El lado ciego del amor - CHAELISA

Capítulo 33

Rosé se quedó mirando la estructura frente a ella y dejó escapar un suspiro tembloroso. Encontrar el edificio de Lalisa Manoban no había sido difícil. Era un nuevo establecimiento en el Upper East Side y Rosé había pasado por el varias veces antes y se preguntaba cuál sería el costo de vivir en tal lugar. Observó la arquitectura elegante y moderna, sus grandes ventanales brillantes y se concentró en respirar. Miró la hora en su celular. Era temprano, pero no demasiado temprano, y después de un par de respiraciones relajantes siguió su camino hacia el portero.

"La Srta. Manoban está esperando" dijo, después de que había demostrado de manera convincente su identidad. Abrió la puerta y se quitó el sombrero. Rosé entró. El vestíbulo estaba ocupado con gente en trajes de negocios hablando por celular con otras personas. Había sillas y sillones que hacían pensar a Rosé en los muebles de IKEA, pero que tal costaban mucho más. ¿Qué estoy haciendo aquí? Se preguntó Rosé mientras se dirigía hacia los ascensores. No pudo sentirse más fuera de lugar.

Pensó en su propio edificio: oscuro, sucio y cayendo a pedazos, la luz delante de la puerta de entrada y salida vacilante. Un día de estos no encontraría luz en absoluto, y entonces tomaría una semana o algo así para que el propietario se molestara en arreglarlo. Rosé llamó al ascensor. Una mujer con un traje de terciopelo color rosa se acercó. Fijó sus rizos rubios perfectos en el reflejo más cercano que pudo encontrar y miró hacia arriba y abajo a Rosé por el rabillo del ojo.

Las puertas se abrieron y una mujer mayor salió gritando algo a los dos hombres detrás de ella, quien se disculpó por cualquier infracción grave que había cometido. Sus voces resonaron en el vestíbulo, la mezcla con los otros en un coro de pretensiones. Rosé entró en el ascensor después de la dama de chándal, que esperaba con una expresión de aburrimiento para ver cual botón pulsaba Rosé. La modelo perfecta levantó la frente ligeramente al ver el otro botón iluminado en el panel.

"¿Estás segura de que tienes el piso correcto, cariño? Sólo hay un apartamento de allá arriba". El tono objetivo era cortesía, Rosé lo adivino, pero se quedó corto.

"Estoy segura", dijo.

"Escuché que una estrella de cine se mudó ahí", dijo la señora conversadora, suavizando su tono muy ligeramente al pensar que tal vez estaba de pie al lado de alguien que conocía a alguien importante. Rosé sólo ofreció una sonrisa tensa, en respuesta, y esperó en silencio que las puertas se abrieran en el undécimo piso para dejar que la señora se fuera. Nada más se dijo entre ellas, y el viaje al ático de Lalisa estuvo felizmente libre de interrupciones. Las puertas del ascensor se abrieron en un pasillo bien iluminado y encontró con que la puerta de la actriz era bastante simple.

Golpear era decididamente más difícil, y Rosé miró la hora, sólo para asegurarse de que no era tarde. Siempre podía llamar y decir que no podía hacerlo después de todo, que la vida le había lanzado una bola curva y su tiempo sería absorbido por otros asuntos. Siempre podía cambiar de opinión. Había otros artistas. Mejores artistas. Artistas mucho más adecuados para este tipo de trabajo y este tipo de estilo de vida. Sería mucho más fácil para todos si Rosé cambiara de opinión antes de que Lalisa Manoban cambiara la suya. Pero entonces se abrió la puerta y Lalisa se encontró súbitamente de pie delante de ella llevaba una sudadera azul grande con una gigante "Y" y la palabra "Bulldog" estampada en el centro y unos anchos pantalones vaqueros de color azul claro raídos en una rodilla. Se veía tan diferente que Rosé casi no la reconoció. La actriz estaba mirando en tono de disculpa.

"Se veía como si estuviera a punto de ir de nuevo hasta el ascensor." Rosé debía parecer confusa, porque la actriz señaló a la cámara por encima de la puerta. Por supuesto, pensó Rosé. "Por favor, ¿entras?", Dijo Lalisa en un tono que sonaba casi a súplica. "Juro, que, si no quieres hacer esto, no tienes por qué hacerlo. Pero ya que estás aquí..." Sí, ya que estoy aquí, pensó Rosé y asintió con la cabeza, sintiendo vergüenza por ser tan transparente en su nerviosismo. La actriz se hizo a un lado, y Rosé caminaba, distraída por la visión instantánea de la vivienda.