Sentía un ligero cosquilleo cada vez que lo oía hablando. La música era muy fuerte, casi estridente. Pero... su voz era clara y parecía que su boca solo se moviera, susurrando en medio de todo el ruido. Mi mirada solía desviarse hacia sus labios de vez en vez. También notaba un brillo raro en sus ojos, como nada que hubiese visto antes.
Él no tardó mucho en darse cuenta de la forma en que lo observaba.
—¿Ocurre algo, Pao? —preguntó.
—No... no. Es que... —Reí por lo obvio de mi contradicción—. Es que, en verdad me asombra que yo tengo que elevar muchísimo la voz y tú... bueno, tú...
—Apenas y abres los labios —concluyó conmigo la oración y sentí de nuevo ese ligero escalofrío. Me quedé callada sin saber qué cara poner—. Mira, Pao, te voy a decir algo pero, por favor, quiero que no te exaltes.
—¿De qué hablas?
Hubo una breve pausa. Después, él dijo:
—Es algo raro de explicar, pero creo que es mejor si te lo muestro a que te lo diga. ¿Te importa si te enseño de qué se trata fuera de aquí? Podemos ir a uno de los jardines que están muy cerca de este antro.
Me quedé pensando nuevamente, creyendo que aquello podría tratarse de una broma o de algún intento por llevarme a un sitio solitario. Sentí desconfianza. Sabía bien que en los jardines del centro de la ciudad suele haber actividad hasta muy noche... aunque en ese momento era mucho más tarde de lo que jamás hubiese estado alguna vez por esos sitios.
—Solo si tú estás de acuerdo, Pao —añadió—. Ahí todavía habrá seguramente algunas personas y aún hay gente por las calles. No quiero que pienses mal de mí.
Algo en mi interior me sugería irme a casa, marcharme de una vez: el hecho de verle apenas abrir la boca al hablar... me ponía progresivamente más y más nerviosa. Y empecé a comprender que me había quedado sola, que mis amigas ya no estaban para hacerme bromas, pero tampoco para acompañarme. Pero, simultáneamente, había algo más... algo que me llamaba a averiguar, una curiosidad que por poco... creí que no era mía.
—Déjame marcarle a un taxi —le comenté— y decirle la dirección al conductor para que pase por mí al jardín. Así podré irme de una vez. Ya es muy tarde.
—Me parece bien —dijo él, respetando en todo momento mi espacio, sin intentar acercarse o abrazarme siquiera por el hombro.
Nos dirigimos hacia la salida y, ya afuera, llamé a un taxista de confianza. Me confirmó mi ubicación y dijo que estaría ahí en algunos minutos. Caminamos sobre Universidad, por las aceras de cantera rosa, hasta llegar a la calle Juárez; de ahí nos fuimos al jardín Zenea, en el corazón de la ciudad. Miramos los edificios antiguos, con sus fachadas de estilo barroco, algunas tiendas cerradas, y a lo lejos una iglesia de San Francisco, con el monumento el un indio danzante a un costado suyo. Al llegar, había al menos un par de parejas y grupos de amigos platicando, dispersos en las bancas o tomándose fotos en el quiosco del centro de la plaza.
Por primera vez, Jorge me tomó dulcemente de la mano y me condujo hasta un lugar no muy apartado de las demás personas. Nos sentamos y comenzó a tratar de explicarme algunas cosas:
—Mira, Pao: sé que esto te puede parecer extraño, pero voy a decírtelo con el mayor tacto posible. Puede que te impresiones un poco al principio, pero te lo digo de esta manera porque no quiero que te asustes.
—Pues ya me estás asustando bastante, Jorge —repliqué, mientras empezaba a sentir cada vez más nervios.
—Hazme un favor, Pao —dijo—: Cierra los ojos.
Varias ideas cruzaron mi cabeza en ese momento, dudé de creerle. Pensé: «Debe de estar bromeando... ¿cree que acaso voy a caer tan fácil? ¿En verdad piensa que así él me va a...»
—No voy a tratar de besarte —atajó él.
Guardé silencio en mis pensamientos. ¡¿Cómo había podido saber eso?! Quizá era algo un poco obvio ante tal sugerencia.
—Confía en mí —dijo, tomándome ambas manos con ternura.
Me puse nerviosa, miré rápidamente en derredor, tratando de ubicar bien dónde estaban todas las otras personas. Seguí sintiendo esa extraña curiosidad y, finalmente, miré sus ojos verdes... Los observé atentamente mientras comenzaba a cerrar los míos. Una sensación rara me invadió el cuerpo. Aquél hormigueo volvió a recorrer toda mi piel.
—Escucha —comenzó a decir Jorge—: en este mundo existen personas que son muy distintas al resto de la gente, que sobresalen de entre los demás por sus cualidades. Hay quienes tienen ciertas habilidades físicas que les hacen destacarse; algunos otros son, en cambio, bastante inteligentes o capaces de hacer cualquier tipo de hazañas de creatividad.
»Creo que todos en este mundo tenemos realmente una habilidad —prosiguió—, algo que nos hace únicos, más allá de nuestros cuerpos. Y lo que voy a mostrarte es, básicamente, que... poseo una habilidad muy especial.
—¿De qué hablas? —pregunté curiosa, todavía con los ojos cerrados.
—Es algo muy impresionante que quiero que veas. Deja tus ojos cerrados durante otro momento y, cuando te lo pida, ábrelos y mírame.
Aguardé durante algunos segundos más, escuchando el silencio del jardín, preguntándome de qué iba todo eso. «¿Por qué quiere mostrarme y no explicármelo únicamente?», pensé.
—Porque si te lo digo solo en palabras no lo entenderías —le oí decir...
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Cuando el teléfono sonó ©
HorrorPaola va a un antro en la ciudad con sus amigas para divertirse después de un largo día en la universidad, tras haber reprobado un examen. Al llegar al lugar, en medio del tumulto, el ambiente y la música, algo llama su atención: un par de ojos verd...