Capítulo 6

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Comenzaba a preguntarme cómo nadie se daba cuenta que Adrian llevaba más de una hora metido en el baño

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Comenzaba a preguntarme cómo nadie se daba cuenta que Adrian llevaba más de una hora metido en el baño.  Podría estar robándose las joyas de Jena o el computador de papá sin que nadie hiciera nada por impedirlo.  Por suerte sus intenciones en mi casa eran mucho más simples: terminar un puente.

Estábamos cerca de terminar cuando Elias salió de la cocina, muy emocionado.

—¡Oye, Adrian! Encontramos un video en YouTube donde muestran como se hace... —Su voz se fue apagando a medida que era consciente de lo que pasaba.  Su compañero y yo habíamos descubierto el método, sin ayuda.

—Sí, también lo vi —contestó Adrian.

—¿Y por qué no nos dijiste? —preguntó ofendido.

Antes que pudiera responder, Max también apareció en la sala, sin embargo su reacción fue totalmente distinta.

—¡Wow! ¡Está casi listo! —exclamó—. Adrian eres brillante.

—La idea fue de...

—Solo buscamos en Internet —interrumpí a Adrian.

Me levanté y me encaminé a mi habitación, sin ganas de tener nada más que ver con ese puente.

Me tendí en la cama, sin saber exactamente por qué estaba enojada.

Entonces mi teléfono me avisó que tenía un nuevo correo.  Por lo general nadie me escribía, así que supe de qué se trataba mucho antes de abrirlo.  Mi pasantía en el observatorio "Astrea" había sido aprobada.

Entonces supe qué era lo que tanto me molestaba.

Miré mi habitación, en lugar de cantantes, los pósters pegados eran de planetas.  Mi ventana estaba enmarcada por estrellas fluorescentes que había pegado de niña.  Tenía un planetario, muchas hojas llenas de ejercicios dispersas en todos lados, libros, muchísimos libros, sobretodo de física y astronomía, todos con la cubierta gastada de tanto leerlos.

Era un cuarto vacío, sin fotografías, sin recuerdos especiales, sin nada de mucho valor. 

Me acerqué al espejo, polvoriento por el olvido, y me encontré con mi propia imagen.  Mis rizos que constantemente desafiaban la gravedad,  mi piel morena, mi nariz pequeña, mis tenues pecas.  Por lo general usaba prendas holgadas para ocultar mis kilos demás, y en esta ocasión, llevaba un poleron tan grueso y grande, que parecía robado del armario de algún jugador de basquetbol.  En conclusión, no había nada en mi aspecto que me gustara, nada que me hiciera sentir hermosa, ni aunque cubriera mi piel con maquillaje o usara otro tipo de ropa.  

Todo lo que había frente a mí era una chica patética, incapaz de hacer amigos o al menos hablar más de dos palabras con alguien.  Una niña que se limitaba a esconderse detrás de una maraña de pelo, que miraba desde la ventana cuando llegaba el mejor amigo de su hermano a casa, porque sabía que él nunca me iba a mirar del mismo modo que yo lo veía a él y, por lo tanto, me conformaba con restringir mis sentimientos al mínimo.

El deseo de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora