Miles de historias

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Sentí como los parpados me pesaban, quería abrir los ojos pero había algo que me lo impedía, me era imposible. Pero, ¿qué hay imposible para mí? Exactamente, nada.

Me sentía mucho mejor, a pesar del dolor y de lo poco que me podía mover.

Me desperté dos o tres veces aunque no duraron mucho, pude ver lo que había en mi alrededor; una mesilla, un reloj, una televisión, un sillón, y seguido del sillón, una cama vacía. Me volvían a pesar los ojos, quería volver a dormir...

La segunda vez que abrí los ojos, volví a revisarlo todo, estaba todo igual, tal como lo deje, menos por unas flores que había en la mesilla. ¿FLORES? ¿QUIÉN ME HABÍA TRAÍDO FLORES? No tenía las fuerzas para indagar más, así que me volví a dormir.

De repente, sentí una voz suave, un leve zarandeo y un tacto firme pero suave, era la enfermera, me dijo con una voz baja que llevaba ocho días durmiendo, y que ya era hora de levantarme que era una dormilona. Esta vez tenía a una persona mayor al lado, en aquella cama vacía que había revisado, que confirmaba lo que decía la enfermera. Así que con gran pesadez, abrí los ojos; la claridad me abrumaba, aún todo me pesaba, pero no dude en darle una sonrisa suave a aquella enfermera que me despertó con cuidado. A los diez minutos vino un médico a comprobar mis pupilas y hacerme un chequeo general. Después de que el médico se fuera, escuché a mi compañera, nos separaba una cortina, que en el momento que supe que se dirigía a mí, pedí abrirla. De repente, sentí el sol, lo sabía necesitaba la luz del sol, hasta unos rayos, alcanzaba mi piel violácea.

Después de unas horas, ya tomé confianza con mi compañera; me había caído tan bien, se llamaba Carol y había tenido un pequeño accidente, sentía que había encontrado mi alma gemela pero con 52 años más que yo.

Pasó el día, y después de conocer a su hija, y aunque ellas hablaron casi todo, porque yo solo me limitaba a escuchar, aún no podía hablar claro y sin que la garganta me quemara. Llegó la noche y durante la hora de la cena salió un tema de conversación muy interesante, pero cuando nos quedamos en silencio, Carol lo decidió romper con una pregunta:

-Oye y dime,¿quién es esa mujer que viene siempre viene y te ve dormida o están realizándote pruebas? Me pregunta por ti y te trae flores nuevas.

+No sé de quién me hablas, yo no tengo a nadie aquí.

-Si, si, ella tiene el pelo, como media-melena y moreno, los ojos los tiene oscuros pero cuando se menciona tu nombre cambian por completo se les ven con un brillo especial.

+No puede ser. -Dije en voz ronca, no me podía creer la descripción, era Elisabeth.

-¿Quién no puede ser hija? –Me puse roja de momento, y muy avergonzada, como le explico yo a esta mujer quien es Elisabeth.

Así que tuve una idea brillante... Pensé en un plan infalible.

Le iba a pillar, y al menos le daría las gracias por lo que había hecho por mí.

Así que con Carol tracé mi plan a la perfección, no me pidió muchas explicaciones, le expliqué que era algo así como un amor.

Según Carol, siempre llegaba a la misma hora; y yo ya no dormía, y no tenía ninguna prueba ni ninguna visita planeada, así que, después de tres días, todo marchaba a la perfección...

Carol estaba en la puerta paseando, esperando a Elisabeth, no podía mentir, tenía miedo, mientras estaba sentada en la cama preparada para entrar en el baño, pensaba en todos los escenarios posibles, miraba hacia abajo, mis piernas moradas, sabía que mi rostro tenía varios hematomas, en mi cuello aún están los dedos señalados, de aquel hombre de Emmanuel. Mi mente iba a cien kilómetros por hora, pero sabía que mi único objetivo ahora mismo, era ir a ese maldito cuarto de baño, con mi velocidad de tortuga. Lo que venga, ya veré cómo lo puedo afrontar.

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora