Ni siquiera la felicidad del hogar es completa porque no se extiende lo suficiente fuera de él y tiene el riesgo de convertirse en egoísta. Y el egoísmo es la raíz del malestar.
Un Scout no se conforma con ser bueno, hace el bien. Es bueno, activo y no pasivo.
La verdadera felicidad es como el radio. Es una especie de amor que aumenta en proporción de lo que da, de ahí que la felicidad está al alcance de todo el mundo: aún de los pobres.
El Reverendo Canónigo Mitchell decía: "No pidáis a Dios que os haga felices, pedidle que os haga útiles, y realmente lo pienso, que la felicidad entonces os vendrá por añadidura".
La felicidad me parece en parte pasiva, pero principalmente activa.
Pasiva, por la apreciación de las bellezas de la Naturaleza, de la gloria de una puesta de sol, de la majestad de las montañas, de las maravillas de una vida animal, del perfume de un fuego de campamento; todo ello acoplado con la alegría de un hogar feliz, produce la sensación de gratitud al Creador que sólo puede ser satisfecha por una expresión activa; el esfuerzo para ayudar a otras es lo que satisface esta ansia. Es la actividad de hacer el bien la que cuenta.
"La felicidad de un hogar acoplado con la actividad del servicio al prójimo, da la mejor felicidad."
Un muchacho fue llevado ante un tribunal bajo el cargo ser incorregible; presentó como excusa que la culpa era de Dios.
"Si Dios no quisiera que yo fuera malo. El me salvaria y me haría bueno."
Esto me recuerda a uno de los comandantes boeros que, habiendo sido capturado por nuestras tropas, lanzaba amargas invectivas contra el Presidente Kruger por no haberle proporcionado suficiente artillería.
Decía que, cuando se la pedía al Presidente, éste le daba una respuesta característica: "Si Dios quiere que ganemos la guerra la ganaremos con o sin artillería".
A lo que él contestaba: "Eso está muy bien, pero Dios os ha dado un estómago con el que podéis digerir un sabroso pato asado, pero él espera que lo despluméis y lo guiséis para coméroslo". Y hay mucho de verdad en esto. Dios nos dado este mundo con todo lo que contiene para hacernos la vida agradable, pero depende de nosotros el sacar el mejor partido de ello o por el contrario hacer de todo un enredo. Sólo tenemos un corto espacio de vida, y es esencial, hacer las cosas que valen la pena y hacerlas desde luego. Uno de los pasos principales es no contentarse con dedicar la vida y las ideas a muros de cal y canto, negocios y política u otras tantas cosas pasajeras inventadas por el hombre, que en realidad no importan.
Observad también cuanto podáis al mundo y su variedad de bellezas y todo lo que de interés os ofrece Dios. Pronto os daréis cuenta cuáles cosas valen la pena y cuáles no, para una vida feliz.
Mirad alrededor y aprended cuanto podáis de las maravillas de la Naturaleza.
En mi caso particular ya hace algunos años que me digo a mí mismo: "dentro de tres años estaré muerto. Por tanto he de arreglar esto y aquello ahora mismo, pues después ya será tarde". Este hábito me ha conducido a apurarme y ejecutar aquellas cosas que de otra manera seguiría dejando para mañana.
Incidentalmente -y por ello estoy muy agradecido- esto me ha conducido a visitar varias partes del mundo sin la espera fatal de "una mejor oportunidad".
Soñando despierto, vi una vez mi llegada, después de haber terminado esta vida, a la puerta del cielo, y San Pedro me preguntaba en forma bondadosa: "¿Qué tal, le gustó a usted el Japón?"
"¿Japón?, yo viví en Inglaterra."
"¿Pues qué hizo usted durante todo el tiempo que permaneció en ese mundo de tan bellos e interesantes lugares puestos ahí para su edificación?" "¿Estaba usted malgastando el tiempo que Dios le había dado?"
Por este motivo pronto me decidí a ir al Japón.
Sí, una de las cosas que atormentan a los hombres al final de su vida es que hasta entonces ven las cosas en su verdadera proporción, y demasiado tarde reconocen que han perdido el tiempo en cosas que no valían la pena.