8.- "Poneros de acuerdo."

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Aun en la casa de las hermanas Stevens, me encontraba en el sillón de la sala de estar sentado, hundido en mis pensamientos, mientras Amy estaba en la cocina, sacando su paquete de galletas y un par de zumos, a pesar de haberme negado a tener hambre.

–        ¡Mi tripa está rugiendo como los dragones! – gritó, saliendo cargada por la puerta que comunicaba ambas salas.

Me levanté rápidamente a ayudarla, como tendría que haber hecho desde un principio. Me golpeé mentalmente.

–        Amy, no puedes cargar con cuchillos. – La regañé, quitando el artefacto de sus manos.

En ese momento, visualicé un par de bocadillos en sus manos. El corte del pan hacía una línea curva, lo que me hizo sonreír, aunque traté reprimir esa sonrisa.

–        Dime que eso lo dejó Yuls preparado.

–        Si es lo que quieres oír… – Susurró, encogiéndose de hombros. – Sí, los hizo Yuls. Pero poneros de acuerdo, porque ella me dice que está mal mentir, y tú me pides que lo haga.

Negué la cabeza repetidas veces. Eso de no tener remedio venía de familia. Cogí los bocatas, fijándome en que ambos eran del mismo tamaño. ¿Cómo iba a comer tanto la niña? Me dispuse a coger también los dos vasos de cristal que llevaba en las manos, pero se negó, y únicamente me dejó coger uno, de forma que llevara sus dos manos ocupadas, solo.

–        ¿Qué ha sido de las galletas?

–        Eso es el postre. – Dijo. Parecía orgullosa de su ocurrencia.

–        En la merienda no hay postre.

–        En la merienda de Amy sí. – Sentenció.

Al llegar a la mesa, dejé todo lo que llevaba en mis manos sobre ella. Seguidamente cogí el vaso y el zumo de las manos de la niña. Esperé, hasta que ella tomó asiento en una silla más alta que el resto. El hecho de que necesitara de esa silla para poder estar a una buena altura en la mesa me causó ternura.

Amy, al igual que su hermana, era de una estatura no muy elevada para su edad. >>Las personas bajas son muy abrazables.<< Susurró mi otro yo. ¿Acaso la palabra ‘abrazable’ existía, de todas formas?

Empecé con mi bocata. Aunque había dicho que no quería, moría de hambre, por lo que mi estómago lo aceptó con bastante efusividad. La niña comía despacio. Cuando llegué, comía galletas y bebía ya zumo. ¿Dónde lo metía todo? De repente, dejó lo que quedaba sobre la mesa, que venía a ser la mitad del total, y me miró.

–        Niall.

Yo solo hice un sonido con mi boca cerrada haciéndole saber que la escuchaba, ya que tenía la misma llena de comida.

–        ¿Me podrías hacer un favor?

Tragué todo tan pronto como pude, y la miré expectante.

–        Sí, claro. Dime.

–        ¿Podrías quedarte un ratito hasta que venga Yuls? No me gusta estar sola. – Musitó, mirándome como… apenada.

–        Por supuesto que sí, pequeña. – Dije, como si fuera obvio. Era lo que pensaba hacer, de todas formas. – ¿Y sabes qué? – Ella solo me miró, esperando a que prosiguiera. – Vendré todas las tardes, y estaré aquí contigo, ¿te parece bi…

–        ¡Siiiiii! – Gritó, impidiéndome terminar la frase y alzando sus brazos al cielo.

–        Hablaré con Yuls, y si lo ve bien…

–        Lo va a ver bien. – Sentenció, nuevamente.

Llevé a Amy a la tienda de música rápidamente. Dio la grandísima casualidad que no estaba tan lejos de la casa como esperaba. Compramos otra cuerda para la guitarra, y volvimos. Una vez allí, pude finalmente arreglarla.

–        Amy, ¿dónde la guardo?

–        Arriba, primera puerta a la derecha. Encima de la cama está la funda. – Dijo, sin mirarme, absorta en el televisor. – ¡Sí capitán! – Gritó, respondiendo al pirata que da inicio a Bob Esponja.

Subí arriba y seguí las indicaciones de Amy. Al abrir la puerta, me encontré con una habitación amplia en la que no parecía pasar tiempo alguno nadie. A diferencia de las habitaciones de Amy y Yuls – o lo poco que pude observar de ésta segunda –, las paredes de esta estaban desnudas, coloreadas con un blanco roto. Una gran cristalera iluminaba todo el espacio. Una cama de cuerpo y medio, por lo que supuse, se situaba en el centro, con una mesilla a un lado. Y allí, al otro lado de la cama, encontré un soporte en el suelo sobre el que dejé el instrumento que llevaba entre mis manos. Salí lentamente, bajando a la planta baja y llegando a mi posición anterior. Me dejé caer en el sofá y me limité a observar cómo disfrutaba la pequeña.

–        Amy, puedes sentarte aquí en el sofá.

–        Oh, no tranquilo.

–        ¿Estás segur…

–        Ssssssssh. – Chistó, a la vez que se giraba hacia mí con el ceño fruncido y uno de sus dedos sobre sus labios.

–        Sí, señora.

Me tumbé, esta vez, y me di el placer de hundirme en mis pensamientos. Lo primero que llegó a mi mente fue, como últimamente sucedía, Julieta Stevens.

El hecho de haber tantos puntos que parecieran estar guardados bajo llave me desconcertaba. El qué hacía para llegar a casa tan tarde, dejando a Amy sola toda la tarde. El por qué era ella misma quien cuidaba de su hermana, cuando podría hacerlo algún familiar allegado. Su carácter frío. Excepto aquella vez, por supuesto. Me pareció fascinante el efecto que tenía el alcohol en ella. Aunque, siendo sincero, no era lo único que me fascinaba de ella.

Estoy seguro que no os podéis hacer una idea de lo que eran sus ojos. La frase “los ojos son el espejo del alma” nunca había tenido tanto sentido para mí. Podías saber cómo se sentía si la mirabas a los ojos – o en su defecto, si te dejaba mirarla–. Creo que es algo que ella sabe de ella misma, por lo que muchas veces trata de esconder la mirada. Y lo pude comprobar aquella noche, cuando despertó. Pude ver en ellos el pánico que la inundaba por completo. Luego estaba su rostro en sí. Sus escasas mejillas pero sus rellenos labios. Y, como ya he dicho en alguna ocasión, su ceño fruncido la mayoría del tiempo. También estaba, por otra parte su cuerpo propio de la mejor modelo encima de una pasarela, a pesar de su baja estatura. Los tatuajes en sus brazos ya ponían el cartel de “peligro” en tu mente.

–        Niall. – Susurró alguien, agitándome bruscamente. – Niall, despierta.

A regañadientes, abrí mis ojos, encontrándome con una Amy preocupada sobre mí.

–        ¿Ha llegado ya Yuls?

–        Sí, y viene con John. Tienes que esconderte.

Eden Of Sinners | Niall Horan. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora