Capítulo 59

7.5K 1.2K 703
                                    

—Sí —afirmó Afrodita, con rencor—

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Sí —afirmó Afrodita, con rencor—. Tenemos un trato y yo soy una mujer de palabra, pero éste fue modificado por ella, y ya no es válido.

Apreté la mandíbula al darme cuenta que no iba a ceder, y era mi culpa también.

—Ambos tenían derecho a una modificación —alegó Liz—. ¡Adrian, despierta!

—¡Despavila, Adrian! —gritó Fran.

—¡Di algo! —exclamó Agustín.

—¿Qué está pasando? —repitió Nick.

Levanté la frente y vi la divina figura acercarse a Adrián, quien todavía tenía los ojos brillantes. Estaba intentando recobrar la compostura, entre los gritos de aliento. Lo suyo no era un shock de aquellos que le impidiera hablar, en realidad no quería que su voz sonara quebrada cuando lo hiciera.

—Quiero que escuches a Syb —dijo al fin—, que respetes el acuerdo con Liz y rompas de una vez esta porquería de maldición.

Se hizo un silencio , de esos que debía haber antes que Dios creara el mundo, para los cristianos.

Ningún ser viviente se atrevía a interrumpir, ni siquiera los procesos biológicos más naturales, como los latidos del corazón. Todo estaba sumido en el silencio.

Y la pausa acabó cuando Afrodita retomó el curso de la vida.

—Escucha, pequeño y problemático mortal, desde hoy ni tú, ni tus hijos, ni tus ancestros si es que te queda alguno, van a sufrir por mi maldición —anunció, luego se giró a ver a Lizzie—. Sin embargo, si esa deplorable y ebria mortal que ves ahí no cumple su parte dentro del plazo, olvídate que alguna vez pronuncié esas palabras, y esta vez. —Se giró a verme—, el castigo será mucho peor, por desafiarme.

Y luego de lanzar sus amenazas, se desvaneció en el aire.

—Toda una diva —suspiró Fran.

—¡Seguimos trabajando para usted, su excelencia! —gritó Liz.

—¿Alguien me explica que está pasando? —Pidió Nick.

Quería preguntar por qué él no entendía nada si yo pensaba que aquí todos sabían que los dioses griegos, como si fuese un hecho científicamente comprobable.

Pero no iba a hacer nada, porque en ese momento no podía hacer dos cosas a la vez, y la prioridad en mi cerebro, era continuar viendo a Adrián, quien seguía sin moverse ni un poco.

—Tú cállate, que aún no termina esto —reclamó Flor.

Tenía razón.

—¿Adrián? —pregunté.

Mi voz lo sacó de su estupor. Me miró y caminó hacia a mí, todavía parecía un poco perdido, incrédulo.

Pero a medida que avanzaba, sus pasos se hicieron más firmes y decididos. Con ese mismo ímpetu, se agachó y me besó de una buena vez.

El deseo de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora