Capítulo 3

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Emma

Subimos al elevador, Camila no dejaba de preguntar en qué calle estaba el edificio al que íbamos. Con una sonrisita pícara apaché el cero, como me había indicado el señor atractivo. El elevador comenzó a subir. Los ojos de mis amigas se quedaron como platos, esperando ver a dónde las llevaba. Las puertas se abrieron, revelando un gran salón de recepción. La música retumbaba del otro lado de la puerta y las pláticas de un mar de personas, acompañadas de gritos y risas estúpidas nos llegaron a los oídos. En ese mismo momento me arrepentí de haber subido. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? Ni siquiera me sé su nombre, puede ser un violador o un... recordé ese cuerpo y mis reacciones nerviosas me llevaron al borde de la locura. Me giré, llamando de nuevo al elevador que no tardó ni cinco segundos en abrirse. Esto era patético.

—De eso nada —dijo Camila, con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba emocionada—. No venimos hasta este lugar para que decidas dar la vuelta e irte de regreso a casa.

—¿Hasta este lugar? ¡Demonios, Cam! Solo subimos seis pisos en elevador. Creo que no es una buena idea. Anda vamos a Sangría.

—¡Ni loca! —respondió Anna, tocando el timbre del ático. Me quedé como piedra esperando a que el señor musculoso viniera. Pero no fue así.

Un hombre de saco negro y camisa blanca vino a abrir la puerta. Tenía la pinta de ser un camarero de alta. Pensé un minuto en cómo iba a presentarme, ni siquiera sabía su nombre. Estaba a segundos de hablar cuando el camarero nos indicó que pasáramos adelante.

El lugar no era, ni un poco, lo que había imaginado. Por alguna razón imaginé algo formal, con muebles de madera, sillones ingleses, ángeles decorando las mesas, pero no. Este lugar era tan moderno como nuestro apartamento. En lugar de paredes, la habitación estaba rodeada de ventanales, tres veces más ventanas que nuestro apartamento. Los sillones eran de un café claro y la mayor parte de la habitación estaba decorada con el mismo color mezclada con blanco y detalles negros.

La gente se aglomeraba como si estuviera dentro de un corral. Logré divisar las escaleras que llegaban a la segunda planta y sentí curiosidad. Dejé de pensar, mis movimientos estaban sincronizados con los de Camila y Anna. Me llevaron hasta un lugar que parecía ser una barra. Detrás estaban los chicos sirviendo bebidas haciendo un show total, entre ellos tres mujeres en paños menores y los dos chicos con el pecho totalmente descubierto y músculos marcados.

—¡Hoy sí te superaste Em! —dijo Cam viendo al hombre preparar un cubalibre.

—No sabía que era este tipo de fiesta —fruncí el ceño maldiciendo en voz baja, la antigua yo hubiera estado pidiendo unos chupitos para empezar la fiesta. Este lugar me recordaba a mis antiguas organizaciones.

—¡Me encanta! —gritó Anna—. Tenemos que pedir una margarita, o un mojito o quizá mejor...

Siguió mencionando todos los tragos que se le venían a la mente, ella no era como Cam y yo que preferíamos los tragos fuertes. Ella era un poco más del tipo de chica de coctel. Las chicas se acercaron a la barra, supuse que ya sabían qué pedirle al chico de los músculos marcados. Él les dio una sonrisa asintiendo lentamente, era de suponerlo, ¡estaban coqueteando con él!

Di media vuelta para buscar al chico que me había invitado a esta locura. No me di cuenta de cuán lleno estaba hasta que di media vuelta y me topé con un gran pectoral. Lo primero que capté fue el aroma a colonia, una colonia deliciosa, de menta mezclada con limón. Me fijé en la camisa de botones negra. Retrocedí algo apenada para encontrarme con un par de ojos azules. Las comisuras de sus labios se elevaron al verme. ¡Dios mío! Me estaba derritiendo.

—Me alegro de que pudieras venir —dijo encogiéndose de hombros—. Lamento que siempre tengas que chocarte conmigo de esa forma.

Me quedé perpleja aún observándolo, verlo vestido de ese modo hizo que me dieran ganas de arrancarle la ropa de un tirón. Deseaba verle otra vez esa figura marcada y bronceada. Suspiré de forma instintiva. No capté que tenía cara de idiota hasta que él comenzó a reír, tomándome del brazo para llevarme a la barra. En algún momento sentí su mano bajar hasta mi cintura.

PROVÓCAME ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora