III: Tiempo

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Izuku sin duda alguna era uno de los tres regalos más hermosos que la vida le había dado. Un dulce chico que conoció con quince años encima y que a los dieciséis se volvería en esa franja que había hecho de su vida algo menos miserable y hasta perfecta durante años.

Era su pequeño después de todo, su destinado. Tras un año y medio de conocerse y por fin darse la mínima oportunidad, iban a todos lados juntos. Escondiéndose entre los pasillos de la casa principal y dándose tiernos besos lejos de las miradas curiosas.

El Omega era simplemente el más brillante sol que jamás haya visto y conocido, su sonrisa era honesta y continua ante su presencia ya acostumbrada. Y esa sonrisa era la que lo empujaba a siempre seguir adelante como líder de su manada, resultaba ser como un impermeable que llevaba en su memoria y alma. Uno que le ayudaba a atravesar cualquier clima.

Siempre era él el único que se podía interponer entre su persona y el dolor.

El cual era selectivo, pues ambos eran de dos mundos antagónicos. Uno venía de una vida de color de rosa, mientras que él de uno en donde para sobrevivir debía estar pegado a las faldas de su madre, quien en cada ocasión negaba su sola existencia y lo alejaba mediante golpes de su persona. Orillándolo a crecer con Touya quien no fue el mejor con su pequeño y tonto hermano menor.

Pero ahora, su Omega sufre. Por dar a parar en un mundo en el cual la ley del más fuerte aplica a la perfección, uno en el que la más pequeña distracción puede condenarte al descanso eterno y el mismo en el que como Omega corría más peligro. 

Aún así, Izuku Midoriya era condenadamente fuerte. Si lo quisiera sería capaz de poner al mundo ante sus pies, aún así; también es frágil como una rosa. Pues de acostarlo con un beso de amor, su pequeño corazón retumbaría tanto que podría explotar.

Igualmente es débil; porque él sí es humano. Está lleno de sentimientos, que lo hacen presa fácil, y él como su fiel dragón que protege a su princesa le ha cuidado de todo mal hasta el día de hoy como ha podido.

Era alguien guiado por su corazón, quien arrogantemente decidía sus acciones.

Izuku asimismo es un bebé en ocasiones. Lo sabe de sobra, y no importa qué tan enojados estén uno con el otro. Al final del día siempre terminarán abrazados en la cama, dándose dulces besos castos de fogosidad pero llenos de cariño. Como si fueran esos jóvenes de diecisiete y veinte años una vez más, cuando no estaban tan heridos.

Y cuando todo pasó, ninguno sanaba, el llanto no hacía sanar sus dos corazones heridos y desconsolados. A veces Izuku le recriminaba por no llorar las pérdidas, su pérdida. Pero, a diferencia de su pequeño rol de canela él no podía llorar.

No podía, porque después de meses llorar perdió sentido. El llanto no puede curar las heridas del corazón, lo hace el tiempo. Y así fue, cómo sin saberlo se albergó más dolor del necesario.

Aunque, después de la adversidad. No todo estaba perdido aún.

El llamado que Izuku le había dado desde ese momento, el mismo que se había mantenido ignorando por tanto. Por fin lo había alcanzado. Pero tenía miedo de lo que le deparaba el futuro.

Él fue alguien especialmente criado para actuar por lógica, por la razón. Y cuando se arriesgó a ser mandado por el corazón lo perdió todo, es simplemente estúpido pensar que algo como el amor resolvería todos sus problemas.

Mentira, él sabía que era así. Pero debe haber un equilibrio que él no es capaz de alcanzar.

Si quiere movilizarse, debe envenenar a su pequeño. Enseñarle y dejar que se manche las manos para así no llevar todo el peso.

¿Princesa?, Intenta De NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora