Primer deseo cumplido

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1. Un novio.

a.

El reflejo en el espejo era casi irreconocible para Aristóteles. Su traje era impecable, el pelo peinado a la perfección. Su corbata era azul; era el color que él y Temo habían acordado antes. Se preguntó si el chico todavía estaría usando la pajarita azul que él había sugerido.

Aristóteles había estado temiendo este día durante toda la semana. Desde la noche en que él y el morocho se despidieron, se había sentido miserable. Estaba cansado de intercambiar miradas a través de la cafetería, del salón, donde el otro estuviera. Estaba cansado de solo poder tocarlo cuando sus manos accidentalmente rozaban en el pasillo.

E incluso así, nada de eso podría ser más miserable que esa noche. Vería a Temo, probablemente luciendo absolutamente radiante, y sería todo lo que nunca podría tener.

Su madre abrió la puerta de su dormitorio y entró. Pero Aris aún estaba demasiado molesto como para estar cómodo con ella en la misma habitación. Y cuando la via, alzó sus manos en señal de rendición.

—Te ves tan guapo, tan crecido—susurró una vez estuvo detrás de él, acomodando su corbata desde atrás. Él no contestó, manteniendo su mirada fija en el espejo. Su mandíbula estaba apretada. Después de que quedó claro que no iba a recibir ningún tipo de respuesta, dejó escapar un suspiro—. Tenemos que hablar—ella cedió, tomando asiento en su cama.

—Tengo que irme pronto—dijo el niño monótonamente—. Yolo estará aquí en cualquier momento.

—¿Te he hablado alguna vez de Enrique?

Aristóteles negó con la cabeza. Su madre se retorcía nerviosamente las manos en el regazo.

—Él era mi único hermano. Murió cuando era muy joven.

Cogido por sorpresa, Ari miró a su madre.

—¿Cómo es que nunca he oído hablar de él hasta ahora?

—Mi familia... realmente nunca habló de él y me abandonó nada más él falleció—admitió su madre—. Es demasiado doloroso.

La mujer olfateó, sus manos empezaron a temblar. En cualquier momento, lloraría. Tan enojado como estaba, Aristóteles todavía amaba a su madre y le dolía verla así. Se sentó a su lado, golpeando su hombro contra el suyo. 

—¿Qué pasó? ¿Cómo es que...

—Suicidio—murmuró—. Fue intimidado, constantemente atormentado hasta que... necesitó terminar con eso. La gente era demasiado cuadrada, demasiado cruel e injusta. Y los chicos son hirientes sobre cosas nuevas. Supongo que por eso, el acoso por ser gay lo orilló a esa salida.

De repente, todo tenía sentido. Aristóteles siempre había pensado que si salía del clóset con sus padres, su madre lo tomaría mejor que su padre. Siempre había estado cerca de ella. Él se sorprendió genuinamente cuando ella reaccionó tan severamente. De alguna manera retorcida, pensó que lo estaba protegiendo del destino de su hermano. Puso su mano en el hombro de su madre, en apoyo.

—Mamá, no sabía sobre él. Siento tu pérdida. Pero es 2019, y las cosas ya no son así. Puedes alejarme de Temo ahora, pero no puedes evitar que... sea quien soy.

Ella le besó la frente—. Déjame pensar en todo, ¿de acuerdo, mi Aris? Hablaré con tu padre para que él... bueno, tu sabes.

—Bien— respondió sin más reparo. Su madre le dio unas palmaditas en la rodilla para alentarlo. 

—Trata de divertirte en el baile esta noche. Sé lo mucho que lo esperabas.

—Lo intentaré—se levantó, tomó su billetera del escritorio y se giró para irse. Antes de salir completamente, se dio la vuelta—. ¿Mamá?

La lista de deseos de Aristóteles Córcega; aristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora