La luz de la mañana empezaba a iluminar la habitación. John no había podido pegar el ojo en toda la noche. Por alguna razón algo lo mantenía despierto; tal vez la muerte de su madre lo había empezado a conmover, pero cómo iba a ser posible. Él casi no conocía a esa mujer, a la cual solo había visto tres veces: la primera, en la oficina del abogado de su abuelo; la segunda, en el funeral de su tío y la tercera, en la mesa de la morgue del Hospital General.
Despejó su mente un poco y se levantó. Caminó a la cocina, tomó sus medicamentos para la depresión, los cuales ya eran parte de su vida cotidiana desde que hace 2 años. Entonces, su estupidez alcanzó otro nivel: se le ocurrió la brillante y malograda idea de saltar del techo de la casa de, en ese entonces, su mejor amigo, después de descubrir que su querida Rosalía decidió dejarlo por un argentino.
Sus días eran simples: trabajar, volver a casa e intentar dormir... Y cuando no cumplía esta rutina lo invadía la ansiedad. Para su desgracia, ese día la oficina había cerrado porque una de las computadoras estalló y provocó un pequeño incendio.
Su departamento de cuatro habitaciones era un desastre. Lo único que parecía decente era la cocina y eso porque de vez en cuando tenía que limpiarla para evitar que los trastes sucios y restos de comida podrida apestaran toda su casa. Lo único que tenía eran una manzana y un poco de té de jazmín. Nada llamó su atención y se dispuso a volver a la cama.
La falta de sueño y su profunda depresión lograron romper con la poca cordura que le quedaba. La voz que normalmente le susurra y repite sus errores y lamentaciones, ahora le gritaba y reprochaba su falta de coraje.
Un desesperado impulso lo hizo levantarse y salir corriendo al tejado del edificio departamental de cuatro pisos. Una vez en el borde de la azotea, pensó qué lo llevaba a tal extremo; tal vez su falta de entusiasmo hacia la vida o simplemente el cansancio. Desde su último intento de suicidio había logrado conseguir algunos días buenos, pero no lo eran del todo, pues la soledad y la ansiedad siempre estaban presentes y lo atormentaban.
Saltó la verja de seguridad de medio metro de alto y una vez del otro lado un escalofrió le recorrió el cuerpo. Ya no tenía miedo sino una mezcla de emoción y desesperación. "Últimas palabras", se dijo. Pensó en algo filosófico, tal vez poético, pero cayó en la cuenta de que nadie lo escucharía, nadie lo había hecho antes y nadie lo haría ahora. Ya no tenía ni la más mínima importancia molestarse en soltar esas últimas palabras. Con ese pensamiento dio un paso en el vacío cayendo sobre el pavimento.
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AUN...ME AMAS
Short StoryE aquí una recopilaron de los cuentos cortos mas tristes o románticos que he sacado de mis episodios depresivos. No son la gran cosa pero me gustaría que alguien los leyera. no estoy segura de cuantos serán y de que trataran pero se que al menos lo...