Migrañas y sombreros de copa

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El amplio cuarto usado como comedor era a aquella hora el lugar más vivo y activo de todo el barco.

Aunque muchos de los marineros habían decidido irse a la cama más temprano luego de un largo día de trabajo, varios tripulantes seguían allí, entreteniéndose entre ellos de todas las formas que pudieran pensar entre botellas de alcohol y cigarros humeantes. Un grupo estaba jugando a las cartas, apostando todo lo que tenían encima sin cuidado, conscientes de que tendría oportunidad de recuperarlo la noche siguiente en caso de perder. De vez en cuando quejas y chillidos, tanto triunfantes como indignados e irritados, se podían escuchar provenientes de esa mesa, significando así el fin de una mano y el comienzo de otra. En una esquina, al parecer lo más alejado de ellos, un hombre que parecía estar entrando en la tercera edad leía un libro desconocido. Aun estando en la misma habitación que sus ruidosos camaradas no parecía detener su lectura ante nada, excepto para pedirle una bebida al cocinero, quien se había quedado allí contra su voluntad por culpa de la tripulación. El hombre no podía hacer más que mirar el juego con desinterés mientras fumaba su habano sin prisa, siendo interrumpido únicamente para evitar que alguien en busca de una cerveza entrara en su cocina. También había un joven grumete terminando de trapear el suelo luego de toda una mañana agotadora de ir de un lado para el otro haciendo tareas de limpieza. Debido al movimiento de la embarcación su balde con agua y jabón cada tanto se deslizaba en una dirección aleatoria, completamente distinta a la anterior, obligando al muchacho a arrastrarlo nuevamente cerca de él. Escondida en el manto que la oscuridad brindaba, una rata observaba desde un agujero en la pared, desapareciendo de vez en cuando, pero siempre regresando para ver si ya era seguro entrar en la alacena en busca de su cena.

Todo se mezclaba en una amalgama de luces, olores y ruidos que solamente contribuían a fortalecer la peor migraña que había tenido en toda su vida.

Sabo quisiera decir que estaba exagerando. Oh, no quisiera otra cosa que estar exagerando. Pero allí estaba, teniendo que parar un momento de hacer papeleo para darse el lujo de cerrar los ojos un momento y masajear su entrecejo en un vano intento de mitigar el constante e intenso dolor detrás de sus ojos. Énfasis en vano.

No, mejor dicho, énfasis en <<golpear al hombre que estaba riendo a carcajadas en una de las mesas y luego dirigirse bajo cubierta para así dormir por tres días enteros>> porque en ese momento era un impulso muy tentador.

Por desgracia, no podía hacer ninguna de esas cosas, no si quería llegar a Arabasta sin contratiempos. El país en esos momentos estaba en una situación delicada: solo era cuestión de tiempo antes de que una revolución estallara, llevándose consigo la vida de muchos inocentes. Generalmente los revolucionarios no interferían con asuntos como estos, pero a Dragon le había parecido una buena idea vigilar la situación desde cerca, y las noticias en el periódico unos días atrás no hicieron más que fundamentar su decisión —no era como si esa fuente de información fuera confiable o algo por el estilo, pero no encontraba razón alguna por la que el Gobierno Mundial hubiera querido mentir sobre el aumento de las tropas rebeldes. Eso llevaba directamente a su situación actual, estando a bordo del barco mercantil Fair Lady en mar abierto para así navegar sin levantar sospecha de los marines.

No pudo evitar sobresaltarse al sentir una presencia aparecer de la nada del otro lado de la pared detrás suyo. Ni siquiera había podido detectarla con su Haki hasta que se hubo acercado. Diablos, sí que estaba cansado... Debía apurarse a leer esos reportes para así poder irse a la cama...

¿Huh? ¿Y los reportes?

—Sé que te dije que debías terminar de revisar todo lo más pronto posible —comenzó una voz a su derecha—, pero esto es ridículo.

Separados por el vasto marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora