Capítulo 03: EL ENCUENTRO.

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Cuando Elena Lowell, su esposo y la mayor parte de su familia se mudaron a aquella pintoresca propiedad a las afueras de Stafford impusieron una tradición, cada último viernes del mes toda la familia se reuniría a cenar al rededor de la mesa y contarían un poco de su vida y compartirían sus problemas para aliviar la carga y lo que en un principio les pareció casi imposible se volvió lo mejor del mes. Cada viernes desde la década de los sesentas, aún cuando las remodelaciones de la casa para ampliarla los obligaron a comer rodeados de plásticos, latas de pintura y tablones, o incluso cuando el piso superior se inundó y la comida se volvió en una carrera bajo el agua que se había filtrado y llovía dentro del comedor.


Año tras año las matriarcas Lowell se encargaban de enseñar a sus hijos sobre la importancia de aquella tradición, obligar a sus hermanos y esposos de ser necesario y convencer a las otras mujeres de que aquello era lo que mantenía a su familia unida y los vecinos de los Lowell también conocían esta particular tradición, cada final de mes era como una fiesta en la casa de esa familia, los automóviles llegaban desde temprano y las personas entraban y salían a granel, por eso Dorea Quan no se sorprendió cuando la mañana de aquel sábado vio la puerta abierta de la casa Lowell, no era que vivieran en un barrio peligroso, pero cualquiera de los invitados pudo olvidar cerrar esa puerta y como aún era temprano cruzó el jardín por el camino blanco brillante del que tanto se enorgullecía Madison porque partía de manera perfecta el césped verde y sus envidiables rosales que se erigían imponentes a los lados del pórtico y estaba por llamar al timbre para que alguien cerrara correctamente la puerta cuando sintió el olor que se escapaba de la casa, empujó lentamente la puerta y entró.


Dos horas más tarde la señora Quan aún lloraba y se debatía entre derramar más lágrimas o seguir vomitando lo que ya no tenía dentro de su estómago.


Will miró atentamente y casi con horror la casa frente a la que estaba estacionada la camioneta del FBI que lo llevó hasta allí y él no quería estar allí, el quería estar en su casa, con su hijo, rodeado de sus perros, no allí frente a la escena de un crimen.


Su mañana casi había sido perfecta, había llegado a tiempo para tomar un café extra antes de su primera clase e incluso durante la misma los futuros agentes habían demostrado sus grandes capacidades y su intuición, todo era como se suponía que debía ser hasta que Beverly Katz se presentó en su salón de clases y prácticamente lo arrastró hasta ese lugar y quería salir corriendo. Él ya tenía bastantes pesadillas sin necesidad de ir a escenas de crímenes violentos y por eso continuaba dentro de la camioneta junto con Beverly que estaba la volante y estaba totalmente callada y ansiosa, esperando a que Will reaccionara y se decidiera a bajar por fin a ir a hacer su magia, pero Will se sentía traicionado por la mujer que llegó a considerar como su amiga y para empeorarlo todo sentía su cuerpo temblar por la ansiedad de ambos.


—Te dejaré solo. —dijo Beverly cuando por fin notó la incomodidad en Will.


—Claro.


Will sintió que la mitad del peso que cargaba se desvaneció al quedarse solo, se dijo que sólo tenía que calmarse, entrar allí trabajar, salir y olvidarse de todo, dejarlo atrás. Apretó sus manos y recordó que Sarah, dos días antes, le pidió que hablara con un psiquiatra, después de todo el seguro médico de ella lo cubría, pero no cualquier psiquiatra, ella le recomendó el mismo que la trató a ella antes de que se conocieran y cuando estaba considerando seriamente llamar para y hacer una cita, lo más lejana a la fecha actual posible, porque era obvio que lo que vería allí dentro no lo dejaría dormir durante semanas, vio la camioneta de Jack Crawford y al hombre bajando de ella, pero lo que más le sorprendió fue el mulsanne speed negro que se detuvo atrás y del que creyó se bajaría un chófer para abrirle la puerta a alguna celebridad, pero del lado del conductor se bajó un hombre alto de cabellos rubios enfundado en un elegante traje negro que se quitaba la corbata rojo sangre que resaltaba sobre la camisa igualmente negra y la dejaba, finamente doblada dentro del automóvil.

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