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Ley de Confraternización

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Hombre Caído

...

El golpeteo de unas uñas esmaltadas sobre una larga mesa sobresaltaba en aquel salón, pese a que los demás acompañantes de la mujer, no paraban de discutir entre ellos. Ella se recostó sobre el respaldo de su cómodo sillón y cerró los ojos. Rogando por algo que la sacara de esa reunión antes de que los despidiera a todos.

Y como si aquello fuera posible, su celular sonó. Le dio una vista de reojo a las dos asistentes que estaban paradas en la puerta y lo tomó.

«¡Soy un bueno para nada!» Ante el primer mensaje se confundió, luego volvió a recibir un par más. «Sabía desde el momento que nunca gané una liga, que sería un fracasado toda mi vida» «Soy tan inútil» «Me pidió el divorcio» «Me echo de casa» «No sé qué hacer»

Misty tras leer aquel mensaje, se puso de pie. Haciendo que todos los hombres sentados junto a ella, se quedaran en silencio.

—Tengo que salir —les informó, quitó la mirada del teléfono y sin dejar que cuestionaran su decisión, continuó—. No me interesa abrir otro hotel en ciudad Celeste, quiero que sea en Isla Espuma, ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? ¿Y hablaron con Gary Oak? El señor Gary Oak está haciéndose cargo de las investigaciones en isla Canela sobre los fósiles. Les dije que quiero esa investigación en las instalaciones de mi museo —al ver que ninguno decía nada y se miraban entre ellos, agregó—. Trabajen, que para eso ganan lo que ganan —y tras eso se retiró, seguida por dos mujeres vestidas de blanco con detalles en negro en el borde de su falda tubo hasta la rodilla y en el cuello de la chaqueta que lucían sobre una blusa blanca de cuello redondo.

—Voy a casa —les informó a ambas—, mañana terminamos de ver lo de esta reunión, díganles que por favor investiguen lo que les pedí —tomó un abrigo y se lo colocó sobre su traje color celeste de dos piezas.

Tras una reverencia de ambas, salió hacia el ascensor del edificio.

«Ve a mi casa, te espero allá» envió y esperó porque él viera el mensaje.

Suspiró. Aquel iba a ser un largo día.

Salió del edificio colocándose unas gafas oscuras, un auto esperaba por ella, con la puerta abierta.

—Gracias, Tom, llévame a casa —le informó al chofer, que, tras cerrar la puerta, tomó su lugar para llevarla a destino.

En menos de diez minutos, estaba frente a uno de los lujosos departamentos que habrían sido levantados en las cercanías del gimnasio Celeste. Se despidió del chofer con una sonrisa y se encaminó hasta su hogar.

Aquel día había sido sumamente agitado para la joven líder del gimnasio de ciudad Celeste, lo único que esperaba era poder llegar a su hogar, quitarse los zapatos de tacón aguja y meterse a la tina, pero estaba segura que no iba a poder hacer eso. Sonrió resignada mientras subía al ascensor y se quitaba el rodete para liberar sus mechones pelirrojos que le cayeron sobre el hombro derecho.

Suspiró.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el decimoquinto piso, supo que el panorama era peor de lo imaginado, Ash Ketchum la esperaba sentado sobre su maleta, con la mirada perdida, vestido con una polera que ella le había regalado hace más de cinco años, un pantalón buzo oscuro y una lata de cerveza abierta en la mano. Tenía la misma pinta que un vagabundo.

Ley de ConfraternizaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora