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Han pasado los días como segundos desde que comencé junto a madre este viaje a la más fría pero hermosa frontera de las dos Coreas por mi doceavo cumpleaños. Mamá me dijo que vendríamos durante un tiempo, pero no sabía si podríamos volver a nuestra antigua casa porque le recordaba a mi padre.

La frontera era como el famoso "Muro de Hielo" de Juego de Tronos; separaba norte y sur, algo que me pareció totalmente fascinante en un principio.

- ¡No corras tan rápido, NamJoon! ¡Te puedes caer! – aquello lo gritó mi madre a una distancia considerable de mí, por lo que - seguramente - incluso pudo escucharse en la zona desconocida que era el norte para nosotros.

- ¡No te preocupes! – respondí a su preocupado tono suavizando mi paso, tratando de darle la confianza suficiente como para saber que no caería ni iría demasiado lejos.

El silencio se hizo en el lugar con la excepción de mi respiración agitada, el viento que golpeaba mi rostro suavemente y de unos casi inaudibles hipidos, provenientes del otro lado de la frontera. A tan solo unos metros pude distinguir entre una gran cantidad de cajas que pedían precaución a una pequeña figura, encogida sobre su lugar, tratando de esconderse de algo, supuse.

No sé en qué momento ocurrió, pero pasaron los minutos desde que me quedé allí, en pie, viendo como unos pequeños espasmos se dejaban escapar del cuerpo del otro.

Su cabello era oscuro, casi negro en su totalidad; este mismo llegaba hasta sus hombros, lo que le hacía ver bastante más pequeño y frágil; tras la ropa desgarrada, pude distinguir una delicada y dañada piel parecida a la nieve del norte de la que todos hablaban.

Durante un instante, aquella pequeña figura levantó la mirada, llevándola hasta cualquier punto desconocido para mí. Era como si su mirada estuviese totalmente perdida...casi tanto como la persona que la portaba.

Sus ojos eran de oscura intensidad, tan profundos y cristalinos a su vez que hicieron que me quedara sin aliento.

El motivo me era desconocido, pero una enorme intriga se apoderó de mi cuerpo y mente cuando le vi mover su brazo. Trataba de secar sus lágrimas, sin tener éxito.

Con un nudo en la garganta traté de llamar su atención, pero me pareció imposible. Entonces recordé la forma en la que papá y yo solíamos llamar a nuestras mascotas cuando volvíamos del parque canino, no es como si él fuese un animal, pero tan solo era un niño y no supe qué más hacer.

Comencé a decir nombres aleatorios con cierta desesperación.

- ¡GeumJae! – no reaccionó ante mí primer intento, pero, claro, no pensaba rendirme tan pronto, así que continué probando con una cantidad considerable de nombres.

Ninguno lograba llamar su atención...pero cuando lo di todo por perdido, un pequeño rayo de esperanza apareció entre las sombras.

- ¡YoonGi! – grité, esta vez, quedándome sin aliento al hacerlo.

Grité de forma tan violenta y cansada que incluso mi madre - la cual se encontraba a unos metros de mí - me miró con sorpresa, pero eso no me importó al ver cómo, de repente, los pequeños ojos de la persona al otro lado se abrieron con sorpresa y buscaron por los alrededores hasta dar conmigo.

- YoonGi...

Al unir nuestras miradas durante un par de segundos, pude ver como sus mejillas se empapaban y su labio inferior comenzaba a temblar.

Su cuerpo trataba de levantarse para poder acercarse, pero su mente pareció hacerle entrar en razón; a fin de cuentas...éramos rivales.
Cuando no hubo más tiempo para respirar el mismo aire y pensar en la simple existencia del otro, nos encontrábamos frente a frente, con una molesta valla metálica entre nosotros, aunque era lo suficientemente grande como para poder ver sus finos rasgos y su baja estatura, la misma que me enterneció de sobremanera.

Su boca se abrió y cerró lentamente, como si tratara de decir algo, pero un ruido entre los árboles cercanos se lo impidió, haciéndole retroceder al ponerse en alerta.

- ¿Tu...tu nombre es YoonGi? – pregunté de forma desesperada, buscando nuevamente los profundos ojos que de nuevo se hallaban perdidos.

Una vez más, sus pequeños labios se abrieron con ligereza, subiendo la mirada hasta unirla con la mía.

- Yo... – unos fuertes gritos interrumpieron al pequeño chico, quien se giró rápidamente, cambiando por completo la expresión de su rostro.

- ¡Ey, tú! ¿Qué haces aquí? – el grito de un militar se hizo presente en el lugar al tiempo en el que apareció tras unos árboles, con un arma en sus manos que hizo que mi corazón se parara por el impacto.

Unas suaves palabras me hicieron volver a la realidad antes de observar como la figura de aquel chico, rápida y ágil como un felino, desaparecía en la distancia con el portavoz de las anteriores llamadas de atención, que corría a su vez tras él.

No estoy seguro, pero, como si fuese un leve suspiro me pareció escuchar un tímido "lo siento" salir de los labios del que estaba frente a mí antes de empezar a correr en la dirección contraria.

Me quedé por varios minutos en el mismo lugar, observando el camino por el que se había marchado tan repentinamente hasta que me di cuenta de que no iba a volver; lo que causó un revuelo en mi estómago que no sabría explicar.

- ¿Quién eres...?

Con pesadez caminé hasta pegarme a la estúpida valla, preguntándome que sería de él, si estaría bien, por qué ese hombre le persiguió sin motivo alguno... Me pregunté si algún día lo volvería a ver.

- Osito, volvamos a casa. – reclamó mi madre con una notable pesadez en su voz. Se notaba que estaba cansada.

- Volverá... ¿cierto? – pregunté eso con mis típicos ojos de cordero degollado mientras me preparaba para poder seducir y convencer a mi progenitora - ¿Podemos volver mañana? ¡Di que sí! ¡Di que sí! – supliqué aquello con un pequeño puchero en mis labios.

Y ahí estaba, su clásica y hermosa sonrisa marcada con dos dulces hoyuelos, los cuales había heredado notablemente.

- Humn... – pareció pensarlo, poniendo una mano en su barbilla, dejando un semblante serio durante décimas de segundo para posteriormente sonreír nuevamente y asentir levemente con la cabeza; despeinado mi cabello ya revuelto.

- Está bien, pero ahora volvamos a casa.

Pasadas las horas - en las que no salí de mi habitación más que para ir a por algo de cenar, mirando por la gran ventana a algún punto lejano - mi mente estaba aún más repleta de preguntas por cada segundo en el que un lujoso auto o una gran casa se cruzaban con mi mirada. Incluso por la sala en la que me encontraba... una pregunta simple pero como tantas otras apareció en mi mente solo que sin respuesta alguna.

¿Por qué algunos tienen tanto y otros tan poco?

Cuando el sol se fue perdiendo en el horizonte, una sensación de sueño llegó a mi sistema como un disparo.

Una bocanada de aire salió de mis labios en forma de bostezo mientras trataba de levantarme para cambiar mi ropa, cosa que hizo que aquel niño volviese a mi mente.

Él llevaba tan solo una camisa blanca, estaba sucia, desgarrada, manchada de lo que parecía barro y pequeñas costras de las heridas de su cuerpo.

- YoonGi...

Finalmente busqué algo de ropa en el gran armario frente a mí y, tras cambiarme, comencé a seleccionar las que parecían ser más pequeñas.
Al darme cuenta, una pequeña sonrisa salió de mis labios.
Lo cierto es que todo era para él, aunque no sabía nada...tan solo su nombre.

El chico del norte, el chico de pálida piel y ojos cristalinos...

Para cuando quise caer en la cuenta, había caído en los brazos de Morfeo. Esperando que no haya sido un simple sueño o al menos, de ser así, poder volver a soñar lo mismo.

ʳᵃᶜⁱᵃˢ ᵖᵒʳ ˡᵉᵉʳ ʸ ᵛᵒᵗᵃʳ

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A pesar de las murallas «ᴺᵃᵐᵍⁱ»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora