Sobre el piano negro

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Llevábamos ya casi dos meses con la misma rutina, tres veces a la semana, por lo menos, a las siete y cuarto de la noche, llegaba a aquel edificio elegante, subía al tercer piso, tocaba el timbre y un rubio alto de cuerpo torneado, con su mirada azul y vestimenta formal, abría la puerta para permitirme entrar a la sala donde había un piano negro en medio de los sillones blancos al lado de la ventana cubierta con cortinas delgadas y blancas. Pero aquel día llegué dieciocho minutos antes y un rubio semi vestido con el cabello aún mojado, abrió la puerta.

— Ah … Peter, llegas temprano, pasa.

— Disculpa, creo que llegue en mal momento.

— No, no, esta bien, pasa, siéntate, ahora vuelvo — sólo llevaba puesto un pantalón azul eléctrico de vestir, no tenía puestos ni los zapatos, ni la camisa y pude ver ese perfecto torso desnudo por unos cuantos minutos, mientras recogía lo que parecía una pistola de aire para cabello y una loción de botella negra, entró apresurado a su habitación y se escuchó el ruido de la secadora, no pude evitar reír un poco [¿Será que tiene una cita más tarde?] Pero ese pensamiento fue como un golpe frío [¿Será que estoy molestando?] De pronto me dolió un poco más, pero antes de que pensara en algo más, Wade salió de la habitación, completamente acicalado, con el cabello bien acomodado y la camisa fajada, no pude evitar volver a reírme.

—¿Tan gracioso me veo?

— No, no es eso, es sólo que nunca te había visto tan apurado.

— Si bueno, no esperaba que algún día me vieras así de desarreglado.

— Está bien [de cualquier forma te vez sexy] — no podía evitar aquellos pensamientos, no podía dejar de pensar en sus pectorales y su contorneada espalda — ¿empezamos?

— Claro — como siempre se sentó a mi lado, como siempre su fragancia me inundó el pensamiento. Ese día fue peor que cualquier otro, no pude tocar ni una nota correctamente, su loción era perfecta, combinaba con su status, pensaba en su piel, en cómo lograr tocarla, cada que se acercaba sólo un poco y nuestros brazos se rozaban me estremecía, sólo pensaba en comerle a besos sus rosas y carnosos labios.

— Basta — me detuvo poniendo su mano sobre la mía e hizo que diera un pequeño salto — ¿Qué te sucede?

— ¿Qué?

— ¿Pasa algo?

— [pasa que quiero lanzarme encima de ti] no, nada — no podía controlar mis pensamientos.

— ¿Estás seguro?

— [No, tómame aquí, sobre el piano negro] si, no pasa nada — era la imposible controlarlo.

— Si tu tía se puso mal podemos parar aquí para que vayas a verla — y entonces dijo eso, aquello que me despertó a la realidad, pero no, tía May estaba perfectamente bien, los médicos decían que cada día estaba mejor de hecho.

— No, ella está bien.

— ¿Entonces qué sucede? No has podido tocar nada en toda la noche y si pasa algo malo me gustaría saber para poderte ayudar al menos en algo — aquello lo dijo con tal aire de preocupación que me sentí culpable de estar pensando en perversiones.

— Tranquilo, todo está bien, pero será mejor que me vaya ahora [antes de que me vuelva un salvaje y obedezca a mis instintos mas obscuros] te hablaré en la semana.

Salí casi corriendo del departamento, un momento antes pensé en lanzarme mejor por la ventana de aquel tercer piso, pero no fue más que un pensamiento efímero. La semana paso normal, con la única diferencia de que no paraba de pensar en la botella negra de loción y su aroma, la recordaba como si de un comercial se tratara y así el cuerpo semidesnudo de Wade perseguía cada pensamiento en el que recordara su aroma: Wade sin camisa tomando la botella cuadrada entre sus manos mientras la modelaba y bajaba frente a su torso llegando a su vientre bajo y guiñaba un ojo ¡Carajo! Ese hombre era tan sensual que me impedía pensar con normalidad.

La melodia de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora