Capítulo 06

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La verdad es que no me gustaba conducir y menos el Lexus de mi madre con el que tengo que tener más cuidado del normal para que no sufra ningún arañazo ni abolladura. Diría que esa es mi única preocupación del día, pero había algo más que me hacía sentir incomoda desde que dejé la oficina de mi tío. 

Adam Craven iba en el asiento del copiloto,  inmerso en la lectura de un libro de poesía antigua.

«¿Por qué un chico tan joven lee poesía medieval y estudia política?» me pregunto fijando mi atención en el grabado de un árbol sin hojas en la cubierta del libro.

—Celeste —dijo él abruptamente.

De inmediato, desvió la mirada hacia el espejo retrovisor para disfrazar el hecho de estarlo mirando.

—¿Qué piensas de la política actual?

—¿Qué pienso?

Me desconcertaba que me preguntara algo así.

—No me gusta la política, así que no puedo hacer un comentario apropiado sobre esto.

—Pero debes tener una opinión sobre asuntos internacionales.

—La verdad es que no me interesa saber nada de política, sino de tus misterios —dije en voz baja. Le había lanzado eso con la esperanza que dijera algo más de sí mismo.

—Si te digo, ¿puedes hacerme un favor?

—¿Favor?

Puso el libro en su regazo, una de sus manos permanecía sobre éste, mientras que con los dedos de la otra recorrió su cabello marrón, rizado en la corona. Adam se volvió hacia mí con los labios curvados, faltaban quince minutos para llegar con mi madre y a mí me urgía dejar de compartir el mismo espacio con él.

—Creo que deberías pagarme por decirte lo que quieres saber —dijo. Escucho un bocinazo y miro por el espejo retrovisor al taxista detrás de mí que agitaba un puño gritando que me diera prisa.

—Mejor me concentro en conducir.

—Hazlo —dijo él abriendo el libro de nuevo.

«¿Quién demonios es este tipo que me desconcierta tanto?»

Escucho mi teléfono y pienso que puede ser mi madre.

—¡Maldita sea! —Gruño moviendo el brazo tratando de alcanzar mi bolso, pero lo tiré descuidadamente en el asiento trasero y era imposible alcanzarlo.

Adam me da un toquecito en el codo, y sin esfuerzo, estira su brazo para agarrar mi bolso.

—Aquí lo tienes —dijo gentilmente.

—Gracias —le dije—. Disculpa que te pida esto pero, ¿podrías sacar mi móvil de ahí, está en el bolsillo de afuera?

Íbamos a cruzar la calle y no quería golpear a nadie. Él asintió moviendo el broche, levanta la tapa del bolsillo y agarra el teléfono junto con un carnet.

—Eres parte de un grupo de lectura... ¿fantasía? —cuestiona y me pasa el teléfono, quedándose con el carnet.

—Ya no —respondo y presionó la pantalla—. ¡Mamá!

—Celeste, ¿ya vienes en camino?

—Estoy a punto de llegar.

—No... Estaré aquí otras dos horas, ha llegado un colega de los Estados Unidos y discutiremos ciertos temas de la editorial.

—Pero...

—Es casi hora de cenar, puedes ir a comer algo y recogerme a las ocho.

Suspiro. Ahora no sabía qué hacer con Adam que se suponía quería saludar a mi madre.

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