Buscando al hermano

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El aniki, había viajado a Estados Unidos por varios motivos, el más importante era negociar con  los líderes de las distintas familias de la mafia,  ellos se hacían llamar La Comisión.

La organización no se comparaba con Passione, aunque a futuro eso ya no importaría, ya que  tenía un proyecto individual ambicioso, ser El capo di tutti capi del mondo.

El fracaso no era una opción, lo había planeado por años y se había movido con mucha cautela e inteligencia. Había logrado conseguir a un grupo de hombres que iban a trabajar bajo su mando pero no duró mucho ya que se acobardaron cuando escucharon de Diávolo.

El capo italiano era temido por todos en América, conocían de los extravagantes castigos si alguien se atrevía a ir en su contra. Ante la negativa de los hombres, el rubio debió silenciarlos a todos antes de que salgan y empezaran hablar.

Apunto a la cabeza del último que estaba intentando escapar de él, disparó y el hombre cayó.

Ahora debía empezar desde cero, para superar el mal trago, decidió fumar, estaba por llevarse el cigarro a su boca cuando el teléfono sonó.

Las rosas empezaron a marchitarse y los pétalos ensangrentados caían en el cadáver que se descomponía velozmente.

Los gruñidos de Grateful Dead se hacían cada vez más fuertes medida que su usuario escuchaba la voz angustiosa de Pesci. La llamada se cortó y Prosciutto estuvo a punto de romper el móvil pero se contuvo.

Después de varias averiguaciones, supo que Gina y su hermanastro habían salido repentinamente de su casa por la mañana, nadie sabía del motivo ni a donde se iban con tanta prisa.

No pudo evitar  pensar en su padre, no era la primera vez que el hijo de puta arruinaba su vida y la de sus seres queridos. Su propia madre también fue una víctima más:  la había enloquecido. El pequeño Prosciutto tuvo que presenciar cómo día a día la mente de su madre se volvía más frágil.

Su padre optó por encerrarla en un manicomio después de que ella intentó matar al niño. El rubio nunca pudo olvidar aquella noche fatídica.

Ahora que había crecido, no iba a permitir que lo separen de la persona que más amaba, juró por su vida que todo aquel que se metiera con su hermano las pagaría.

Recordó que Gina, era de Nápoles, era probable que estén allí, por lo que tomó el primer avión hacia allí. Estando arriba cerró sus ojos por un momento.

Había llegado y él era el único pasajero, a medida que descendía, sacó de su traje un encendedor metálico, luego encendió su cigarrillo y comenzó a fumar mirando hacia arriba.

El cielo estaba teñido de rojo, las nubes naranjas serpenteaban en la atmósfera.

Las hebras de humo de su cigarro mentolado formaban extrañas figuras que se perdían en el viento. La calma reinaba en el lugar.

Caminó por el desgastado empedrado, estaba tan absorto que no se había percatado de una presencia oscura que llevaba un sobrero y bastón. Estaba a su lado.

—será mejor que te cuides en esta ciudad, estar solo atrae a los lobos.

—¿por qué me lo estas diciendo?

Quiso mirar a los ojos a la figura pero se habia esfumado.

Se detuvo por un instante.

Escuchó risas, cada vez eran más fuertes, varias siluetas iban hacia donde estaba. Era un grupo de niños que corrían por la calle, lo esquivaron y siguieron jugando. Uno de ellos se llevó por delante al rubio, haciéndolo caer.

La Squadra di EsecuzioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora