Resplandor de Tahití

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🌟Capítulo con experiencia musical

Advertencia: Contenido sexual explícito.


Lo besó fuerte en la boca, sujetandolo de la nuca para que no pudiese escapar, enredando sus manos en su cabello rubio, mientras se sumergían en el mar.

Recorrió su piel, desde los hombros, por sus fuertes brazos, su espalda amplia y tersa, húmeda y caliente, pegando su pecho al propio, su abdomen al suyo, sintiendolo todo.

Él rompió el beso y recorriendo con sus labios el exquisito sendero de su cálido cuello hasta sus hombros, pasando su lengua por su piel color café, saboreandola, como tanto lo había deseado, mientras ella se deshacía del sostén de su bikini.

Cuando sus pechos se vieron libres de su aprisionamiento, lo sujetó por la espalda y, tomando impulso lo rodeó con las piernas por las caderas.

Merehau echó la cabeza hacia atrás, dejándolo jugar con su piel, mientras él le mordía los hombros y bajaba por los desniveles de su cuerpo, hasta sus pechos.

Con pequeños e incontrolables besos, cubrió sus pezones, ya erguidos y gustosos por la calurosa bienvenida.

Comenzó a devorarlos con violencia y ansiedad, a sentir su sabor otorgado por las sales minerales de aquel mar confidente que los había hecho encontrar.

Y ella, como lo estaba disfrutando, se sentía palpitar en ese glorioso vértice, donde, aún a través de la húmeda tela, sentía rozar su creciente aparato.

¡Pero qué fuerza tenía! sosteniendola entera en el agua, haciéndola perderse en el placer mientras le lamía, besaba y chupaba aquellos botones sensibles y oscuros que presumían sus pechos al hervir de excitación.

Con una brazo la rodeó por la cintura, continuando con su lengua su labor, haciendo pequeños círculos alrededor de sus pezones; y, con la otra mano comenzó a pellizcarla.

La mujer dejó brotar de su boca un gemido tan intenso que pudo hacer temblar la tierra. Estaba prisionera de él, de su boca, de su lengua y de sus labios.

Sintiendo un ardor creciente que se manifestaba aún más al rozar su altar de venus con la erección, aún oculta, comenzó a friccionarse contra él.

La morena lo tomó del rostro y volvió a besarlo, soltando sus caderas, hundiéndose con él, desesperada por deshacerse de sus estorbosas prendas.

Pronto, la tela blanca que cubría sus piernas terminó en el fondo del agua, seguidos de sus bermudas y la parte inferior de su traje de baño.

Se miraron el uno al otro, ardiendo en deseo, vibrantes por la pasión, viéndose finalmente desnudos. No consiguieron aguantar mucho más y se fusionaron en un abrazo intenso, volviendo ella a rodearlo con las piernas mientras él la sujetaba fuertemente de las caderas.

Y, entonces, la penetró.

Al sentirlo dentro, Merehau soltó un grito. ¡Pero qué delicia! Se quedó en parálisis gozando de esa dilatación, totalmente extasiada, jadeando en su oído, besandole el cuello y delineando su contorno desde la mandíbula hasta la oreja, haciéndolo estremecer.

Era tan hermosa como la flor de tiare de Tahití, tan majestuosa como una cascada que desborda bajo el cielo estrellado, tan sensual como una diosa. Su encantadora sonrisa se había vuelto tan necesaria para sus ojos como una fruta fresca y pulposa para la garganta de un viajero en un día de intenso calor.

Su cabello era más oscuro que las noches más infinitas; ninguna flor fragante podía compararse con ese aroma que desprendía su piel, esa lujuria que le salía por los poros, mezclada con el olor a mar y a flores, se frotaba contra su cuerpo, cual si esperase que de este modo, su esencia permaneciera para siempre con él.

Sus labios eran un hermoso hibiscus de intenso color rojo, brotando desde su magnífico rostro, hinchados por sus besos, buscando aún el manjar que eran los de él.

Tom bajó sus grandes y perfectas manos hasta su trasero, la levantó un poco y luego la hizo caer, para penetrarla aún más profundo.

Ella lo sujetó por el cuello para estabilizarse, volviendo su atención hasta sus labios, los cuales devoró con ansiedad, mordiendolos, saboreandolos, buscandolos. Y, así comenzó a ondular el cuerpo de manera tal, que sus movimientos parecían confundirse con las olas.

—No sabes... —Dijo Tom entre jadeos y besos—cuánto deseé este momento.

Al escucharlo, sintiéndose deseada, Merehau se excitó más y comenzó a mover las caderas con mayor vehemencia.

—Y yo...

Sentía sus manos recorriendo su cuerpo, bañandola en calor, con el agua salada, sobre sus piernas, sus pechos, su espalda, sobre su nuca. Le encantaba sentirlo, y a él sentirla.

Una y otra vez, como un encantamiento, Tom repetía su nombre, casi al borde de la locura, mientras la llenaba sin poder detenerse deslizándose dentro y fuera de su cuerpo.

—Merehau... Merehau.

El sol comenzaba a asomarse, aún débil detrás del horizonte, anunciando la mañana, descubriendo a los dos nuevos amantes ante un océano que se teñia de turquesa, y un cielo pintado de el arrebol más maravilloso.

Los dioses no podían hallarse más contentos.

Danzando sin parar, extasiados. Mirando desde las alturas el espectáculo erótico que daban ambos mortales.

Se besaban unos a otros, chocando sus labios y  lenguas, flotando con energía. Dándose palmadas de emoción, demasiado excitados por el desenfreno y pasión de la morena y el rubio.

Clavando sus uñas en la espalda de él, la fémina se separó de sus labios, y buscó sus hermosos ojos azules. Lo miró muy profundamente, conectándose con su alma.

Tom miró los suyos, ese marrón oscuro en el que se reflejaban los rayos del sol naciente, ese sol único, que parecía no haber visto nunca antes. Y entonces se sintió caer.

Emitieron ambos al mismo tiempo, mirándose directo a los ojos un grito lleno del más delicioso delirio.

Una oleada eléctrica de placer los recorrió, juntos, llenando sus venas de una sensación cálida y excitante, haciéndolos temblar, uno sobre el otro. Se buscaron sus labios y, unidos al fin, sucumbieron ante el éxtasis alcanzado.

Y miró sus ojos, muy dentro de ellos

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Y miró sus ojos, muy dentro de ellos.

Con ese brillo desplegado por el sol deslumbrante en su iris color marrón.

La luz, siguiendo sus negrisimas pupilas, mientras ambos alcanzaban la cima.

Vió el sol, al alcanzar el más glorioso orgasmo, reflejado en sus ojos.

FIN

Polynesoul ®







Sunnygirl © [Tom Hiddleston MiniFic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora