MICRORRELATO 5: INVISIBLE

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Toda mi vida me he creído invisible; sin embargo, apenas me miraba en el espejo, desistía de la idea. Pero sí era invisible; sé que lo era, al menos para el resto. No me notaban y si lo hacían supongo que fingían no hacerlo. Admito que siempre quise que me vieran, pero ni un solo esfuerzo funcionó. A lo mucho me ojeaban; nunca me vieron en realidad. Y ahora me siento extraño y, en verdad, parece que nadie puede verme... 

         Tengo que corroborarlo; lo haré como en antaño. Ahí, justo en aquel espejo... ¿Qué...? ¿Cómo...? No hay reflejo. De verdad, no hay reflejo. No hay nada. Esto no suele ser así, y no debería ser así. Me acerco más, más, incapaz de creer lo que no veo. Alargo mis brazos hacia el espejo. Y no hay reflejo, de nuevo no hay reflejo... pero he podido ver por mí mismo mis brazos ensangrentados al estirarlos frente a mí. Rápidamente recorro mi cuerpo con mis manos maltrechas, el rostro incluido, y concluyo que quizás sea mejor que nadie, ni siquiera yo, pueda verme. Me recorre un potente escalofrío; la imagen de una luz cegadora atrona en mi cabeza y la sensación de dolor magulla mis adormilados sentidos. Creo que lo recuerdo. Sí, creo que lo recuerdo, creo que ya lo recuerdo. Tengo que llegar ahí. Rápido. Me apresuro. Más rápido. Y llego al sitio del recuerdo. Ahí lo veo, me veo. Miro a sus ojos vacíos, ojos que alguna vez fueron míos. No podría ser peor. Todo ese caos, tantos autos y tanta sangre. 

          Unos hombres me suben a una ambulancia, seguramente pensando que aún pueden salvarme... Quisiera creerlo... pero sé que no será así. Ya no siento nada. Ya no hay frío, ya no hay calor, y ya no hay dolor. Estoy muerto. Sé que estoy muerto. Ahora sí que soy invisible. Y me consuelo de que así sea, que no quiero volver a verme.

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