Y mientras deambulaba, miserablemente
descalzo sobre la tierra erosionada,
alzaba su rostro a la bóveda celeste para
recibir gotas de lluvia, lluvia ácida. Sentía
su rostro quemarse, en la medida en que
goteaba. Quemarse. Del mismo modo
que había abrazado, metafóricamente, y
no tanto, vidas de árboles. Quemarse.
Miraba las palmas de sus manos
agrietadas, fisuras similares a aquellas
que podían apreciarse en el suelo que
pisaba, con asco. El mismo suelo, lamisma tierra en la que una vez creció
hierba y algo más. Ahora, desdeñada,
sufría el mismo destino que las palmas
de sus manos, solo que en estas nunca
creció nada más que destrucción.
Ambas, tierra y manos, atadas al mismo
destino trágico. Cuidadosamente, de
modo absurdo, arrancaba la piel de sus
manos, entre hendidura y hendidura, sin
siquiera esforzarse por sentir dolor, sin
siquiera derramar una lágrima para que
fuese evaporada. De derecha a izquierda,
y de arriba abajo. Zig-zag. Al arrancar, se
rompía más, haciendo que sus brazos se
llenaran de líneas chuecas también,
como es deducible, procedió a arrancarse
la piel de sus escuálidos brazos. Casi
como un Flashback de Vietnam, llegaban
a él momentos vividos en esta tierra
ahora muerta, días soleados en su
infancia, árboles floreciendo sobre su
cabeza, frutos rozando sus carnosos
labios, la calidez de una mascota, el
milagro de estar vivo; así, terminó por
arrancarse hasta el último centímetro de
piel, en la forma en que rechazaba su
humanidad pues ya no la necesitaría, no
al lugar al que iba. Sin nada qué dejar
como legado, ni a quien dejárselo. Se
despidió del mundo al que había destruido.
Sin ningún remordimiento, sin una
muestra siquiera de compasión por sí
mismo. Con desdén.
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Los escritos de un desalmado de la vida
PoesíaEn momentos así cuando no se tiene nada que hacer, me gusta ponerme triste y crear cosas basadas en mis sentimientos. /Muchos de los fracasos vitales son de gente que no se dieron cuenta lo cerca que estaban del éxito cuando se rindieron. (Thomas A...