Entre Striker y la tubería

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Apenas podía sentir el viento seco que mecía sus rizos azabaches, proveniente de la dirección en la cual apuntaba su Log Pose. Era un buen día para los estándares del Paraíso, pero eso se lo atribuía a una isla veraniega cercana, en la cual apenas llovía. Se encontraba recostado en la diminuta cubierta de su pequeña embarcación, con los brazos cruzados debajo de su cabeza mientras observaba el cielo sin nubes.

Nadie hubiera sospechado que hace escasos momentos había sido atacado por un gato marino, pero eso no era importante.

No había pasado mucho tiempo desde que había entrado en el clima desértico del reino de Arabasta —o eso creía, al menos. Desde que comió la Mera Mera no Mi era prácticamente imposible diferenciar un clima del otro, más cuando tenía el poder de afectarlo directamente. Involuntariamente, claro— y no tardaría nada en llegar a la isla, después de todo, Striker era rápida. Sin embargo, había decidido tomarse un pequeño descanso después de comerse al animal sagrado para asegurarse de que su narcolepsia no lo hiciera caer al océano durante un ataque repentino.

Ace mentiría si dijera que no quería llegar a su destino lo más rápido posible, pero si fuese a morir allí, todo su viaje sería en vano. Era su obligación encargarse de Teach. Ese traidor no tenía derecho a seguir surcando los mares libremente cuando él era la causa de que Thatch ya no pudiera hacerlo. Lo único que merecía era sucumbir bajo sus llamas o ante el mismo Shirohige. Era su deber como comandante de la segunda división hacer que eso sucediera.

Por ahora, suponía que le daría tiempo a Luffy para que lo alcanzara. Sentía curiosidad por conocer a su tripulación y saber qué tipo de personas serían para poder aguantar su problemática existencia y aceptar llamarlo capitán. Tenía pensado ofrecerle a Luffy unirse a la tripulación de su padre, pero no creía que fuese a aceptar. Él quería ser el rey de los piratas. ¿Qué clase de rey seguiría ordenes de alguien más?

Cerró los ojos, disfrutando el silencio y la tranquilidad a su alrededor.

De todas maneras, no se lo dejaría fácil. Llegaría el día en el que ambos deban pelear por el título. Ace se había jurado a sí mismo que haría a Shirohige Rey Pirata y no planeaba arrepentirse. Cuando el momento llegara, no se contendría y no esperaba menos de su hermano. Hasta entonces, apenas podía esperar a ver cuánto había crecido en los últimos tres años.

Así se quedó durante un rato, disfrutando el silencio que la soledad le otorgaba. Sin embargo, no pudo hacer nada al verse extrañando a la banda de piratas a los que llegó a llamar sus hermanos y hermanas. Al principio, cuando había partido del Moby Dick luego de enterarse de la traición de Kurohige en busca de venganza—dentro suyo, sus llamas ardían con intensidad al recordar como ese canalla había elegido llamarse de una manera tan parecida a su padre— no se dio a sí mismo la oportunidad de lamentarse por la falta de ruido a su alrededor. Aun así, la nostalgia se hacía más y más presente conforme pasaban los días. No era la primera vez que se marchaba por su cuenta del barco, pero no podía evitar sentir que esta vez las cosas resultarían de manera distinta a ocasiones anteriores.

No sabía cuánto tiempo había pasado así cuando algo cambió. Supuso que no era un cambio muy perceptible y que solamente era paranoico —algo que la infancia que pasó siempre cuidándose la espalda solamente afirmaba—, pero podía jurar que algo había cambiado. No lo percibía como algo hostil como para preocuparlo, pero no podía sacarse de la cabeza el pensamiento de que Striker se había hundido de pronto un poco para luego salir a frote nuevamente, como si alguien acabara de subir a bordo, lo cual era ridículo ya que él era la única persona en muchos kilómetros a la redonda.

No fue hasta minutos después de sentir el pequeño trastorno que tuvo que admitir que, en efecto, había otra persona además de él.

No era como si hubiera tenido otra opción, teniendo en cuenta que el invasor se había lanzado sobre él, utilizando su cuerpo como proyectil para quitarle repentinamente todo el aire que tenía en sus pulmones, y sentado en su pecho, sosteniendo algo frío y duro —no un cuchillo, de eso estaba seguro— contra su cuello.

Separados por el vasto marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora