🌟Capítulo con experiencia musical
Merehau.
Como su abuela la habían llamado.
Mujer hermosa, gentil y humilde, de una alegría radiante que contagiaba al reír, al mostrar esos hermosos y grandes dientes aperlados, como la flor que llevaba detrás de la oreja.
Radiante como el sol, dulce como el nectar jugoso que se extraía de los cocos de donde se bebía y comía.
Perdió sus ojos marrones en la negrura de la noche que transcurría en el exterior de la moderna posada, cuando, de pronto, sintió una presencia cercana.
Guiada por una extraña fuerza, la muchacha desvió la vista para dar frente a aquel que ahora le acompañaba.
Esos ojos del color del firmamento, claros y celestes, hechos de cristal la absorbieron por completo.
Lo reconoció, los rizos rubios, la mirada azul e intensa, la piel rojiza y pecosa por el sol...
Lo recordaba... recordaba sus ojos, sobre ella al bailar, con ese deseo que no se conseguía disimular.
—Ia Orana —escuchó, y al sentir su voz, vibrando a través del aire, algo en su estómago revoloteó.
Se quedó en silencio, embelesada. ¡Pero que apuesto!
Esos bien delineados rasgos; La nariz griega y recta, divina, que de pronto deseó que se hundiera en su cabello color del carbón, los pómulos delgados y prominentes, ¡podrían cortar una piña con ellos! Sus labios finos y rojos, se veían dulces, apetecibles. Y sus ojos tan puros y expresivos, revelando tanto y a la vez nada.
Humedeció sus labios, nerviosa. Su corazón había comenzado a latir tan fuerte como las percusiones con las que bailaba cada noche. Esa música apasionada que la hacía vibrar, como lo hacía ahora, su cuerpo se sentía extraño.
Se aclaró la garganta, Merehau sintió la boca seca, a pesar de sentirse derretir al verlo. La piernas que tan gloriosamente la hacían danzar, se volvieron débiles al sentirlo cerca.
—Hola... —respondió sonriendo, disimulando exitosamente su nerviosismo.
Ella inhaló profundamente y, al hacerlo, sintió su olor. Olía a sal, a mar, a hierba recién cortada, a sol y arena, olía a deseo.
Su aroma penetró profundo con su nariz, haciéndole cosquillas; las hormonas hicieron lo suyo. Hubo una chispa.
Se incendió la atmósfera a su alrededor, calurosa. Volaban rayos y centellas, como una magia exquisita, como en un cuento. Se perdieron el uno en el otro; incluso pudo haber ocurrido un desastre natural en ese momento y ellos no se hubiesen percatado.
Hablaba inglés "¡Pero, que gran alivio!" Pensó Tom. Ahora no se vería enfrascado en un complicado intento de comunicación con esa hermosísima mujer; en definitiva, los dioses lo resguardaban, regocijándose desde las alturas con el calor y anhelo que él sentía al verla tan de cerca.
—Te vi... —enunció él, articulando extrañamente, con las cejas arqueadas, inclinado sobre ella—Te vi bailar. Eres increible.
¡Wow!
Un cumplido ¡Vaya que iba por buen camino! Su comentario provocó que su vientre se contrajera de la emoción, al igual que algo más abajo...
—¡Gracias! —expresó alegremente la mujer tocandose nerviosa la tiare que adornaba su imagen—Me alegra que disfrutaras nuestro performance.
—Oh, lo hice. Fue... fantástico—continuó él sonriendo abiertamente, con la sonrisa más maravillosa y sensual que los ojos de ella hubiesen visto—Soy Tom.
El rubio extendió la mano y ella la sujetó.
—Merehau.
Las manos de él, antes blancas, y ahora bronceadas por las numerosas horas transcurridas bajo el sol, con lunares, que, de pronto sintió la necesidad de besar uno a uno, resultaban tan suaves que le quemaban la piel.
Repitió su nombre, errando, una y otra vez, sin conseguirlo y ella, notando, no tan solo por su acento si no por su pinta entera de turista, infirió que no era nativo.
La muchacha rió y, al hacerlo, sus ojos desaparecieron en el color canela de su piel ¡Pero que maravilloso gesto! Dijo Tom para sí mismo y sintió que su corazón flameaba al imaginarla riendo en otras circunstancias que, al pensarlas hicieron arder sus mejillas.
Merehau le repitió su nombre, lentamente, para que él pudiera pronunciarlo. Y él sin poder contenerse, le miró los carnosos labios mientras lo hacía. ¡Con que ganas deseaba comérselos en ese momento!
—¿De donde eres? —preguntó finalmente la morena, con los ojos agudos y curiosos, perdida por él.
—Londres. Es muy bonito, aunque no tanto el clima. No es como aquí, cálido. —respondió Tom, hablando de más, carcomido por los nervios —¿Qué hay de tí? Digo, es obvio que eres de la zona.
Ella volvió a reír, bajando la mirada.
—Así es. Nací en Makatea, pero ahora resido en la capital. Trabajo... ya sabes.
Compartieron una sonrisa, como lo hacen los cómplices de un travieso crimen y, así un simple "Hola" se tornó en una plática infinita.
Él le habló de Londres, de los helados inviernos y los ventoso veranos, de la lluvia, de poesía, su trabajo, que tanto adoraba y ella, sin dejar de mirarlo con sus ojos color marrón, lo escuchaba extasiada.
Merehau le contó de su amada familia, de su madre y hermano con quienes vivía a las afueras de la zona de hostales en una pequeña casa; le habló de el atolón donde había nacido, del pequeño pueblo en el que se crío, de la espesura de los bosques donde corría cuando niña, de los acantilados rocosos; le enseñó unas cuantas palabras en el idioma nativo, que dominaba a la perfección gracias a su abuela materna, e igualmente presumió un poco de su impecable francés.
Se fundieron en una conversación en tal lengua, algo torpe, más fascinante para ambos. Él, perdido en su manera de gesticular y ella en su modo de mirarla hablar.
Sus almas parecieron reconocerse al instante, como si, tiempo atrás, hubiesen compartido en otra vida.
Cuando no hubo más que decir, se quedaron en silencio, un silencio molesto, llenado únicamente por el arrullo del viento y el sonido distante del mar, pareciese que se habían quedado sólos, como si el mundo, de pronto, hubiera desaparecido. Más no se separaron en ningún momento, Tom quería seguir escuchando la voz de ella y Merehau quería sentir la de él.
—Y ¿Tienes novio? o... —enunció Tom, buscando desesperadamente romper el silencio, pasándose la mano por los labios. Cuando, súbitamente, un claxon lo interrumpió a media frase.
Ese era su transporte
¡Diantres! La atmósfera se perdió.
—Debo irme. Lo siento. —se disculpó la fémina haciendo un gesto, se ajustó la mochila que llevaba sobre la espalda y dio un paso hacia atrás—Fue un placer, Tom de Londres—y le extendió la mano una última vez.
El guapo británico la sujetó con suavidad y se la llevó al rostro, muy cerca de la boca. Luego, posó sus labios sobre el dorso de ésta, plantando un tierno beso en su piel.
—El placer fue mío —dijo él sonriendo, aún con la mano de ella muy cerca de su boca—Me-re-hau de Makatea.
Ella comenzó a reír de manera incontrolable, llevándose la mano al pecho y Tom sintió que escuchaba los mismos ángeles riendo.
Acto seguido, la soltó, sintiendo ¡frío! como si algo lo abandonase. Y la vio alejarse lentamente, mirando repetidas veces sobre su hombro, ofreciéndole una sonrisa coqueta. Así, hasta que subió a una camioneta roja, que se la llevó lejos.
Esa noche, no pudo dormir. Se repetía innumerables veces los mismo, sin cansarse y sin cesar hasta el amanecer:
"Merehau" "Merehau"
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Sunnygirl © [Tom Hiddleston MiniFic]
Fiksi Penggemar« Hay algo en tus ojos... ¡Tus ojos! Como un rayo de sol. Tan sensual. Adoro cuando mueves tu cuerpo. Me haces perder la cabeza...» 🔷 Contenido total: 5 capítulos