Capítulo VIII: La Traición

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Él se desplazaba por toda la sala con arrogancia, mirando cada detalle en ésta. Yo estaba ahí parada inmóvil, por mi mente pasaban mil cosas y empecé a sentir temor, temor porque en sus ojos veía algo que nunca había visto antes, estaba muy cambiado, o tal vez sólo estaba mostrando como en realidad era.

-Es muy linda tu casa Manuela, una decoración modesta y reservada igual que vos, pero aún así de buen gusto. Se nota eres una mujer muy dedicada a tu hogar y tu familia -decía éste a la vez que tomaba una foto familiar del estante de la sala.

-Gracias diácono Andrew, me gustaría saber el motivo de tan grata visita- decía mientras le quitaba la foto de la mano haciéndole notar mi molestia.

-Disculpe por venir sin avisar, solo saber si se encontraba bien, pues ayer cuando fue a poner los arreglos a la iglesia, dejó uno fuera de lugar, al parecer salió con mucha prisa y me gustaría saber que pudo haberle pasado para que saliera sin completar los arreglos, pues demás tengo entendido es usted una mujer muy devota y responsable -él daba pequeños pasos acercándose más a mí, mientras hablaba, con una mirada tan extraña que no podía descifrar. Mis manos comenzaron a sudar, estaba muy nerviosa.

- Lo que pasó fue que no encontré la jarra para poner el último arreglo y decidí dejarlo ahí, para que el padre Anselmo lo pusiera en su lugar, cuando llegara -dí la media vuelta para disimular mi nerviosismo, por su forma de mirarme sabia que le mentía.

- Mm ook, ¿pero por qué no fue a la habitación donde se guardan los utensilios? Usted sabe muy bien que ahí están todos! -él me miró de una forma amenazante acercándose peligrosamente hacia mí mientras desabrochaba los botones superiores de su saco. Yo dí varios pasos hacia el lado esquivando su temeraria cercanía.

- Sí, pe.... -estaba por comenzar a hablar cuando sentí un jalón por mi brazo derecho que me dejó pegada a su cuerpo. Con su mano derecha rodeaba mi cintura y con su mano izquierda tomaba mi mentón. Yo estaba desconcertada, no sabia que hacer ni decir ante tan sorpresivo acto.

-Dejémonos de juego, sabes porqué estoy aquí, sé lo que viste y te conviene dejar esa bella boquita cerradita--pasaba su dedo índice por mis labios, habia lujuria en su mirada y cinismo en sus palabras.

-Suélteme, yo no vi nada, no sé de qué habla! -luchaba por soltarme de su agarre, pero en cambio él me sostenía más fuertemente contra su cuerpo.

-Manuelita, Manuelita...recuerda que la mentira es pecado, sabes todo lo que pasó en esa habitación ayer en la tarde, pero me gustaría saber algo...¿te gustó lo que viste? -me apretaba con más fuerza, mis senos estaban aplastados contra su pecho a tal punto que comenzaron a subir por el escote. -- No me había fijado eres una mujer muy hermosa, tienes unos labios carnosos preciosos y mira esos grandes pechos y estas grandes pompis -al decir esto se pasó la lengua por la boca, como el que saborea un rico manjar y acto seguido me dió una nalgada que me hizo sobresaltar.

-¡Qué le pasa! Suélteme, no hagas eso, soy una mujer decente y casada, no soy como...

-¿Cómo la hermana inmaculada? - dijo interrumpiendome- oíste los gemidos de placer que le sacaba a Inmaculada, apuesto que tu marido nunca te ha provocado algo así, yo puedo hacerte sentir eso y más Manuelita, seria nuestro secreto - sus palabras me hicieron recordar las escenas que había visto ese día, como disfrutaba Inmaculada sumergida en la pasión y el goce, algo que yo nunca había experimentado, tenia razón, sus palabras y el bulto que empezaba a sentir entre sus piernas me pusieron más nerviosas de lo que ya estaba.

- Se equivoca conmigo diácono Andrew, yo soy una mujer felizmente casada con un hombre que me ama y me hace sentir todo lo que usted mencionó --mentí

LA MOJIGATA(PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora