Ia Orana

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Tom daba vueltas en la cama sin cesar, haciendo remolinos en las sabanas, sin conseguir conciliar el sueño.

Miró por la ventana.

Afuera, se apreciaba una luna llena, enorme y redonda, devorando el cielo, hecha casi de marfil, deslumbrante, en todo su esplendor.

Debajo de ella, yendo y viniendo sobre la arena sin parar, una y otra, y otra vez, el mar susurrante y calmado, parecía intentar arrullarlo.

Resignado, se irguió en la cama y, sin más, se decidió a dar una caminata nocturna en la playa, con la esperanza de calmar el ardor que en su interior crecía.

Mientras se deslizaba en el interior de la misma camisa floreada que había llevado todo el día y se la abotonaba, se reprochó a si mismo.

Esas arduamente planeadas vacaciones, eran su oportunidad perfecta para alejarse de todo, de descansar y recargar sus energías.

¿Pero ahora cómo? ¡Había visto a la cara a su propia perdición! Le había arrebatado más de un suspiro mientras la contemblaba, al alejarse, al subir hasta su habitación, al enjuagarse el sudor en la regadera. No podía ser ¡No la conocía siquiera!

No obstante, su imagen había quedado grabada, como  un tatuaje en su memoria: Sus ojos, oscuros, grandes y sonrientes; su nariz, gruesa y corta, su larga melena castaña y esponjada, sus flamantes labios, gruesos,  todo un manjar para besar, y su cuerpo, perfecto... perfecto para tenerlo debajo de él...

¡¿Pero qué diablos estaba pensando?!

Aseguró con llave la puerta de la habitación y, mientras se peinaba el rubio cabello, aún húmedo por la ducha fugaz que se había dado, echó a andar por el corredor hasta las escaleras, sacudiendo la cabeza.

Sus pasos retumbaban en las paredes, haciendo eco, opacados solamente por el ligero sonar de la música distante que aún sonaba en el exterior del hotel.

Al parecer, la vida nocturna de la isla era una gran tentación para muchos turistas.

Arribó finalmente al lobby, donde aún muchos viajeros disfrutaban de algunas bebidas, charlaban o simplemente se disponían a abandonar el lugar para así deleitarse con las sorpresas que les pudiese ofrecer la noche en Papeete.

La gente iba y venían, entraban y salían, como un borrón, como simples sombras que se ocultaban de su vista, que él parecía ignorar.

No obstante, de pronto, los dioses movieron los hilos a su favor, jugueteando con ese aroma excitante que se desplegaba en el ambiente.

Su mente fue azotada, como la playa en un despiadado huracán, por un pensamiento: "¿Dónde estás?"

Llámenlo destino, o suerte quizá, pero esa noche hubo algo, una chispa que se encendió, desde el momento en que el cielo, los ojos de él, y la tierra, la mirada de ella, se encontraron.

Como un instinto naciente al oír a la distancia carcajadas femeninas, Tom se giró hasta una esquina del salón y ahí, la vio nuevamente.

Inconfundible esa belleza, sensualidad que desbordaba, oculta detrás de su sonrisa alegre y ligera.

Con el largo cabello ondulado perfectamente recogido en una coleta alta, adornada por una pequeña flor blanca, similar a una margarita; una flor nativa llamada tiare.

La piel tanto de sus hombros y piernas desbordaba calor, como si fuese un cálido sol, cómo una llamarada ardiente, que lo llamaba, incitandolo a acercarse.

Que delicia morena, como un dulce de caramelo, oscura, al igual que sus compañeras. No obstante, algo la hacía destacar... algo más allá de su exterior.

La contempló mientras hablaba; su silueta curvilínea, sus caderas, atrapadas en una falda blanca, su cintura, atraían sus ojos como un imán al hierro, no podía dejar de verla, de devorarla con disimulo. Sus piernas fuertes, que hacían su boca aguar, el tatuaje negro que saltaba a la vista, que coqueteaba con sus manos, retandolo a tocarlo una y otra vez. Y sus pechos, donde aún debajo de su top rosa brillante sin mangas, resaltaban pequeños botones, que se burlaban descaradamente de la ardiente sensación que crecía en su interior.

Conforme más la miraba, más se excitaba ¿Cómo es que una mujer que no conocía podía despertar esos pensamientos en él?

Pronto, el resto de las muchachas, otorgando un cálido beso a su mejilla, se despidieron de ella, dejándola sola en el lobby del hotel.

Los ojos de Tom, sin que él lo notara, brillaron con deseo. Era su oportunidad.

El viento, una fuerza mística de la naturaleza lo empujó hacia ella.

"Tuya será si lo deseas" le susurraba y él, hirviendo en su anhelo, le escuchó.

Cuando menos se lo esperaba, se hallaba ya frente a ella, mordiéndose los labios, esperó que se percatara de su presencia.

Comenzó a sudar y no por el abrumador ambiente cálido característico de la isla. Si no por la extraña aura de ardiente pasión que comenzó a envolverlos en el momento en que sus ojos se encontraron nuevamente.

—Ia Orana...

Sunnygirl © [Tom Hiddleston MiniFic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora