Hace tiempo que Martín no ve a Aníbal. No sabe nada de Jaime y Esteban se limita a hablarle de temas generales. Vignale lo busca en la oficina, pero Martín quiere estar solo, a lo sumo, habla con su hija y sobre todo, sobre Avellaneda. Blanca dice que no puede creer en Dios, pues Dios le ha ido dando y quitando oportunidades a su padre, y ella no se siente con fuerzas como para creer en un Dios de crueldad, en un sádico omnímodo. Por su parte, Martín cree que Dios le concedió un destino oscuro, ni siquiera cruel, simplemente oscuro. Siente que le concedió una tregua de la cual se resistió al principio por creer que eso pudiera ser la felicidad. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua y ahora está otra vez metido en su destino, el cual es más oscuro que antes.
El 28 de febrero fue el último día de trabajo de Martín. Los cajones quedaron vacíos, pero en uno de ellos encontró un carnet de Avellaneda. Se lo puso en el bolsillo y se sintió desgraciado. Dios había sido su más importante carencia, pero a ella la necesita más que a Dios. Se acabó la oficina y a partir del día siguiente hasta el día de su muerte el tiempo estaría a sus órdenes. “¿Qué haré con él?”