El hombre de la hamaca

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"¿Sabes?" dijo con su característica voz, ronca por el tabaco, "antes solía soñar, ahora solo recuerdo cosas". El niño se le quedó mirando sin entender lo que el anciano pretendía decirle. "Sí", siguió, ignorando la expresión de desconcierto del pequeño sentado a sus pies, "vivía cosas imposibles de ver con los ojos abiertos". Los inocentes ojos se iluminaron pensando en cosas fantásticas como dragones, hadas, magia, y todo tipo de misterios. Su imaginación se desbordaba por momentos y ya no era capaz de centrarse en el hombre sentado en la hamaca. Con blanca barba espesa y la morena piel marcada por los años. Deseaba que no se fuera nunca, pero en el fondo sabía que no le quedaba mucho. Ya no reconocía a su mujer la mayoría de veces. Confundía a sus hijos y sus nietos. El único que parecía devolverle la cordura era él. Él y sus charlas sin sentido sobre cosas que su tierna edad no le permitía comprender.

Entonces siguió diciendo: "soñaba con cruzar el gran charco, ser el dueño de mi propio negocio, estar rodeado de mis hijos y envejecer con la mujer que amaba. Con tocar el cielo. Imaginaba cosas que creía imposibles. Ahora miro para atrás y me doy cuenta de que mis sueños se han convertido en los recuerdos de una vida". Poco a poco las piezas empezaron a encajar. El anciano estaba más cuerdo que nunca. Sentado allí en su hamaca, con su nieto sentado a sus pies, escuchando con ojos hambrientos todo lo que le explicaba. Sus sueños se habían hecho realidad. Toda una vida que había ido tomando forma con cada paso del camino. Ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Su vida no tenía caducidad. Los recuerdos le atenazaban por las noches diciéndole que allí ya no podría descansar más. El verdadero descanso venía después. Un día no volvería a abrir los ojos, sumiéndose en un sueño eterno. Y quién sabe lo que podría hacer entonces. Todas esas cosas que las limitaciones de la vida humana no permitía.

Lloraba. Miraba a su abuelo y lloraba con una sonrisa en los labios. Solo pudo decir una cosa: "Lo entiendo. Nos veremos al otro lado de los sueños". Los ojos ya blanquecinos por la ceguera y hundidos en las cuencas estaban fijos en él. "Sí, allí nos vemos". Y la vida que había soñado empezó a apagarse.

Microcuentos para pensar el rato [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora