La llave de metal cobrizo era fría al tacto, el óxido se aferraba a su metal como un parásito. La miré extrañada, parecía un chiste de muy mal gusto.
— ¿Mi abuelo... — pregunté incrédula — ... me dejó su mansión?
Corrección: Me había dejado todo lo que tenía, su monstruosamente enorme casa, su negocio y taller de muecas, junto con una abultada cuanta bancaría. Con esta fortuna no haría falta ni que busqué esposo, podía vivir tranquilamente hasta el lecho de mi muerte.
Me paré frente a la enorme casona, la miré con ojos nostálgicos, la última vez que había estado aquí fue cuando era una pequeña. Me había mudado de Londres con mis padres a los diez años, y desde entonces no había vuelto a ver a mi abuelo, siempre recibía sus cartas, pero no era lo mismo. Y ahora volví, llegando justo para su funeral. Una dolorosa despedida.
— Gracias, abuelo — musité para mí misma, con una sonrisa en el rostro, mientras abrazaba la llave contra mi pecho, sintiendo el calor del amor que mi abuelo alguna vez me brindó.
Abrí la verja, escuchando su agudo chirrido al correrse a un lado, haciéndome espació para pasar. Caminé por el sendero de piedra, sintiendo el ambiente muy diferente a como lo recordaba, ya no estaba aquella sensación acogedora y cálida, de simpatía y cariño, que brindaba la presencia de mi abuelo. Ahora no sentía nada de eso, todo se veía frio y oscuro, ni siquiera había una brisa que avivara la vegetación.
Metí la llave en la cerradura de la puerta principal, y al girarla, escuche como el mecanismo interior giraba hasta destrabar la puerta.
Si afuera se veía desolado, dentro de la casa era aun peor. Los muebles estaban ocultos detrás de sabanas y cortinas blancas, el piso estaba cubierto por una débil capa de polvo, señal de que la casa estaba siendo deshabitada desde hacía un tiempo.
Subí las escaleras de madera, en dirección al segundo piso, mientras me dejaba llevar por una ola de recuerdos, como cuando sentada juntó a la chimenea, recibía mi primera muñeca de porcelana, obsequio confeccionado por mi mismo abuelo.
Me paré frente a una puerta que reconocía muy bien, era el taller personal de mi abuelo, él era de los hombres que amaban tanto su trabajo que se lo llevaban a su casa. Abrí la puerta lentamente, encontrándome estantes de muñecas, con sus finos trajes de seda, y sus pieles de porcelana perlada. Otras estaban aun sin terminar, se hallaban sobre el escritorio, junto a las herramientas. Caminé hasta dicho escritorio y comencé a revolver los cajones, sólo por curiosidad. Mis ojos encontraron un diario, de tapa azul, lo tomé entre mis dedos, y lo admiré un momento antes de abrirlo, allí podría encontrar cierta privacidad de mi difunto abuelo, tal vez por un pequeño momento, si leía su diario, podría sentirlo vivo.
Abrí el diario en una página al azar. Era un diario de trabajo, había diseños de muñecas algunos textos al azar, como recordatorios o ideas a desarrollar. Pero a mitad del diario, el contenido cambiaba drásticamente.
— 6 de agosto de 1735: Mis ojos todavía no pueden creerlo. Apenas puedo confiar en lo que he visto. Los fantasmas no existen— me quedé en silencio un momento, procesando lo que acababa de leer. Antes de armar una conjetura al respecto en mi cerebro, preferí continuar con la lectura del diario — 13 de agosto de 1735: No fue un error. Realmente lo había visto. Hay un fantasma en mi casa. No parece peligroso, pero si muy triste y solitario.
Las siguientes páginas mostraban modelos de lo que parecían ser un nuevo muñeco, que estaba titulado como Jeb, pero lo que indicaba las medidas y otras características, se salía de lo convencional. ¿Qué pretendía hacer? Un escalofrió recorrió mi espalda, obligándome a cerrar el diario. Dejé el cuaderno sobre el escritorio de madera, y giré sobre mi eje, hasta encontrarme con la última cosa que no había inspeccionado en la habitación.
ESTÁS LEYENDO
Antología "Cuentos de amor"
RomanceEl amor se presenta de distintas formas, nos hace felices, nos hace sufrir, reír y llorar. El amor es justo, otras veces injusto. Anímate a leer cuentos de distintos amores, en distintas circunstancias.