Acto I, No. 2: Romeo

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Las luces, el calor de los focos sobre su nuca, el animado murmullo de la gente en la pista, el sonido de los amplificadores conectándose, el tacto liso de la madera de las baquetas, el sudor frío... todo pertenecía a una única sensación que Jungkook titulaba como ''nervios pre-concierto''. Se sentía expuesto a cientos de miradas a pesar de que nadie estaba prestando atención a los tres chicos que estaban sobre aquel destartalado escenario; y a pesar de que Jungkook se encontraba justo detrás de un bombo, una caja, toms y varios platillos.

Dejó que se le escapara un largo suspiro. Echó, a través de los tambores, un vistazo rápido a la sala: era un club nocturno situado en un sótano, lleno de gente a la que le gustaba el rock y que vivía bastante lejos de las zonas como Cheongdam-dong y Apgujeong-dong, las más ricas de Seúl. Jungkook sabía que las personas que iban a ver los conciertos de su grupo eran normalmente personas de la clase media que, pronto, se convertiría en la más baja. Eran personas que no habían pisado la zona centro de Seúl en los últimos años, personas que no podían permitirse una copa en las concurridas calles de Hongdae, personas que trabajaban día y noche para poder vivir en los suburbios situados al norte de la ciudad, pero lejos de la carretera por la que los ricos conducían hasta el aeropuerto.

Durante años, la corrupción y los escándalos salpicaron todo el país, pero sobre todo la capital. Lo que empezó con los concejales llegó hasta las altas esferas de la Casa Azul. Hubo protestas, movilizaciones, huelgas, gritos por un cambio. Nadie hizo nada, así que las protestas se violentaron en un desesperado intento de escuchar que, por fin, el sistema cambiaría. Pero las esperanzas dieron paso enseguida a las cargas policiales. Como respuesta, aumentó la violencia de los civiles. Los ricos se enriquecían, la clase media empobrecía y los pobres simplemente morían. O más bien, los mataron.

Jungkook tenía diez años cuando vio cómo los militares afines a la supuesta democracia marchaban contra los manifestantes durante el 13 de abril. Fuentes oficiales hablaron de heridos y detenidos, pero todo el mundo sabía que eran víctimas de un régimen corrupto y prácticamente totalitario. Se produjo una masacre similar a la de los años ochenta al sur del país, en Gwanju, pero nadie vio en ella el genocidio de los que lucharon por recuperar su dinero y sus derechos. Los más ricos se convirtieron en los más poderosos. El resto, los que eran de clase trabajadora, se vieron obligados a migrar hacia el norte de la ciudad. Entre esas personas se encontraba un Jungkook que aún no había abandonado la primaria.

Una década después, la población más desfavorecida parecía haberse acostumbrado a vivir en casas más diminutas que una lata de sardinas, y Jungkook había encontrado su lugar en aquel taburete tras la batería del grupo de rock más conocido de los suburbios: The Reds. Más que considerarlo un trabajo, lo consideraba una afición, aunque gracias a esa afición había encontrado una cama en la que dormir.

El bajista del grupo, un joven en sus veintitantos que siempre vestía con chaqueta de cuero y gafas de sol -incluso de noche-, encontró a Jungkook cuando este tenía dieciséis años. Le ofreció una casa. Sin pensárselo dos veces, el pequeño huyó, pensando que se trataba de algún engaño. En aquella sociedad primaba la maldad, el uno mismo por encima del resto. El altruismo se había borrado hasta de los diccionarios; no quedaba nada de él, así que Jungkook creyó durante meses que aquel chico de cabello grisáceo simplemente quería aprovecharse de él y de su inocencia. Más tarde, cuando Jungkook trabajaba como repartidor en la zona rica de Seúl, volvió a encontrarse a aquel tipo. Discutía con otro joven que, enfadado, lanzó un par de baquetas al suelo. Jungkook, literalmente, fue quien tomó las baquetas.

Aquel bajista se llamaba Namjoon y, a pesar de su apariencia descuidada, era una de las personas más admirables que Jungkook había conocido en toda su corta vida.

En el escenario, Namjoon siempre se colocaba a la izquierda. A la derecha del todo, normalmente bebiendo agua en lugar de cerveza, estaba Hoseok, el guitarrista. Hablaba demasiado, pero cuando se concentraba era alguien distinto: se convertía en alguien serio y maduro, abandonando su habitual carácter animado y alegre. A los ojos de Jungkook, tanto Namjoon como Hoseok eran dos personas confiables, tanto, que eran sus dos confidentes. Si pasaba algo, Jungkook se lo contaría enseguida a sus compañeros de piso y de grupo... al menos a ellos dos.

Las luces de la pista se apagaron y los focos rojos del escenario se encendieron. Aquella atmósfera siniestra, puede que sensual para algunos, hacía que el estómago de Jungkook se revolviera, pero si había algo que revolviera los estómagos de todos los presentes era él: Taehyung. No respondía a su nombre, solo a ''Red''. La gente coreaba su nombre. Era la estrella, fundador, guitarrista y vocalista del grupo, además del amor platónico de todas las chicas -y seguramente algún chico- de los barrios proletarios.

Taehyung no superaba los veintidós años, no era tan alto como Namjoon y tampoco tan fuerte como Jungkook, pero era el que más imponía. Parecía un rey: intocable, inalcanzable, inimputable. Era callado; hablaba más frente al micrófono que durante toda la mañana. La suma de su flequillo largo y ondulado, que casi le tapaba los ojos, su ropa negra y sus delicadas manos le conferían un aire misterioso pero atrayente, como si fuera el protagonista de algún libro de amor adolescente.

Cuando la larga sombra de Taehyung se proyectó sobre Jungkook, se sintió más seguro. El grupo ya estaba completo. Agarró con fuerza las baquetas, inspiró y dio cuatro rítmicos golpes:

—¡Un, dos, tres, cuatro!

La música comenzó a sonar. Jungkook apenas escuchó los vítores del público; se dejaba llevar. Siempre que tocaba la batería se sentía libre, quizá porque golpear los tambores le ayudaba a liberar tensiones, como quien golpea un saco de boxeo. No se preocupaba por perder el ritmo, ni por las pretenciosas letras de Namjoon, que eran cantadas por la rugosa y grave voz de Taehyung, ni por Hoseok moviéndose por todo el escenario mientras rasgaba las cuerdas de su guitarra blanca. A Jungkook no le importaba nada más que él y su batería, así que, quizá por eso el tiempo se le pasaba volando.

Cuando quiso darse cuenta, el concierto estaba por terminar. Siempre, un par de canciones antes del bis final, Taehyung agradecía al público su asistencia con unas cuantas palabras. Namjoon hacía lo mismo, Hoseok también y, como era lógico, Jungkook debía hacer lo mismo.

—Sabéis que nuestro pequeño batería sigue siendo un poco tímido, —le excusó Namjoon, mirando hacia atrás con una sonrisa— pero a lo mejor hoy tiene algunas palabras por ser nuestro último día aquí, ¿no?

Secándose el sudor que empapaba su frente, mejillas y flequillo con el dorso de la mano, Jungkook se acercó al micro que tenía a su derecha. Carraspeó y soltó una risilla, avergonzado.

—Eh... gracias por venir.

El público, junto a Namjoon y Hoseok, se echó a reír, pero Jungkook vio algo que captó su atención: cruzado de brazos, vestido con una impoluta camisa blanca, al contrario que la mayoría de los presentes; con la boca semiabierta, los ojos chispeantes y las mejillas sonrojadas.

Aquel chico de cabello oscuro era como una pieza desparejada de un puzle, como una flor en medio de un árido terreno. Jungkook se quedó observándole unos momentos, ensimismado, tal y como aquel chico le miraba a él.

Rápidamente, Jungkook agitó la cabeza y, con una sonrisa y mucha vergüenza, saludó al público y volvió a sentarse en el taburete. Miró hacia el pedal del bombo un segundo y volvió a levantar la vista, buscando entre el público a aquel chico de cabello oscuro y camisa blanca.

Ya no estaba allí.

—Qué raro. —murmuró el batería, volviendo a agarrar con fuerza sus baquetas y preparándose para tocar las últimas canciones de la noche.

*****

hola no me tiréis tomates porfaplis

para poneros un poco en contexto, que sepáis que este fic se me ocurrió escuchando Romeo y Julieta de Prokofiev -el ballet- así que estaría super guay que mientras leyerais también lo escucharais!! y también se me ocurrió después de leer unas cuantas distopías, así que el ambiente de Seúl de este fic es más bien decadente lol 

y dicho esto, me las piro vampiro


Romeo and July » YoonkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora