Los pasos lentos hacían eco entre el vacío que se arremolinaba a su alrededor, y lo único que le acompañaba, al compás de su acelerado corazón era su respiración. Tratando de mantener la calma, dio la vuelta, solo para encontrarse con esa misma negrura que poco a poco iba consumiendo su luz.
Cerró los ojos y sintió como poco a poco la corriente de aquel ahora río lo iba arrastrando, y cuando abrió los ojos se encontró entre cenizas que cubrían cual nieve aquel paisaje que alguna vez fue y sería el más hermoso de todos. Caminó y caminó por lo que pudieron ser horas o segundos y llegó al centro, dónde aquel árbol ahora crujiente y viejo seguía en pie, imponente a todo aquel que le mirara. Las ramas lo observaban y aquel siseo que en un principio ignoraba se hizo cada vez más y más fuerte, haciendo zumbar sus oídos, y pronto se transformó en un grito desesperado que parecía ser ajeno, pero que salía de su garganta, desgarrándola.
Ahora lo sentía. Sus dedos enterrados entre la carbonizada corteza de aquel manzano lo hacían sentir desolado y solo, como si le consumiera hasta la última gota de felicidad que le quedara; la sangre se agrupaba con rapidez bajo sus pies y le escocía hasta el alma. La corteza se abrió, absorbiéndolo y no dándole oportunidad de escapar y una vez más se encontró en aquel vacío ya tan familiar. Su barbilla tembló y trató de gritar, pero no lo logró. Pensó en todo aquello que le encogía la conciencia y se puso las rodillas sobre el pecho, sollozando con pesar.
Sus alas se alzaban ahora, blancas como siempre, y el tenerlas ahí le reconfortó un poco. Hacía mucho frío así que se envolvió en ellas, pero por más que intentara concentrarse en el brillo de estas, no se le iba de la cabeza que seguía ahí, solo. Era un sentimiento familiar a cuando la muerte se despidió de ellos en aquel aeropuerto, dejando en claro que siempre estaría ahí. Había estrellas y nubes de polvo estelar inundando sus sentidos y nublándole la vista y se sentía flotando a la deriva en la inmensidad creada por él y sus compañeros y lo puso haber considerado hermoso pero sabía que lo habían abandonado. Entonces, casi como un milagro, sus ojos comenzaron a cerrarse y escuchó a la muerte una vez más, cual orquesta que va llegando al clímax de la pieza, y sabía lo que pasaría. Siempre lo sabía.
Despertó sudando. Su respiración estaba levemente acelerada y sus ojos húmedos con lo que supuso eran lágrimas. Un gran vacío se apoderaba se sus sentidos, pero hizo caso omiso y se incorporó con un leve quejido acompañando su acción. Según su reloj de mesa eran las 5:00 am, y pudo quedarse dormido una vez más, pero prefirió no hacerlo. Era ahora que recordaba el por qué no le gustaba dormir.
Se vio al espejo y contempló su reflejo cansado. Sus rizos rubios estaban enmarañados sobre su cabeza y se pegaban a su frente, su barba ya había crecido considerablemente, así como las bolsas oscuras bajo sus ojos. Se tocó el rostro y soltó un chasquido de desaprobación ante su imagen tan descuidada.
Arrastró los pies hasta su armario y se quedó plantado ahí, tratando de escoger que atuendo llevaría hoy. Un par de trajes elegantes de 1870 le tentaron, pero algo había cambiado ese día, e inconscientemente se alegraba de no haber muerto realmente, así que se decidió por una camisa azul claro, pantalones de vestir beige y zapatos y gabardina cafés. Sonrió levemente mientras se dirigía al lavabo.
Después de asearse y degustar una taza de chocolate caliente visitó la barbería y se decidió por dejarse la mata de barba rubia y levemente canosa. La peinaron y la cortaron para que quedara pareja y su rostro se lo agradeció cuando el aire frío de otoño tocó su piel. Se sacudió un poco y se acompañó de sus pensamientos mientras caminaba en busca del apartamento de Crowley.
Sabía que había dormido al menos un mes, gracias a la fina capa de polvo que se le había formado encima, y era por eso que no le agradaba mucho dormir. El que no lo necesitara no era una excusa, pero las pesadillas sí. Debía admitir que desde hacía siglos, específicamente desde el inicio de su amistad con el demonio, las pesadillas le habían molestado cada que dormía. Siempre involucraban su abandono o la caída del pelirrojo. Y los gritos siempre eran los mismos. Salían de su garganta pero no le pertenecían. El miedo se había apoderado de él por mucho tiempo, y esa era una muy buena evasiva antes, pero ahora que era libre no entendía por qué aquel sentir tan humano le seguía pudriendo, y le frustraba, realmente lo hacía.
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Somewhere Only We Know (Ineffable Husbands)(Aziraphale/Crowley)
FanfictionTodo estaba como siempre, en realidad. No había perros infernales rondando por ahí, sombras sigilosas observando atentas en los cementerios, ni mucho menos garras oscuras rasgando el cemento en busca del hijo prometido. Sólo paz. Seis mil años lucha...