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Capítulo II

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No creía en el amor a primera vista —sí en las erecciones a primera vista—, pero aquel sentimiento había constituido, hasta ese momento, una mera utopía de mi vida. Sin embargo, cuando mis ojos captaron su presencia, no pude dejar de contemplarla. Tenía todos los síntomas físicos y químicos del enamoramiento: mis palpitaciones aumentaron, subió mi temperatura, mi estómago era una vorágine de sensaciones y en mi cabeza sonaba una sinfonía celestial, y de fondo, la campana que anunciaba la hora de clases.

Evangelina, cuyo nombre estaba grabado en el brazalete que llevaba en su muñeca, apoyó sus libros sobre la mesa cuando la profesora de Historia del Arte entró a la clase. Su larga melena negra, a la que había despojado de la coleta, cayó como una cortina hacia uno de sus costados, cubriendo su faz y obstaculizando mi visión, lo cual era una suerte porque la profesora Harrison me estaba hablando y yo en el... paraíso.

—Perdón profesora, ¿dijo algo? —El fuego ascendió por mis mejillas que, por lo general, eran pálidas.
Se oyeron risas bajas, además del usual cuchicheo.

Blue me regaló una sonrisa socarrona.

—Dije que si podría ir a Biblioteca y traerme este material, alumna —repitió con voz chillona. Me miraba fijo, a través de sus gruesos lentes apoyados a la mitad de su nariz aguileña y eso me ponía nervioso. En su mano sostenía un trozo de papel plegado.

—Claro, enseguida voy profesora. —Tomé el papel y salí. No sin antes echar un vistazo hacia la nueva estudiante que, por primera vez, me estaba mirando.

Hasta ese momento comprendí dónde yacía el verdadero cielo. Sus ojos eran un plácido éter color índigo.

También fui objeto de atención del resto del estudiantado cuando en mi intento de salida del curso, choqué con el escritorio que tenía delante.

¡Mi estupidez habitual había alcanzado un nivel Dios ese día!

—¡Hola, Adamira! —expresó la bibliotecaria. La timidez de Sophia se exteriorizaba en su amago de sonrisa, como el hecho de que yo le gustaba se traducía en sus exageradas muestras de cortesía—. Espero que te encuentres mejor de la gripe. —Habían pasado tres semanas desde que había estado así y aún lo recordaba. ¡Hasta yo me había olvidado!

—Sí... gracias. Necesito estos libros. —Le tendí el recado, que examinó con sumo cuidado.

—¡Vaya! La profesora vino con ganas de polemizar hoy ¿verdad? —Su pregunta me desconcertó. Ni siquiera me había tomado la molestia de revisar la lista del material. Comencé a jugar con un mechón de mi cabello, el cual me llegaba a la altura de los hombros, en gesto nervioso.

—Eh... ¿por qué lo dices?

—Por eso. —Despegó su menudo cuerpo de la estantería. Había extraído un pesado volumen del sector de Colecciones Especiales y me lo tendió.

¡Mierda! Hasta ese momento entendí su expresión de hacía rato. Íbamos a estudiar exponentes masculinos del arte contemporáneo.

Para aclarar, la educación pública sigue siendo laica y antipartidista, pero estas cuestiones siempre se infiltran, sobre todo en una clase como la de Historia. Así que lo más seguro era que una vez que la profesora presentara el tema, comenzarían a alzarse voces divergentes. Ya podía oír a las Feministas Femeninas alegando que un oficio tan delicado y sensible como las artes no puede ser conceptualizado y, mucho menos comprendido, si es estudiado desde una óptica masculina.

Dicho y hecho. Toda la hora debatiendo. Sobre todo polemizando si era correcto o no eliminar todo rastro de la historiografía falocentrista del currículo.

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