Segundo deseo no cumplido

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2. Tener mejores amigos.

Una de las tantas tardes en sus ocho años, comenzó a subir las escaleras y se despidió de su grupo de amigas desde donde estaban parados en la entrada al edificio Córcega: ―¡Nos vemos mañana, chicas!

Llegando tan sólo dos minutos después hasta la entrada de su departamento. Cerró la puerta detrás de él y se sacó los zapatos sin mucho cuidado antes de entrar en la casa impecablemente limpia, buscando sentir la alfombra hundiéndose bajo sus pies, como siempre hacía luego de la escuela. Su madre estaba colocando una cazuela en medio de la mesa. Su cabello castaño parecía casi dorado en las luces fluorescentes de su comedor, perfectamente peinado en el orden natural de sus rizos.

―Seguro que has estado saliendo mucho con esas niñas, ¿eh, Aris?―comentó casualmente cuando Aristóteles se sentó a la mesa.

En la cabecera de la mesa, el padre de Ari soltó una carcajada y le dio una palmada en la espalda a su hijo.

―Ese es mi chico. ¡Qué jugador!―dijo con orgullo inflando su pecho―¿Cuál de ellas es tu novia, mi orgullo Córcega?―preguntó, aflojándose la corbata alrededor de su cuello.

Y el pequeño Ari lo miró confundido.

―¿Uhm? Todas son sólo mis amigas.

―Pero, ¿quién de todas ellas te gusta?―le preguntó su papá, sacando un poco de comida de la cazuela y la puso en su plato.

―¡Iugh!―Ari arrugó su pequeña nariz con disgusto y sacudió la cabeza―: ¡Ninguna de ellas, papá! —exclamó, avergonzado.

―Cambiarás tu tono muy pronto―se burló con una sonrisa. Su madre se echó a reír cuando se sentó a unirse a ellos para la cena, le dio una palmadita en el brazo a su esposo y le dirigió una mirada de complicidad.

Aristóteles, por su parte, estaba bastante seguro de que nunca se enamoraría de una chica, sin importar lo que dijera su padre.

Para cuando alcanzó los diez años, entró en su casa, cerrando la puerta detrás de él para sacarse los zapatos en un escenario particularmente parecido al de la vez anterior. Aunque ahora estaba más crecido, más interesado y mucho más capaz de comprender las miradas cómplices que sus padres se lanzaban cada vez hablaban de chicas que se supone deberían gustarle, o las miradas de escepticismo cuando el repetía que ninguna de ellas le interesaba de ese modo.

El cálido aire de verano parecía filtrarse en las paredes de la casa, haciendo que todo pareciera un poco abrumante. La voluminosa figura de su padre apareció a la vuelta de la esquina.

―Hola, amigo. ¿Cómo estuvo tu día?―preguntó con cariño, alisando su cabello rizado.

―Bastante bien―comentó Ari, entrando en la sala de estar y dejándose caer en el sofá individual que su padre solía usar para ver televisión―. Hoy estuve en la casa de la abuela con Linda y Daniela. ¡Fue realmente divertido! Ellas tienen un genial videojuego nuevo.

Audifaz, su padre, sonrió.

―Bueno, eso es...―se detuvo a mitad de la frase y la sonrisa desapareció de su rostro de repente, como si hubiera visto algo horrible― ¡Por el amor de Dios, Aristóteles! ¿Qué es eso en tus uñas?

El mayor hizo un gesto hacia su mano derecha que estaba posada en el reposabrazos del sofá, pero Aris estaba ajeno a la repentina molestia de su padre.

―Oh, es sólo un esmalte de uñas. Las chicas se estaban pintando las uñas y me pareció genial, así que les pedí que lo hicieran por mí. El azul es muy lindo, ¿verdad?―levantó la mano derecha y miró el esmalte con complacencia. Linda le había dicho que el pintauñas incluso cambiaba de color en el sol y estaba emocionado de probarlo mañana bajo el sol del parque.

―¡Te lo quitas en este momento!―su papá le gritó, agarrando su mano y levantándolo del sofá con brusquedad.

Ari se sorprendió por el cambio de humor de su padre, gritando de dolor cuando fue sacado del sofá y se puso de pie. Su voz temblaba, ―P-Pero papá...

―Te ordené algo, Aristóteles―gruñó su padre. Lo arrastró por la muñeca al fregadero de la cocina, donde abrió el agua y le entregó un trapo. Ari frunció el ceño con molestia y lo tomó.

―Pero Linda dice que para sacarlo de mis uñas necesito de un líquido especial―inició, pero tan pronto como lo soltó, la mirada airada que su padre le envió lo hizo ceder al siguiente minuto. Empezando a frotarse las uñas, porque cuando su papá se ponía así, era mejor estar de acuerdo con él. Él había tratado de desafiarlo antes y no terminó bien.

―¿Sabes qué? No quiero verte jamás con tus primas o con tu amiguitas de la escuela―agregó su papá con desprecio.

Ari se congeló en su sitio.

―¿Qué? ¿Por qué no? —Preguntó, molesto y confundido. Completamente desorientado con las manos heridas sobre el fregadero.

―No deberías estar con chicas todo el tiempo. No está bien―se detuvo por un momento antes de continuar―. No quieres que los otros niños piensen que eres gay, ¿verdad?

Las palabras se repitieron en la cabeza de Aristóteles; "No quieres que los otros niños piensen que eres gay, ¿verdad?"

Gay. Había escuchado esa palabra un par de veces antes. Una vez, explicado por su tía Blanca cuando lo escuchó en un programa de televisión:―¿Qué significa 'ser gay'?―él le había preguntado. La mujer mayor, aunque no sin algo de recelo, lo había explicado como alguien a quien le gusta una persona del mismo género. De manera romántica. Parecía bastante simple en ese momento.

A veces, lo escuchaba de los niños mayores en el vecindario. "Amigo, eso es tan gaaay" uno de ellos diría, lo que haría que los demás se rieran. Tal vez, pensó Ari, tiene un significado diferente o tal vez ser gay sea... malo.

Incluso lo escuchó una vez en la boca de su padre, bajo diferentes circunstancias. "Nuestro nuevo inquilino es tan gay que los arco iris realmente podrían salir disparados de su boca", su padre le dijo con desprecio a su madre un par de años atrás cuando estaban espiando a su nuevo vecino. Pensaron que Ari no los escuchó ni los vio, pero sí que lo había hecho. También fue expectador de como el hombre soltero se fue antes de que el contrato de renta terminara por el hostigamiento. Fue entonces cuando supo que ser gay era algo malo. Al menos había sido así para algunas personas.

―Papá...―Ari se quedó sin saber exactamente cuales palabras usar. Sabía que nada de lo que dijera o hiciera cambiaría la opinión de su padre―Me gusta estar con ellas y mis amigas. Son mis mejores amigas.

―Ya no―masculló su padre, sacó su celular y comenzó a escribir frenéticamente―. Estoy preparando una salida con Zac y su padre, ¿que te parece?―y Aristóteles logró escuchar el tono de un mensaje de texto enviado tan pronto como el hombre acabó. Su papá extendió una mano firme sobre su hombro―. Tal vez él pueda ser tu mejor amigo.

El niño frunció el ceño, derrotado.

―Yo... supongo.

Zac nunca había sido una de sus personas favoritas, pero quizás su padre tenía razón. El siempre la tenía. Pero aún así, cuando miró hacia su esmalte de uñas azul, ahora manchado y descuidado, sólo sintió malestar. Realmente había estado emocionado. Ahora, de eso, ya no quedaba nada.

La lista de deseos de Aristóteles Córcega; aristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora