Muchas personas piensan que el "placer" es lo mismo que la "felicidad", y aquí es donde se van por un camino torcido.
El placer con frecuencia es sólo una distracción. Quizás encontraréis placer en ver un juego de fútbol, en una pieza teatral, en leer una buena historia, en criticar a los vecinos, en comer demasiado, o en emborracharos. Pero el efecto es solamente pasajero; sólo dura un instante. Con frecuencia, en muchos casos la reacción es todo menos placentera: ¡Qué dolor de cabeza al día siguiente!
La felicidad es otra cosa, la lleva uno consigo y llena toda la vida. Se percata uno de que el Cielo no es algo vago que está allá arriba en las nubes, sino algo tangible que está aquí en el mundo, en el propio corazón y en lo que nos rodea.
Arnold Bennett define la felicidad como la "satisfacción sentida después de realizar un esfuerzo honesto".
Pero hay más en la felicidad que eso. Por ejemplo, como él mismo dice: "casi cualquier casamiento es mejor que no casarse; existe una felicidad intensa en la amorosa camaradería del compañero y la confianza ilimitada de la compañía de los hijos".
El difunto Sir Ernest Cassel a quien la mayor parte de las gentes señala como "un éxito en la vida" confesó al final que había fracasado.
Había obtenido grandes riquezas, poder y posición, alcanzando éxito más allá de lo ordinario en sus actividades comerciales, industriales y deportivas. Pero al final de su gida confesó que la gran cosa -la felicidad- no la poseía.
El era, como él mismo lo dijo, "un hombre solitario".
"La mayor parte de la gente", dijo él, "creen en la teoría de que la riqueza trae la felicidad. Quizás yo, siendo rico, tenga derecho a decir que tal cosa no es cierto. Las cosas más valiosas que se han deseado obtener son las cosas que el dinero no puede comprar".
Por lo menos hay algo reconfortante y estimulante para el hombre pobre en esta declaración.
Así lo dice también el proverbio cingalés: "El que es feliz es rico", pero no se saca de ahí que el que es rico feliz.