Capítulo 2: hace 3 años

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Tres años atrás: La llegada

Quien iba a creer que me iría a un país como Colombia a vivir. Me entusiasmaba, lo admito. La idea de empezar de nuevo me alegraba, conocer nuevos amigos, sitios, y poder presentarme como yo quería que me vieran y no como me creían conocer. Estaba cansada de los mismos planes de siempre y de tener que guardarme las monedas extras porque nunca era suficiente. Por lo menos en Colombia sentiría más comodidad económica. Cataluña siempre estaría ahí para que yo regrese pero ahora Tarragona no era lugar para mí. Sin embargo, llevaba solamente 4 horas en ese avión y ya me hacía falta mi hermana, no sabía cómo iba a sobrevivir sin ella. Su sonrisa inocente de pre-adolescente era mi única esperanza, esa costumbre que tenía en la noche de pasarme notas debajo de mi puerta con flores mal pintadas cuando me oía llorando por una de las peleas rutinarias que tenía con mi padre. "T'estimo germana", decía susurrando y luego en puntillas corría a su cuarto para que mi padre no la castigara por estar despierta. Hermanita, la verdad es que toda esa molestia que tomabas caminando como actor empedernido en tablas se perdía cuando cerrabas la puerta como el aplauso final de la obra y eso me daba mucha risa. Ay mi lucia hermosa, siempre llevaré en mi recuerdo tus rizos caramelos y esos ojos claros que parecen adoptados.

Interrumpió mis pensamientos la voz de un chico que caminaba por el pasillo, "!Clara Blanxart Molina!", exclamó. ¡Era Armando Hernández! No lo veía desde que su madre lo había sacado de la primaria porque descubrió que le gustaba otro chico. "Armando, ¿qué haces aquí?", le pregunté sorprendida. "Voy a Colombia de vacaciones, ¿tú qué haces aquí más bien?", respondió él animado. No soy de asumir la sexualidad de las personas y no me gustan los estereotipos pero esta vez no había duda que mi viejo amigo había por fin logrado salir del armario. "Voy a estudiar allá la carrera de química", le dije. "Qué va tía, me tienes que explicar mejor todo. Llámame mañana, salimos y te presento amigos colombianos para que te acoples. ¡Ay qué ilusión me hace volver a verte!". Me pasó su número, se despidió con dos besos en la mejilla y siguió caminando por el pasillo. Segundos después por fin logré conciliar unas cuantas horas necesitadas de sueño.

Yo había venido a Colombia unas cuantas veces de pequeña, después de todo, mi familia proviene de aquí. Los recuerdos siempre fueron positivos y esperaba que la estadía aquí no cambiara mi parecer. La llegada a esa ciudad fue tal como me la esperaba. Mis tíos, Octavio y Leonor Molina llegaron un poco más tarde de lo normal y yo estaba en la entrada viendo el nuevo prospecto físico. Mis tíos, o en general el latino, parece creer que llegar a tiempo es castigado por la ley; o llegan más tarde o llegan más temprano a la cita pero no calculan llegar al tiempo exacto. A veces me pregunto si todos los relojes llevan minutos diferentes. Con respecto a las personas, no quería juzgar a todos los colombianos por las primeras personas que vi en el aeropuerto pero igualmente lo hice y me agradó ver mujeres tan atractivas. Los hombres no me llamaron casi la atención pero igual decidí darles otra oportunidad. Mis tíos llegaron con una sonrisa en la cara y después de ayudarme a subir mi poco trasteo en el baúl del carro, me llevaron a su agradable apartamento, lugar que sería mi hogar desde ese momento. Era un dúplex moderno, con escaleras de vidrio y colores tropicales. Me sorprendió ver que mis tíos tuviesen un gusto tan minimalista. Mi habitación estaba en el segundo piso, al lado del estudio. Tenía muebles de madera y una cómoda alfombra persa. La ropa de cama si estaba muy anticuada, esos colores cafés y habanos me deprimía. Juré cambiarla apenas tuviera la oportunidad.

Esa noche visité a mis abuelos que me dieron una bienvenida con algunos primos. Admito que no sabía el nombre de ningún familiar y me sentí como actuando de suplente para una actriz recién lesionada. Lo que sí noté es que mi familia vivía y vestía bien, tal vez demasiado bien. Me sentí incómoda al momento de interactuar por sus ostentosas conversaciones sobre caballos, toreros, clubes y viajes. Sabía que este no era sitio ni gente para saber de mis preferencias sexuales ni menos de mi pasatiempo como artista. Podría fácilmente contarles sobre mi propia colección de esculturas de desnudos del cuerpo femenino pero no quería escuchar lecciones antediluvianas sobre lo que se puede o no hacer. Después de esa cena incómoda regresamos a casa a dormir. Lo primero que hice en la mañana siguiente fue escribirle a Armando. Tenía muchas ganas de socializar con gente joven y hacerme presente en el nuevo ambiente. "!Corazón!, me dijo Armando, "si quieres llego a tu casa y de ahí salimos para un bar que sé que te va a encantar, se llama Acto 2". "Si, llega un poco antes y charlamos", le respondí y luego seguí durmiendo. Lo que no sabía aún es que en esa llamada había tomado la peor pero mejor decisión de mi vida.

Tóxica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora