Las estaciones del año, las fiestas, los eventos... para mí no empiezan cuando lo marca el calendario sino cuando yo lo siento. Al igual que la Navidad comienza cuando el anuncio de El almendro y su canción "vuelve a casa, vuelve" sale en televisión —esto puede ser un problema porque hubo un año en el que no vi el anuncio hasta el 26 de diciembre y me perdí la Nochebuena y la Navidad—. Pues eso mismo me ocurre con el otoño. No empieza cuando veo las caducas hojas de los árboles caer, ni cuando el tiempo cambia y comienzo a estornudar por la alergia como si no hubiera un mañana. No, para mí el otoño siempre empieza con las castañas.
Hoy Pilar, mi mujer, ha comprado castañas y, tras sonreírme, se ha llevado un puñado a la mesa con un par de cuencos para las cáscaras. La he seguido como un autómata y me he sentado a su lado en el sofá. Ambos hemos puesto los pies sobre la mesa baja frente al sofá y hemos cogido una castaña cada uno, aunque ella se ha demorado un poco más en comenzar a pelar la suya. No me ha importado notar su mirada sobre mí.
He dado un primer bocado, partirla por la mitad es mi costumbre y ese primer crujido, ese fuerte y brusco sonido me transporta a un lugar mejor. Me olvido del mundo a mi alrededor y, mientras estoy manipulando el fruto y tratando de quitarle la piel, podría pasar cualquier cosa que no me importaría menos.
Cuando he desprendido la piel de una parte, con cierta facilidad, sonrío victorioso y me la echo a la boca, disfrutando del bocado. De nuevo el maravilloso crujido que me evade. Miro a mi mujer, que sonríe con mi disfrute y le sonrío de vuelta, dándole además un guiño de agradecimiento por la grata sorpresa. Deseo seguir en mi nube de tranquilidad cuando mi hijo adolescente decide entrar en escena, perturbando mi momento de paz, sabiendo que mi mente está centrada en las agradables sensaciones y que soy en ese momento más vulnerable.
—¡Papá, papá, qué bien que estás aquí!
Su voz de altos y bajos me crisparía los nervios cualquier otro momento, pero hoy no. Hoy ha comenzado el otoño y todo va bien. Mi mujer no obstante da un pequeño brinco en el sofá, sé que está deseando que acabe esta dura etapa y volver a escuchar a su niño sin que parezca un gallo enfermo.
Sin decir nada y solo con un breve sonido gutural, le indico que continúe hablando y diga por qué le ha alegrado tanto que esté en este momento, aunque no he salido a ningún sitio en toda la mañana. Él prosiguió, con su marcado y raro acento en las eses
—Papá, en serio. Sé que mami ha sido muuuuuy drássstica. —La mira con un gesto de disculpa pero enseguida vuelve a dirigirse a mí—. Pero de verdad de la buena que necesito que me dejéis ser un Little pony. Es sssuuuuuuper importante, por fisss.
Sonrío. Mi hijo cuando quiere puede ser muy persistente en cosas tan absurdas como imposibles, pero hoy ha comenzado el otoño. Hoy es un sábado sin trabajar y con una ligera llovizna en la calle que seguro dejará limpio el ambiente. Hoy tengo una castaña girando en mi mano. Hoy sé que será un gran día.
—Vale, Joaquín —digo tras una pausa en la que él no deja de mirarme expectante. Su cara se ilumina, radiante como el sol en verano—. Puedes ser un Little pony.
Aún reticente mira a su madre, que a su vez me mira a mí con una cínica sonrisa, no creyendo muy bien lo que acabo de decir. Luego lo mira de vuelta y suspira, sé que rindiéndose.
—Joaqui, has aprovechado que tu padre está en su estado zen, o drogado con las castañas, para preguntarle por tu absurda idea —le reprocha aunque con un tono divertido en su voz—. Yo lo único que quiero es que no te peguen en el instituto, pero si tú te quieres arriesgar a recibir una paliza siendo un caballito pues nada, allá tú.
Me podría haber reído de la cómica expresión de mi hijo al escucharla, si no fuera porque se abalanza sobre nosotros sin parar de decir «gracias». Se ve que no quiere tentar a su suerte y lo más rápido que sus piernas pueden llevarle se va a su habitación, seguramente para llamar a su amigo "Minion" y contarle lo que había conseguido. Aún me estoy preguntando cómo logran comunicarse entre ellos, cuando siento un golpe en mi brazo que me saca bruscamente de mi ensoñación.
—Dime la verdad. Podría venir Hitler a pedir tu voto y, si tienes una castaña en la mano, se lo darías, ¿verdad?
No puedo más que sonreírle y acercarme a besarla brevemente.
—¿No tienes curiosidad en saber cómo carajo se va a convertir en un pony? Porque yo la verdad es que estoy intrigadísimo.
Se tapa la cara con una mano y niega con la cabeza. Miro mi mano y veo el fruto, ya pelado, y me lo llevo a la boca. Un escalofrío me recorre cuando el característico "crac" hace que la castaña se deshaga provocando que cierre los ojos por el placer.
—¿Quieres que te deje solo con tu orgasmo?
—Naaaaah, sabes que me gusta compartirlo contigo —contesto alzando las cejas repetidamente.
Pilar solo ríe, pero coge otras dos castañas de la bolsa, una para cada uno y se recuesta cómodamente en el respaldar. No decimos nada más durante un buen rato y solo nos dedicamos a disfrutar del leve y rítmico sonido de la lluvia en el exterior, y del mejor sabor del mundo. Porque hoy han pasado muchas cosas. Mi hijo tiene permiso para ser un pony y el otoño ha llegado. Hoy va a ser un gran día.
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Mi chico Pony
HumorJosé Joaquín lo tiene muy claro: Ha decidido ser un Little Pony y no va a dejar que nadie se lo impida. Pequeñas historias de humor absurdo provocadas por más de un reto, en las que una familia normal se adentra en el difícil mundo de la preadolesce...