficie de madera de la barra, frente a un bartender que agitaba bebidas y preparaba todo tipo de tragos, atendiendo al resto de las personas que llegaban pidiendo un poco de esto y de aquello.
Él únicamente estaba ahí, con una cerveza en la mano. Tenía un ligero aspecto con tintes de intelectual que me pareció lindo e interesante.
Se veía... diferente, en algún sentido. Se quedó mirándome. Sus ojos me parecieron muy llamativos, eran claros. Intenté darle poca importancia y acompañé a mis amigas por su primera ronda de tragos para después ir a la pista. Solo pedí una cerveza.
Estando cerca de la barra quedamos a escasos metros de donde él estaba. Vi que sus ojos eran de un bonito color verde no muy usual. Creí que se acercaría en ese instante pero... permaneció en su asiento, sin quitarme la vista de encima, sonriendo.
Eso me puso algo nerviosa.
Volvimos a la pista, nos buscamos un hueco entre la gente y comenzamos a bailar. Pasaron apenas unos minutos cuando algunos sujetos se acercaron a nosotras: nos invitaron tragos, pero yo rechacé todos y conservé la cerveza que pedí. Mis compañeras, por otro lado, tomaban sin mucha preocupación: ellas conocían suficiente de hombres y de bebidas como para cuidarse solas o para permitir que alguien les invitara una copa, no les preocupaba «cruzarse» y estaban atentas a que no hubiese pastillas extrañas haciendo burbujas en el fondo del vaso.
Ellas, sin duda, eran más expertas. A mí me gusta mucho bailar, pero apenas tomo al salir de fiesta, y, como dije antes, solo acompañé a mis amigas esa noche porque necesitaba relajarme; estas semanas me había estado preparando demasiado para ese estúpido examen de la universidad, pero aun así reprobé...
Varios chicos iban y venían con tragos; unos se marchaban en cuanto mis amigas dejaban de coquetear con ellos, pero otros se mostraban más insistentes. En apenas una hora, tres de ellos tuvieron la suficiente perseverancia o hicieron las jugadas precisas para quedarse en nuestro grupo.
Bailamos bastante durante esa noche. Mis amigas estaban divirtiéndose incluso más que yo... Cada una tenía ya un acompañante, alguien con quien pasar el resto de la noche, mientras que a mí ellas me llevarían y dejarían en casa para volver a dormir hasta el mediodía a la mañana siguiente.
Un par de tipos intentaron ligarme, pero yo solo quería bailar y seguí rechazando todas las bebidas, alejándome en cuanto hacían cualquier intento por tocarme o por convencerme de ir con ellos a «otro lugar más privado».
Brenda fue a la barra por más tragos. Su nuevo «amigo» nos invitó a todas un caballito de tequila. Hasta ese punto apenas había terminado mi primera cerveza. Todas lo tomamos juntas y cuando lo bebí, me ardió la garganta. Todas gritamos. Hice una cara y devolví el caballito vacío. Enseguida Branda se volteó hacia mí.
—Ese chico de la barra no te quita los ojos de encima —comentó, levantando la voz por el sonido de la música para que la oyera. Me indicó quién con la mirada y lo vi de nuevo, recargado en la barra libre, bebiendo y con una pose muy segura. Me estaba observando—. Se ve que le gustas, linda... ¿Por qué no vas con él? —preguntó.
—Ni siquiera lo conozco —le respondí.
—Pues deberías, Pao. Es muy guapo.
—¿De quién están hablando? —intervino Aranza.
—De ése chico de ojos verdes que está sentado allá en la barra —explicó ella—. Lleva mucho tiempo sin quitarle los ojos de encima a Paola.
—¡Tienes razón! Yo también lo noté varias veces mientras bailábamos y no te ha dejado de ver en todo este tiempo —dijo Aranza.
—No voy a ir con él —respondí—. ¡No jueguen!
—¡¿Por qué no?! —preguntaron ambas al mismo tiempo y comenzaron a reír por lo absurdo del momento, además del alcohol que empezaba a hacerles efecto.
—Porque vine a bailar con ustedes, no para otra cosa. Quiero bailar y olvidarme de todo en la escuela —repuse con firmeza.
Y seguí bailando.
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Cuando el teléfono sonó ©
УжасыPaola va a un antro en la ciudad con sus amigas para divertirse después de un largo día en la universidad, tras haber reprobado un examen. Al llegar al lugar, en medio del tumulto, el ambiente y la música, algo llama su atención: un par de ojos verd...