Prólogo.

291 30 2
                                    

Casandra "Cassie" Boyle caminó lentamente por el campo rozando con la punta de sus dedos la hierba casi seca, el atardecer era precioso, los colores rojos tiñendo el cielo y manchando las copas de los árboles y la brisa refrescando el ambiente, era perfecto. Con una sonrisa un poco tímida tomó la mano enguantada que le ofrecía el doctor y le siguió tranquilamente hasta donde una cabeza de ciervo les esperaba, ella miró la cabeza con intensidad y se aferró con más fuerza a la mano que sujetaba.

—¿Puedo preguntar algo? —preguntó Cassie en un suspiro sin apartar los ojos de la cornamenta.

—Puedes. —respondió el doctor con tranquilidad.

—¿Por qué hace esto?

—Hay alguien que me interesa mucho y tiene problemas para resolver algo y deseo ayudarle.

—Entiendo.

—Quítate la ropa. —El tono del doctor era tranquilo, pero era claramente una orden.

Casandra asintió, su mano se soltó de la del doctor y sintió como la suya se enfriaba rápidamente, se quitó el delicado vestido blanco que llevaba puesto y se lo entregó al doctor junto con sus zapatos.

—La ropa interior también.

Ella asintió una vez más y se estremeció al quedar completamente desnuda, sus pequeños pechos se agitaron cuando la brisa la rozó y sus pezones rosados se endurecieron y sintió cierta humedad entre sus muslos cuando notó la mirada del doctor sobre su cuerpo, no era una mirada sucia como otras que sintió antes, era simplemente apreciativa y se sintió estúpida por creer que, en un principio, la raptó para violarla.

—¿Tienes miedo? —preguntó el doctor Lecter apartando uno de los mechones rojizos de su rostro y colocándolo delicadamente tras su oreja.

—Un poco —admitió Cassie—. ¿Dolerá? —preguntó.

—Sí. —El temblor en el cuerpo de la muchacha aumentó—. Lo haré rápidamente.

Hannibal Lecter se paró frente a Casandra Boyle, le sonrió por última vez con un poco de pena reflejada en sus ojos y sin más la sujetó por el cuello asfixiándola por momentos, cuando el cuerpo de la muchacha perdió las fuerzas la alzó en el aire y con un rápido movimiento la empaló en la cornamenta del ciervo.

Casandra se agitó, pero ni siquiera gritó, su pálido rostro se contrajo por el dolor y de sus ojos brotaron las lágrimas.

"Es una pena", pensó el doctor Lecter. No lo sentía por la preciosa muchacha que se desangraba expuesta como un cerdo, no, a él le parecía una verdadera pena que una carne de tan buena calidad se echara a perder por todo el sufrimiento de la chica, pero tenía demasiadas cosas por hacer como para detenerse a pensar en todos los buenos platillos que pudo preparar con ella sin que nadie notara su desaparición. Tomó de su maletín el cuchillo de caza que preparó para aquella ocasión y se dispuso a trabajar.

La sangre se escurrió rápidamente por la cabeza del ciervo y por el pecho de Casandra mientras el doctor Lecter la abría en canal, los gemidos que se escapaban de la boca de la muchacha sonaban acuosos por la sangre y la saliva con la que se ahogaba, tal como se lo prometió trabajaba de manera rápida y eficiente, incluso trató de ignorar la satisfacción que las convulsiones de dolor de la muchacha le provocaban.

Lecter cortó el esternón y abrió las costillas para tener acceso libre a los pulmones, cortó la tráquea y los retiró de manera magistral y cuando ya los había guardado en una hielera para su conservación adecuada se acercó de nuevo a Casandra que se moría lentamente, sujetó su corazón y lo apretó hasta que se detuvo y la muchacha murió, esa sería su piedad para ella, después de todo, al final, Cassie había sido complaciente.

HANNIBALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora