El 27 de febrero, tres nuevos empleados entraron bajo el cargo de Santomé: Alfredo Santini, Rodolfo Sierra y Laura Avellaneda. A esta última la describe siempre como Avellaneda, a quien no considera una preciosura pero pasable cuando sonríe.
A partir del mes de marzo, Martín se da cuenta que su empleada Avellaneda es inteligente, trabaja bien, un poco nerviosa e inexperta, pero le gustan sus piernas, los lunares en su cara. Con sus hijos varones tiene enfrentamientos. Jaime le aclara que a estas alturas ya ninguno tiene remedio.
Martín reflexiona en su diario sobre el suicidio; si alguna vez lo haría sería en domingo, el día más desalentador e insulso para él. Teme que con su jubilación, todos los días serán domingos solitarios y antipáticos. También reflexiona sobre la existencia de Dios, la cual no sabe si afirmar o negar, pero concluye que Dios es un coupier y él juega al rojo cuando gana el negro.