16. Habilidades necesarias [1/3]

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Observo el entrenamiento de Lisa, impaciente por entrar en acción.

El ejercicio que está llevando a cabo en el centro del patio es un tanto peculiar. Lisa tiene que construir un castillo de naipes, mientras Ponnie sopla de vez en cuando para echarlo todo abajo. Según me ha contado, mi padre usó esta misma técnica con ella, para aplacar los impulsos enviados por el chip del DEI, activo incluso después de haber inutilizado el dispositivo. Se supone que el ejercicio servirá para que Lisa aprenda a controlar su ira y su frustración, además de mejorar su concentración.

Cuando Lisa lleva ya apilados tres niveles de cartas, Ponnie los derriba con un dedo.

—¡Venga ya!—grita Lisa, echando mano al táser en su cintura. Sin embargo, una mirada de Ponnie es suficiente para disuadirla de que lo haga y que se calme.

Hace más frío que la primera vez que vine al patio trasero de la residencia Hélica, hace ya dos semanas, cuando descubrimos lo que le habían hecho a Lisa. Ella no tiene ni idea de lo que tiene dentro, y Ponnie ha decidido que lo mejor es no asustarla con ello. Sin embargo, ahora entiendo mucho mejor su interés por las armas y la lucha.

—Vuelve a empezar—dice Ponnie, levantándose del suelo—. No entres hasta que las hayas colocado todas.

Lisa suelta un bufido como única queja. Mira a su maestra suplicante, pero acaba volviendo al trabajo. Es un ejercicio curioso, desde luego, pero mentiría si dijera que no es mucho más duro que la mayoría de los entrenamientos físicos. Ejercitar la mente siempre me ha parecido mucho más exigente que el cuerpo.

Ponnie se acerca a mí, que estoy sentada en las escaleras de la entrada, y me hace un gesto para que vaya con ella. Me pongo en pie y voy con ella. Entramos en el edificio, a un vestíbulo de paredes negras y brillantes, donde se ven las cuatro plantas que componen la residencia a través de una abertura en cada una de ellas. Desde aquí abajo, da la impresión de que nos encontramos dentro de una montaña de carbón.

—¿Y bien?—le espeto a Ponnie, volviéndome hacia ella, cansada de esperar—. ¿Cuándo nos vamos a poner en marcha?

—Pronto—dice Ponnie, intentando tranquilizarme. Desde que le conté lo sucedido, no ha hecho más que darme largas—. Mañana regresará Leo, y podremos empezar a planear la entrada.

Asiento, en parte satisfecha. Es la primera vez que me da una fecha concreta, algo exacto a lo que aferrarme. Por fin parece que vamos a avanzar, pero a cada día que pasa la vida de Galo corre más peligro. Si no fuera porque sé que es un acto suicida, ya me habría lanzado al rescate por mi cuenta.

—¿Por qué tenemos que esperar a que vuelva?—pregunto.

Ponnie me mira, dudando sobre si contestar. Cada vez que he cuestionado la espera, Ponnie me ha cambiado de tema. Pero esta vez parece dispuesta a contestar.

—Le necesitamos para entrar en el Centro. Sí, estuve trabajando allí durante un par de meses, pero eso no basta. Necesitamos la inteligencia y la estrategia de Leo.

Tiene sentido, pero...

—¿No eras tú la estratega jefe de la casa hélica?

Ponnie me advierte en silencio que no siga por ahí, en una mezcla de amenaza y súplica. El tema queda zanjado.

—De todo esto a Lisa ni una palabra—ordena, y acepto. En eso estamos de acuerdo—. Querría participar en el rescate, y a ver quién la convence de que sería demasiado peligroso llevarla allí.

—¿Para ella o para los soldados?

Ponnie esboza una leve sonrisa. Oímos a lo lejos unos pasos apresurados. Un soldado hélico baja las escaleras al vestíbulo y se acerca corriendo hacia nosotras. Es un chico que no debe pasar de los dieciséis, a juzgar por el acné en su rostro. Pero es corpulento y alto como uno cinco años mayor que él. Es el tipo de persona que sobresaldría de una multitud aún sin querer, y por su expresión me da la sensación de que solo trataría de escapar de esa situación de la forma más torpe posible.

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