Mi mente dijo que "sí", pero mis labios dijeron "no".
― ¿Por qué no?― Preguntó él decepcionado.
― Porque no te quiero― Mentí. Quería aceptarlo, pero no podía, tenía un secreto que no me lo permitía.
Ken me miró con sus ojos llenos de tristeza, y se marchó sin decirme nada más. Sé que herí sus sentimientos, pero hubiera sido aun peor si supiera la verdad, la verdad de porque lo rechace.
Luego de que él se marchó, me sentí sola. Mi habitación solitaria y vacía solo me recordaba aun más mi desgracia.
Me tiré sobre mi cama y abrazando a mi almohada, descargué sobre ella una humedad de amargura. Las lágrimas empaparon las blanquecinas sabanas. Me revolví entre la superficie nubosa de la cama y me encontré frente a la mesa de luz, mis ojos se enfocaron y vieron con nitidez un pequeño frasco de brillantina fucsia. Lo tomé entre mis dedos y de inmediato una oleada de recuerdos me embargó:
"Estaba en mi estudio de arte, Ken estaba allí también, y se acercaba cautelosamente hacía mí. Acarició mi mejilla mientras con la otra mano me tomaba de la cintura para acercarme a él. ¡Todo esto está mal!, pero estaba tan embobada que no podía pensar con claridad. Él se acercaba hacía mí sin dudarlo, colocó su mano detrás de mi nuca y de aquella forma me obligó a arquear la mirada, levantándola para mirarlo a los ojos. Me besó. Fue tierno y amable conmigo, jugueteó contra mis labios, y yo contra los de él. Su boca sabía a azúcar y ambrosía.
Nunca había sido besada, era una sensación nueva para mí:
― Quisiera guardar este beso para siempre―Le susurré.
Ken sonrió y tomando un frasco con brillantina del escritorio de pinturas me dijo:
― Entonces lo guardaremos aquí dentro― Dijo destapando el pequeño frasco.
Yo sonreí sin entender lo que haría. Me sorprendió cuando rozó la boca del frasco sobre mis labios y luego lo cerró de vuelta con su corcho de madera:
― Ahora lo tendremos atrapado aquí para siempre―Me explicó. "
Los recuerdos traían más dolor sobre mi corazón, nunca me esforcé por impedirlo, nunca me esforcé lo suficiente para evitar que Ken se enamore de mí. Estaba decepcionada. Por mucho que lo amara, él no podía estar conmigo, por su bien.
Cuando desperté sentí la humedad bajo mi oído, la almohada había adsorbido mi lluvia de desconsoladas lágrimas.
Nunca en mi vida había sentido tristeza más grande. La vida es injusta. Mis fuerzas se habían ido y me dolía la cabeza, creo que tenía fiebre, pero no me importó, solo quería despegar mi mente. Por eso fui a caminar al parque, pero antes colgué de mi cuello el frasco con el beso, quería llevarlo conmigo.
Caminé algunas cuadras y mis fuerzas decayeron aun más, pasé mi mano por mi rostro y ésta volvió con sangre. Me estaba sangrando la nariz. Mi mirada comenzó a esfumarse, intenté llegar al banco de madera más cercano, pero me desvanecí antes.
Salí de la casa de Lea con el corazón por el suelo. No la entendía, en momentos parecía sentir lo mismo que yo, y en otros se volvía fría e insensible, como si escondiera su verdadera persona con una máscara. No la entendía, no entendía porque ocultaba sus sentimientos, por que se rehusaba a sentir algo.
Volví a mi casa dando pequeños pasos llenos de pesadumbre, mi mente deba mil vueltas, repasando todo lo que sucedió. Recordé sus palabras, las palabras más hirientes que alguna vez mis oídos escucharon: "Porque no te quiero", sabía que era mentira.
A la mañana siguiente tenía intensiones de quedarme todo el día acostado en mi cama, sintiendo lástima por mí mismo, pero el celular sonó retumbando en mis heridos oídos. Estiré el brazo tanteando en el aire hasta que toqué el celular, atendí con algo de fastidió, pero mi fastidió se esfumó al instante convirtiéndose en desesperación. Llamaban del hospital, Lea estaba internada.
Me vestí lo más rápido posible y salí de mi departamento corriendo, rumbo al hospital. Allí, una enfermera me dijo que la gente del parque llamó a la ambulancia cuando la vieron desmayar.
Lea estaba recostada sobre las sabanas blancas de la cama, se la veía débil, su brazo era el mar para un río de sueros que desembocaban en él. Sus ojos sutilmente entornados me miraron, no supe bien, pero creo que me miraron con vergüenza.
― ¿Usted es el novio?― Me preguntó el doctor, quise contestar que sí, pero lamentablemente no lo era.
― Soy su amigo― Le respondí resignado.
― Bueno― Dijo aclarándose la voz, como preparándose para dar el peor de los ultimátum ― Lea está muy delicada, ha tenido una grave hemorragia interna. Tendrá que quedarse aquí por algún tiempo― No podía creer lo que estaba escuchando, mi corazón latía con fuerza y mi mente se llenaba de preguntas que temían encontrar respuestas.
El doctor se fue de la habitación dejándonos a Lea y a mí solos. Me senté al lado de la cama tomando la mano de Lea entre las mías en forma de consuelo:
― Lo siento mucho― Le dije.
― No, yo lo siento― Dijo ella incorporándose con cuidado― Debí habértelo contado desde un principio, es la razón por la cual nunca debiste haberte enamorado de mí.
― ¿De qué hablas?― Le pregunté confundido.
― De la leucemia― Dijo entre suspiros de frustración ― Estoy muriendo, por esa razón no quiero que te enamores de mi.
Mi corazón decayó, chocando con un abismo de dolor, el peor dolor de todos, el miedo a perderla. Intenté mantener las lágrimas al margen, pero cayeron por mis ojos desobedeciéndome, no podía detenerlas, el dolor era insoportable:
― Nunca debiste intentar evitar que me enamore, porque eso es inevitable. Es imposible que no me enamore de ti ― Le dije secando las lágrimas de mi rostro con la palma de mi mano ― Te amo― Le susurré tiernamente.
― Lo siento, hice todo lo que pude para evitarlo― Dijo sollozando, pero la detuve besando su rostro pálido, pero igual de hermoso.
― No, no lo sientas, es la sensación más hermosa que alguna vez sentí― Le dije enjuagando sus lágrimas con mis dedos. Su llanto se desbordaba hasta sus rosados labios, los cuales roce con la yema de mis dedos para secar su humedad. No pude resistir la tentación y la besé. Y al igual que la última vez, la besé con desenfrenada pasión. La amaba, no importara la enfermedad que tuviera, era la persona más hermosa que conocía.
Ella me apartó suavemente para retirar de su cuello una cadena que le colgaba, para mi sorpresa era el frasco que guardaba nuestro primer beso. Ella me lo entregó diciendo:
― Toma.
― No, no― Musité por lo bajo, le pertenecía a ella.
― No, quiero que lo conserves― Dijo depositando el pequeño frasco en mi mano. Yo lo tome con fuerza, como si dentro guardara en realidad nuestro primer beso, tan valioso para nosotros.
Un año después, es lo único que me queda de ella, nuestro primer beso. Todavía la amo, aun que no esté conmigo. Nunca la olvidaré. Siempre llevó colgando del cuello el frasco de brillantina, que guarda en su interior el mayor de los tesoros: nuestro amor.
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Antología "Cuentos de amor"
RomanceEl amor se presenta de distintas formas, nos hace felices, nos hace sufrir, reír y llorar. El amor es justo, otras veces injusto. Anímate a leer cuentos de distintos amores, en distintas circunstancias.