Gioconda se quedó sola junto al cadáver de quien fuera su esposo por casi 30 años. El hombre quien le ayudó a criar a su hija y la hizo vivir una vida llena de confort y lujos, el hombre a quien quiso pero que nunca pudo amar.
Afuera la tormenta no cesaba. La lluvia y el frío parecían sentirse incluso hasta dentro de la sala donde ella y él permanecían juntos. Gioconda continuaba sentada sobre el sofá manteniendo en su regazo la cabeza de Ignacio cuya vida ya estaba extinguida.
Ella se mecía hacia adelante y hacia atrás. Lloraba y acariciaba los cabellos de él. Su pecho estaba encogido por el dolor y el miedo.
-¿Y que hago yo ahora? - se preguntaba - Me has dejado sola Ignacio.... sola
Gioconda cerró los ojos y pudo volver a recordar.
Ahi estaba él, el hijo del vecino. Un muchacho moreno, de sonrisa ancha y una mirada tierna. Pablo y Gioconda se enamoraron desde el primer momento en que se vieron pero su familia impidió aquella relación a fuerza de castigos salvajes que su padre le proporcionaba a ella y a él.
-¡Ese no es tu destino hija! - le gritaba su padre mientras la azotaba con su cinturón - ¡No debemos desafiar a Dios!. Ese hombre no es de nuestra clase, no tiene nuestra sangre... ¡Nunca lo permitiré!
Hacía años que Gioconda había intentado dejar atrás todos aquellos recuerdos, como así también sus sentimientos por Pablo, de quien nunca volvió a saber nada. Simplemente no llegó a la cita en la que los dos habían planeado huir lejos y vivir su amor libremente.
Resignada y abatida aceptó casarse con Ignacio. El hijo del socio principal en las empresas de su padre. Ignacio tampoco la amaba, pero resignado obedeció las ordenes de sus mayores y unió su vida a la de ella intentando dejar atrás el único amor sincero y real que alguna vez sintió por alguien.
Con las piernas aletargadas logró llegar por fin hasta el teléfono y marcar a la ambulancia. Luego, volvió a sentarse junto al cuerpo de Ignacio y en su cabeza volvían a retumbar sus últimas palabras:
-¡Promételo!. ¡Promete que no le harán lo que a nosotros!
-No puedo Ignacio...
Lloraba mientras se refregaba las manos una contra la otra hasta sacarse pequeños pedazos de piel
-¡No puedo! ...¡Qué va a ser de nosotras ahora!
*******
Julian conducía su Porsche deportivo negro a toda velocidad por la autopista. La calle estaba mojada y muy resbaladiza. A él no le importaba. Si chocaba y si se mataba sería lo mejor que lo podría pasar.
-¡Esa imbécil de Isidora! ¡Cómo se atreve a desafiarme a mi! Me las pagarán. Y ahora... qué le diré a ella... Seguro estará esperándome... ¡Qué le diré!.... ¡Por qué no me muero de una vez como lo hizo Ignacio!. ¿Es que no encontraré paz nunca?
A pocos metros de su casa, Julian decidIó detener el Porsche. Su corazón latía descontrolado. Apoyó su cabeza sobre el volante. Afuera la lluvia y el viento no le hacían más fácil concentrarse en sus recuerdos.
Cerró los ojos y pudo verse a él mismo siendo aun un jovencito. Estaba tendido de espaldas en su habitación y una extraña sensación se apoderaba de él mientras su pequeña mano recorría su sexo adolescente. Recordó que tuvo miedo pero las emociones eran más fuertes y decidió continuar con su exploración.
Sus compañeros del colegio ya hablaban de aquello que en su casa estaba prohibido. Sólo una vez había cometido la osadía de preguntarle a su madre que significaba "hacer el amor" y ella, con una mirada llena de resentimiento, le lanzó la peor de las bofetadas que ahora recuerde.
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CIEGA OBSESIÓN
RomansGabriel es un chico que proviene de una familia humilde que con su esfuerzo logra llegara conseguir pequeños objetivos que lo llevan a conocer a Isidora y caer rendido ante su belleza y personalidad. Ella es una mujer llena de temores y frustracione...