Atasco infernal

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«Hoy me he levantado dando un salto mortal, dando volteretas he llegado al baño...»

No tendría que haber hecho caso de la canción de Hombres G, porque las volteretas, o más bien la única que he hecho, me ha hecho llegar directo a la pared con mi cabeza. No sé por qué he pensado que hoy me iba a salir bien algo que nunca me ha salido bien antes, ni siquiera en clase de gimnasia en el colegio.

Pero ni por esas se puede esfumar mi mal humor. Hoy no. Hoy sé que voy a petarlo en el trabajo. Mi presentación es perfecta, mi jefe se va a quedar con las patas colgando, me va a llamar a su despacho y, por fin, me van a dar mi tan merecido ascenso... ¡Ouuu, yeah!

Sé que todos los planetas se han alineado para mí: me he despertado justo un minuto antes de que sonara la alarma (¡chúpate esa, despertador!); y el agua de la ducha ha salido justo como a mí me gusta desde el primer momento, evitando así mi grito de cada mañana por lo fría que está al principio, así como las ampollas que me produce lo caliente que se pone un instante después. Estaba en el punto dulce de su perfección más suprema.

Así, deleitándome en mi buena suerte y sin tener en cuenta que decir que "nada puede salir mal" es el primer error de cualquier persona, salgo hacia mi flamante coche de diecinueve años.

—Tienes que aguantar hasta mi ascenso, campeón —le digo a Felipo, mi Ford fiesta.

Aún no puedo creerme que siga con el nombre que mi hermana pequeña le puso cuando mi padre lo compró, pero así es. Ni que a mí se me ha quitado la estúpida manía de pensar en mi coche por el nombre.

Consigo arrancarlo, no sin antes rezar un par de Padrenuestros, seguro que malamente, pues no piso una iglesia desde la Primera comunión.

—¿Ves como hoy va a ser un gran día? —pregunto a Felipo, que me da la callada por respuesta.

En verdad lo agradezco, me hubiera asustado que me hubiera contestado al más puro estilo Bumblebee en Transformers. Claro que, de ser un Transformer, no habría elegido un Fiesta cochambroso. Vamos, digo yo.

Trato de olvidarme de robots convertibles y me enfoco en repasar mentalmente la presentación de esta mañana. Voy con tiempo de sobra y hasta podré tomarme un café antes de la reunión. Increíble. ¡Qué día más bueno! No hay nada que pueda...

—¡¿Pero qué carajo es eso?! —me pregunto—. Felipo, ¿qué es eso?

De nuevo, hablo con él. Estupendo, como siga así voy a perder la cabeza. Pero no hace falta que ni Feli ni nadie me conteste, porque está bastante claro que se trata de un atasco. Sin embargo, este es un atasco que no viene a cuento porque esta calle es de las más tranquilas de la ciudad y normalmente hay muy poco tráfico. Precisamente, he tirado por este sitio a posta para que nada me retrase. Ahora eso mismo se vuelve en mi contra, pues voy a tener que llegar hasta el final. Por desgracia, no hay ninguna bocacalle por la que pueda salirme antes.

Aún tengo margen, así que no estoy del todo preocupado. Pongo la radio del coche a algo más de volumen para distraerme y no pensar en calamidades, como que llegaré tarde al trabajo, que no me va a dar tiempo de dar la presentación, ni que mi jefe me llamará a su despacho donde me dará la carta de despido fulminante. No, eso no puede pasar. Hoy va a ser un gran día.

Pasan algunos minutos, tres para ser más exactos (pero que para mí son como treinta), en los que ninguno de los coches que tengo delante se mueve ni un milímetro. Esto me está comenzando a parecer bastante extraño.

Veo además como algunos conductores, que ya se han cansado de tocar el claxon (está claro que tocar el pito es lo que hace que las caravanas se disuelvan, sin duda), salen de sus coches para pedir explicaciones. Noto la tensión en mi cuerpo y ya estoy mascando la tragedia.

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⏰ Última actualización: Feb 10, 2020 ⏰

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