Capítulo 20

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Cumplí 15 el 23; eSOOOOOOOOO, SIGO VIVA.

Comencemos~.
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Monstruos y humanos se diferencian como asemejan en varios factores, y es lo mismo para cualquier caso. Son seres vivos, sí, pero sólo a estas dos ensañadas razas por su propia población se les puede encontrar la igualdad menos idealizada posible... hambre. Se pasa uno en cotidianidad luchando, pensando en cómo saciarse con los manjares que la vida ofrece desde la punta de la cumbre que te lleva directo al Infierno para los que más se reprochan el alimentar y relamen los labios babosos en su exigencia por algo menos insustancial o futil. Ésta es una hambruna imparable, una que ni teniendo a cactus como maestros para la resistencia en condiciones extremas o siendo apoyado con el entorno para atiborrarte eficientemente vasto serviría para disiparla. Naces y creces con las convicciones de llegar a ser el sujeto que marque fecha histórica, de manera global, trascendente, con la saliva escurriéndose por sobre tu barbilla al observar minucioso cómo el puesto más alto de la jerarquía te ofrece el montón de conveniencias que, una vez alcanzados, descubrirás no eran el bufet esperado, sino una escoria de fruta seca y maloliente. Que conservar diez años de relación no significa que te lloverá cada que el fuego derrita el cuerpo (el bombón) del amante seleccionado cientos de fresas bañadas en chocolate y chispas de colorantes que buscan opacar al arcoíris del cielo grisáceo. Que mordisquear con fiereza la carne fresca de las víctimas más ingenuas y poco hambrientas no hace del platillo algo más placentero. Que picotear los quesos y las uvas de las hormigas —como a veces llaman a la ciudadanía— no te dará el mejor interés a la hora de mordisquear y tragar.

Ambas especies enemistadas que aguardan incluso en la superficie con esa falacia todo su voraz apetito nunca habrá forma de dejarlas contentas, mucho menos luego de decir "provecho" y tomar el cubierto. Lo devoran todo, consumen hasta la más mínima migaja, semilla salada..., y lo sabe porque él vivía sin hambre, en un pueblo donde tampoco ese término se presentaba —donde no se exigía más de tres platos a diario—, habitando una casa adornada tan vivazmente que las crisis del hombre insatisfecho por bañarse en las playas con mar de sopa caliente no eran capaces ni de mirar por más de cinco minutos seguidos el umbral de su cálida vivienda, como galletas recién salidas del horno. Galletas navideñas; suaves, crujientes y festivas, efusivas. El recuerdo que aguarda en la esquina del cofre del tesoro, más valioso que los lingotes de oro, que los óleos de un pobre maniático que se socavaba la tumba y predecía su fallecimiento. Y de haber sabido que su mundo se arruinaría al primer anónimo asesinato para comer, hubiera guardado más de estos dulces a su pequeño hermano, ése que adoraba compartir los platos de espagueti y las sonrisas sin mercadotecnia de por medio, sonrisitas de quien vive para ser un cándido bienhechor. Él vivía sin hambre en un pueblo donde tampoco ese término se presentaba, pero resulta que cuando aterriza sin pista o aviso no hay manera de prevenirse, o detenerle, porque es un virus que se contagia y no existe cura para ello.

El virus que crece desde el día en que se descubre el primer llanto innato para alimentarse.

El agua está hirviendo, es momento de colocarle las tiras largas de pasta, y mientras le agrega sal y pimienta junto a una cucharada pequeña de aceite, intenta aligerarse el remordimiento al ensimismarse en la posibilidad de que en el cielo su adorable faro de luz brilla más que nunca al transformarse en ángel o estrella sana y jovial sin percatarse del dilema del hambre tan terrestre e inmundo*..., guardando todos los derechos de autor a esos nepotistas* y despóticos*, de esa estúpida autoproclamada emperatriz con olor a pescado. Revuelve sin prisa alguna el alimento en cocción en tanto su nostalgia se aviva y traspasa a una inevitable sonrisa, puesto a que imaginar el escenario de su hermano regañándolo por escupir las blasfemias en contra de su admirada ex-líder de la Guardia Real y a su vez, en descuido, provocaba el más lindo e inocente de todas las divertidas destrucciones en la cocina con la salsa en su totalidad desparramada. Le empalaga con deleite, sin ilícitas limitaciones el pecho, y colma con calor y gustosas cosquillas, como cuando se bebe el chocolate caliente después de morder el pan de concha, tragando primero la zona donde se esparce el glaseado café o blanquecino. Su hermano era —y es, en su memoria tatuado eternamente con la simultaneidad del tiempo presente, acariciado con una saudade extrema y sentimental— tan puro y bueno que ninguna Diosa que aunque se titule Venus podría compararse a su santísima alma arrebatada por abyecto.

¿Quién lo hubiera imaginado? (Nightmare!NoCorrupted X Bad Sanses)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora