Se me resistía el artículo que estaba escribiendo. Yo sabía que no me tenía que comprometer a hacerlo y sin embargo ahí estaba yo un sábado por la tarde encerrada en mi estudio en vez de disfrutar del día. Aunque el día estaba bastante lluvioso, el mero hecho de tener un poco de tiempo para leer tranquilamente, como estaba haciendo mi marido en ese momento, era de agradecer.De pronto un grito de voz descontrolada, que en ocasiones me ponía mala, se escuchó desde el salón. Puse los ojos en blanco «qué malísima es la adolescencia y su cambio de voz».
―Joaquín, ―escuché la voz calmada de mi marido―, no le grites a tu madre, que sueltas muchos gallos y sabes que se pone nerviosa.
Sonreí por la ayuda que me estaba brindando, sin embargo mi hijo no desistió en su empeño y continuó gritando como un verdadero poseso hasta que aparecí en el salón. Jorge –mi marido– cerró su libro para mirarlo intrigado.
―Mamá, lo tengo. Es necesario que me ayudes porque necesito que me lo cosas.
Yo solo le alcé una ceja. Pensé que a esas alturas ya conocería suficientemente mis gestos, pero no pilló la silenciosa pregunta y se quedó esperando.
―¿Que te cosa qué, Joaqui? ―pregunté finalmente al verle la cara de empanao.
―Quiero ser un Little pony y necesito que me cosas el traje.
―¿Para qué quieres un disfraz en pleno noviembre? ―pregunté confusa.
Él abrió mucho los ojos y puso una cara de verdadera indignación.
―¡No es un disfraz! ¡Será mi ropa! ―de nuevo aquella voz con altos descontrolados.
Fruncí el ceño y lo miré fijamente para ver si entraba en su mente y podía enterarme de algo, por desgracia no fue así. Miré a mi marido pero él no entendía mucho más que yo.
―¡Jopelín, mamá!
―¿Acaba de decir jopelín? ―me preguntó Jorge en un audible susurro. Simplemente le asentí.
―Necesito que me lo expliques un poco más, Joaqui, cariño.
―Voy a ser un Little pony, ya está es oficial. No hay discusión posible. ―Juro que a veces tenía la sensación de que me hablaba en chino.
―¿Quién te va a discutir eso? Disfrázate de un pony o un unicornio si quieres, pero quiero saber a qué fiesta vas.
Él bufó, seguía indignado y yo aún no sabía por qué.
―No hay ninguna fiesta. Quiero ser un Little pony. ―En serio que si escuchaba otra vez lo mismo le daba una guantá con la mano abierta―. Tú me dijiste que de mayor podría ser lo que quisiera, que solo tenía que confiar en mí mismo, así que eso quiero ser.
Mi marido tenía una expresión de incredulidad en su cara, imagino que así se tendría que ver la mía. Me presioné el puente de la nariz con dos dedos y respiré hondo antes de volver a hablar.
―Vamos a ver, José Joaquín. ―Mi hijo se estremeció un poco ya que no era nada bueno que usara su nombre completo―. Te dije que podrías ser lo que quisieras, pensando que elegirías ser médico, psicólogo, abogado, albañil, electricista... pero no para que quisieras ser un caballito, porque está claro que no te vas a convertir en eso. ¿No prefieres un cambio de sexo que tal vez sea más sencillo?
―¡Mamá! ―¿Por qué se indigna este chico?― No es un caballito, ¡es un Little pony!
Apreté la mandíbula y, al verme, mi marido decidió intervenir.
―Joaquín, ¿qué carajo es eso?
―Son unos ponis preciosos, de colores del arco iris, con sus crines esponjosas...
Desconecté. Él seguía enumerando, con ojos soñadores, las maravillosas características de unos caballos imaginarios y absurdos. Me crucé de brazos y miré a mi marido, que ahora me devolvía la mirada con una sonrisilla irónica.
―¿Me estás escuchando, mamá? ―De nuevo un gallo.
―Obviamente no, José Joaquín ¿Cómo vas a ser un poni?
―¡Un Little pony!
―Te lo advierto, se está rifando una torta y tú tienes muchos números como digas otra vez esa frase.
―¡Papááááá! ¡Dile algo!
―¿Qué quieres que le diga si quieres ser algo absurdo? Es normal que tu madre esté flipando en colores, hijo.
―Joaquín, no estoy para escuchar tonterías. Me gustaría tener tiempo para eso, de verdad, pero tengo un artículo que terminar. No vas a ser un poni, es mi última palabra.
Tras mi última y absurdísima declaración, mi muy enfurruñado hijo dio un pisotón en el suelo, comenzó a decir lo que él creía que eran insultos y que eran palabras del estilo de jopelín –seguro se lo habían enseñado sus ponis– y se marchó indignado hacia su habitación.
Miré a mi marido sin creerme la conversación que acabábamos de mantener.
―Lo de tu hijo no es normal, Jorge.
Él negó con la cabeza parsimoniosamente.
―¿Ahora es mi hijo? ―Asentí sin dudar.
Él se rió, se levantó y puso sus manos en mis hombros, agachándose un poco para estar a mi altura.
―Quiero pensar que se droga, porque si no es así empezaré a preocuparme.
Y la verdad es que yo casi que también lo deseaba. Al menos así aquella conversación podría tener algún sentido.
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Mi chico Pony
HumorJosé Joaquín lo tiene muy claro: Ha decidido ser un Little Pony y no va a dejar que nadie se lo impida. Pequeñas historias de humor absurdo provocadas por más de un reto, en las que una familia normal se adentra en el difícil mundo de la preadolesce...